Mayo 7, 2024

Por el oro, todo… sin el oro, nada

 

¿En qué curva de la Historia los chilenos perdieron esa admirada vocación por la política y la cosa pública para transformarse en adoradores del dinero y el consumo?

 

Alguna vez un español, de esos iluminados  por un don artístico especial, escribió la frase que hizo historia: “Poderoso caballero es don dinero”. Fue Francisco de Quevedo quien,  en el siglo  XVII, inició uno de sus poemas con esta estrofa:

 

 

Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado,
anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero
Poderoso caballero
es don dinero.

 

En la universidad se aprende, con letras de molde, que toda guerra se desencadena por asuntos económicos. No hay otro motivo que haga a ciertos gobiernos  decidirse a matar gente, invadir países y aherrojar pueblos, que el económico. Siempre ha sido así, desde antes de la guerra de Troya –cuando los griegos buscaban adueñarse del camino hacia el Mar Negro- hasta los crímenes de la más poderosa potencia actual que se agencia naciones  completas mediante la violencia, el robo y el genocidio.

 

Hoy, los poderosos disfrazan loa crímenes con el burdo argumento que apunta a la Economía como llave maestra para la felicidad de los pueblos (en realidad, para la felicidad de quienes mangonean los pueblos de las naciones potencias). Por causa de esa inefable Economía, ¿cuántas naciones han sido arrasadas en el largo transcurrir de la Historia? ¿Y cuántas más sufrirán el mismo flagelo?

 

Lo anterior se condice con la pregunta que origina esta nota. ¿En qué curva de la Historia los chilenos perdimos esa admirada vocación por la política y el controlar  la cosa pública para transformarnos en adoradores del dinero y el consumo? Dos siglos de vida independiente no nos bastaron para mantener la que fuera una sana costumbre nacional de interesarnos y participar activamente en lo que es fundamental para todo país: conocer y controlar el gobierno de la nación y los poderes del estado. Esa capacidad la hemos soslayado en beneficio de un nuevo actor que se transformó en guía y líder del actuar nacional: la Economía.

 

En esa inquieta traición a nuestros propios valores, permitimos a banqueros y especuladores financieros adueñarse  del Parlamento, de los tribunales de justicia, de los medios de prensa y  de los ministerios, para convertir la sociedad civil en una larga lista de clientes que olvidaron su esencia fundamental, la de ser personas con derechos y obligaciones propias de ciudadanos. 

 

La inaceptable adoración a la Economía y al mercado dibujaron un Chile diferente, y una población que muestra comportamientos erráticos en cuanto a defender sus derechos y censurar a quienes los incumplen.

 

Es probable que muchos lectores pertenezcan a aquella inolvidable generación que logró el triunfo electoral de Salvador Allende y luchó después contra la dictadura cívico-militar; esa generación que jamás trocó sus ideales por el aceite fenicio del consumismo desatado que ofrece el neoliberalismo.  Una generación  que se equivocó de plano, completamente, al rescatar a ciertos ‘náufragos’ que habían emigrado como exiliados a Europa y regresaron reconvertidos a la fe capitalista. Hubo excepciones, claro está.

 

En este punto, es necesario hacer un alto para destacar a los escasos democristianos de gran valía que dieron la batalla contra la dictadura, y lo hicieron “a pata pelá”, al igual que muchos  socialistas de verdad, esos que actuaron en serio, a cara descubierta y sin tapujos  durante los peores años del totalitarismo. Por ello, permítame amigo lector, destacar a personas como Myriam Verdugo (en su momento valiente periodista de radio Cooperativa junto a Sergio Campos), el ‘negro’ Pando, Raúl Gallardo, Guillermo Larrazábal, y obviamente al más inteligente y valiente dirigente sindical de esos años de desconfianzas, temor e ira,…. Manuel Bustos Huerta, el  entrañable  e inigualable ‘huaso’ Bustos’, con quien tuve dos millones de coincidencias y cien divergencias.

 

Querido ‘huaso’…parece que hemos perdido. Mucho de aquello que considerábamos atentatorio contra la dignidad y  soberanía de los trabajadores, hoy es ley. Lo que ambos temíamos se produjo; ¿te acuerdas de ello, en la ampliada y controvertida reunión mega sindical nacional de Punta de Tralca el año 1983?  Yo nunca la he olvidado, como jamás olvidaré esas proclamas  que revisamos  y discutimos hasta el hartazgo en  aquel  frío atardecer costero cuando el sindicalismo chileno decidió dar la lucha sin cuartel a la dictadura.

 

Los partidos políticos estaban prohibidos y los sindicalistas eran la última esperanza de la gente para salirle al paso al tirano.  Y lo hicieron, vaya que sí. En abril de 1983 nacieron las ‘protestas sociales’ propuestas y encabezadas por el Comando Nacional de Trabajadores. Las calles y las banderas fueron suyas;  se olía un aroma de triunfo en todas partes…hasta que se produjo la vuelta de tuerca cuandoPinochet nombró a Sergio Onofre Jarpa ministro del interior, dos o tres días antes de la Cuarta Protesta que fue, precisamente, la más violenta de todas.

 

A mediados de junio de ese año 1983 Jarpa sacó dieciocho mil efectivos policiales y militares a la calle. Hubo tiroteos, bombazos, incendios, destrozos, apaleos y más de veinte muertos. Entonces se produjo lo que sería la gran traición al sindicalismo chileno. Sergio Onofre Jarpa invitó a los representantes políticos del llamado “Acuerdo Nacional” a dialogar en La Moneda. Prefería conversar con ellos y no con los trabajadores, que eran los verdaderos artífices de la lucha contra el dictador.

 

Luego de conversaciones tensas y extenuantes se firmó un compromiso político que restó al movimiento sindical su figuración en el primer plano de la actividad nacional. Una vez más, los trabajadores habían sido carne de cañón para que los hombres de los discursos y las mentiras pudiesen volver a las andanzas demagógicas. Para el régimen dictatorial era más fácil y provechoso acordar con políticos del viejo cuño que con los decididos dirigentes sindicales.

 

La segunda traición –esta vez al pueblo chileno en general- se produciría al día siguiente del histórico triunfo del NO en el plebiscito de 1988. La naciente Concertación de Partidos por la Democracia transó rápidamente los ideales de la mayoría ciudadana protocolizando un acuerdo con los representantes de la dictadura. Era el gatopardismo galopando sin riendas ni bocado. Todo debía cambiar para que todo siguiera igual.

 

Implícito en esos acuerdos estaba el abandono de la educación cívica y política de los chilenos, el mantenimiento de universidades no críticas ni pensantes, sino meramente informadoras de técnicas y recetas varias,  además, se asfixió a gran parte de la prensa no entregada al establishment duopólico (durante los gobiernos de la Concertación quebraron y cerraron más diarios y revistas que durante toda la dictadura). Fue entonces que los chilenos se convirtieron en consumistas e individualistas, por lo que dejaron de pensar, de tener conciencia crítica… poco tiempo después dejarían de interesarse en la cosa pública.

 

Así estamos hoy, con una sociedad civil caracterizada por el analfabetismo cívico, lo cual es miel sobre hojuelas para las cofradías de políticos y empresarios asociados en una especie de cuerpo destinado a exprimir a Chile y a los chilenos…y ya que el pueblo carece de esa formación, calla y permite que el escenario empeore cada año fortaleciéndose la apropiación  del país por parte del exiguo 1% de sus habitantes. Poderoso caballero es don dinero.

 

La traición a la democracia y al pueblo continúa, y ha sido protocolizada por nosotros mismos.

 

 

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