Abril 27, 2024

La DC ayer y hoy: “Cuando se pacta con la derecha, es la derecha la que gana” (Radomiro Tomic)

Cuando niño,  mi padre me llevaba a concentraciones de la Falange Nacional, actividades que tenían lugar en teatros con olor a orines y a humedad. Los líderes y oradores de La Falange correspondían a tres personalidades muy disímiles. Eduardo Frei Montalva,  muy inteligente, preparado, gran lector y escritor, que planteada, cada vez, temas novedosos; aún recuerdo de sus discursos de  sobre la importancia de la  petro química en la economía nacional.

 

 

Radomiro Tomic, el segundo en la lista de los que comandaban este pequeño Partido, era una especie de profeta desarmado y que siempre hablaba en tercera persona: sus discursos comenzaban con frases inaudibles e iban subiendo de tono cuando citaba una oración impactante del evangelio de San Juan, y su discurso terminaba con una conclusión clara y categórica; en el “Congreso de los peluqueros” Tomic triunfó con la propuesta de alianza con los conservadores, que llevaban como candidato al progresista médico, Eduardo Cruz-Coke, enfrentándose a Bernardo Leighton, Eduardo Frei y Rafael Agustín Gumucio, que eran partidarios de apoyar a Gabriel González Videla.

 

Bernardo Leighton, el tercero, personaje político de alto calibre intelectual y moral, un cristiano integral, que siempre fue el hijo político predilecto de mi abuelo, Rafael Luis Gumucio, (padre intelectual de La Falange). Este político estuvo siempre muy cercano a la izquierda, (según Bosco Parra, otro profeta de La Falange, Leighton planteó, en el primer Congreso la idea de una democracia proletaria.

 

Los  niños, en general, son siempre conservadores, (yo, como nieto predilecto de mi abuelo Gumucio, era partidario del Dr. Cruz-Coke, contrariando la posición de mi padre, por seguir la idea de mi abuelo).

 

En La Falange siempre hubo dos grandes tendencias: el vanguardismo, expresión mesiánica del camino propio, seguido por la juventud, y la alianza – especialmente con los radicales – cuyos líderes eran Frei Montalva, Leighton  y otros fundadores de La Falange.

 

Estas dos tendencias persistirán en toda  la historia de La Falange y, posteriormente, en la Democracia Cristiana. Cuando este último Partido se convirtió en la fuerza política hegemónica, a raíz del apoteósico triunfo  de Eduardo Frei Montalva, en las elecciones presidenciales de 1964, la Democracia Cristiana demostró su incapacidad política para formar alianza, tanto con la izquierda como con la derecha: difícilmente, un partido único puede sostenerse en una democracia pluralista; en el caso de la Democracia Cristina, el debate se trasladó al interior del Partido lo que ocasionó la división entre rebeldes, terceristas y oficialistas; unos privilegiaban la alianza con la izquierda y otros, el camino propio muy proclives a la derecha.

 

Se veía claro, que en 1970, el candidato de la Democracia Cristiana sería Radomiro Tomic, que pretendía superar los tres tercios sobre la base de la unión social y política del pueblo, es decir, una candidatura DC aliada con la izquierda. Luis Corbalán, un político muy atinado, esta vez lanzó la torpe frase “con Tomic, ni a misa”.

 

En lo sucesivo, la Democracia Cristiana estaba condenada a dividirse como las amebas: primero surgió el MAPU, (1969), lo cual le significó  la sangría de algunos de sus líderes históricos y de la juventud; después, (1971), se fundó la Izquierda Cristiana, que le costó a la DC la renuncia a sus filas de nueve diputados.

 

En 1973  nuevamente los democratacristianos estuvieron divididos: los líderes Frei y Aylwin apoyando el golpe militar, y los dirigentes DC, dirigidos por Leighton, defendían consecuentemente la democracia.

 

Hasta 1973 los partidarios al camino propio no se atrevían a decir claramente que querían aliarse con la derecha, (la frase que encabeza este artículo pesada muy  fuerte dentro de los democratacristianos), por consiguiente, el amor por la derecha había que disimularlo con candidaturas, como la de Edmundo Pérez Zucovic o de otro líder, seguidor de Frei Montalva.

 

La dictadura fue una pésima experiencia para las ambiciones de la Democracia Cristiana: los militares no pensaron jamás en entregarle el poder a los democratacristianos, y  a los DC no les quedó otro camino que aceptar la alianza con la izquierda. Al comienzo, con los socialistas de Carlos Briones y, finalmente – con remilgos – con los demás partidos políticos de izquierda.

 

A la vuelta a la democracia estaba claro que la Democracia Cristiana debería encabezar el gobierno de la transición, (primero con Patricio Aylwin y, luego, con Eduardo Frei Ruiz-Tagle). Al interior del Partido, aunque privilegiaban el eje con los socialistas, quienes hegemonizaban la  dirección de los DC  eran los derechistas.

 

Edgardo Boeninger, como el principal consejero del gobierno de Aylwin, impuso la postergación de la recuperación de las empresas estatales regaladas por Pinochet a sus más cercanos, entre familiares y amigos, pretextando que la tarea central en este período era asegurar la democracia comprando a los militares, además de mantener contentos a los empresarios, en su mayoría pinochetistas.

 

El segundo Presidente de la Democracia Cristiana, Eduardo Frei Ruiz-Tagle,  era (lo es aún) un neoliberal de tomo  lomo: con los socialistas ya domesticados, no había piedras en el camino para disimular el amor por la derecha.

 

Ideas como la redención del proletariado, la unión social y política del pueblo, el socialismo comunitario…carecían de sentido en una política dominada por el neoliberalismo, el individualismo y el total divorcio con la ética; en estado de cosas, a la Democracia Cristiana sólo lo cabía tomar el camino del “partido escoba”, es decir, conquistar apoyo a donde fuera, sin importar las convicciones.

 

Los partidos políticos se habían convertido en una especie de mafias y feudos en que, (como en la época de la república plutocrática, 1891-1925), se repartían el poder, y a la Democracia Cristiana le correspondía la mayor parte de la torta: casi siempre, los ministros del Interior y las jefaturas de las principales empresas del Estado.

 

El dinero tiene una enorme capacidad para corromper, especialmente a los dirigentes de clase media, y una vez convertidos en nuevos ricos los líderes de la Democracia Cristiana no tenían necesidad de visitar a los militantes  modestos, salvo cada cuatro años, para la campaña de la reelección que, por lo d4emàs, estaba asegurada por el binominal.

 

Para la Democracia Cristiana la renuncia de Soledad Alvear a la candidatura en favor de Michelle Bachelet  le fue fatal, pues aunque conservaban algunas posiciones de poder, el viejo debate y el camino propio y las alianzas reapareció con mes fuerza, esta vez el camino propio encarnado por el fallecido Adolfo Zaldívar, (expulsado del Partido  al negarse a votar a favor del financiamiento del Transantiago, un pretexto banal, pues, en el fondo,  la hegemonía de los “colorines”  hubiera llevado al Partido a quebrar con la Concertación).

 

En el segundo gobierno de  Michelle   Bachelet  la Democracia Cristiana se sentía prácticamente excluida; aun, salvo el caso de Peñailillo cuando los ministros del Interior pertenecieran a ese Partido. Con Jorge Burgos se inició la regresión reaccionaria dentro del gobierno de la nueva mayoría (Ignacio Walker, por ejemplo, declaraba sin tapujos que no había leído el programa de gobierno; Gutenberg Martínez expresaba que no votaría por Bachelet 2).

 

En las últimas  elecciones presidenciales los seguidores del camino propio – versión “Partido escoba” – se pudieron dar el lujo de quebrar la Nueva Mayoría y llevar su candidata propia, con el agravante de presentarse  solos en las listas parlamentarias; Carolina Goic sólo obtuvo el 5% de los votos y, además, en las parlamentarias perdieron los principales líderes del Partido.

 

La autocrítica es impensable en personas y conglomerados dominados por la autocomplacencia y la soberbia; la Democracia Cristiana no habría perdido, ni tampoco el camino propio la habría conducido, prácticamente, a la agonía, sino que la culpa de su derrota era achacable a su alianza con los comunistas, como si este Partido fuera portador de la peste.

 

La Democracia Cristiana, aunque en fase terminal, aún no se decide a morir: en la última Junta Nacional se ha elegido al ex “colorín” Faud Chaín, y los partidarios del camino propio insisten en que nunca más formarán gobierno con los comunistas, y sólo se limitarán a establecer  alianzas administrativas con la izquierda. Con estas condiciones, una oposición mayoritaria en el Congreso no tiene ninguna viabilidad: por un lado, el Frente Amplio muy dividido, por otro, comunista, socialistas y PPD, cada uno para su santo, y por último, la Democracia Cristiana, cada vez más tentada de hacer alianzas con el gobierno, especialmente en proyectos que afectan a  los ciudadanos, sobre todo, el de Pensiones, que consolidar el robo de las AFPs.

 

En la Democracia Cristiana sólo se salvan parlamentarios como Francisco Huenchumilla y Yasna Provoste, que mantienen posiciones progresistas, el resto haría un bien ocupando cargos en el gobierno de Sebastián Piñera, (lo hace, y con mucho éxito, “Eduardito” Frei Ruiz-Tagle), y al fin y al cabo, Piñera es  hijo de un falangista y no es mes momio que los directivos CIEPLAN, Soledad Alvear, Mariana Alywin y Eduardo Aninat.

 

La Democracia Cristiana debiera convertirse en algo similar a la de sus congéneres ecuatorianos, venezolanos, salvadoreños y hondureños, es decir, estar siempre ubicada en la derecha cristiana.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

21/05/2019                                                   

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