Mayo 18, 2024

Emborracharse es la consigna

Desde China proviene la información etílica del momento. El vino “Frei Presidential Wine”, en ese país milenario se comercializa en 900 mil pesos la botella, es decir a 8.995 yuan. Se han puesto a la venta, 40 mil botellas y los distribuidores se afanan en importar otra cantidad similar, pues el vino se vendió en un abrir y cerrar de ojos. O bebidos de un trago. Bien podría tratarse de un tonel de miles de litros y los exagerados, cuya abundancia en nuestro país excede la envidia, han querido crear la necesaria animosidad.

 

 

En los almacenes Harrods de Londres, se vende un coñac Courvoisier & Courlier embotellado en 1789, el año de la Revolución francesa, en la friolera de 145 mil dólares. El vino de don Eduardo Frei Ruiz Tagle parece un bigoteado, si se compara a esta maravilla, que seduce a cualquiera. El rey de España, bebe un Vega Sicilia que va desde los 15.900 pesos —de seguro el que beben sus pajes— hasta los 250.000 la botella. En la mesa del medio pelo chileno, cuyo arribismo enternece, por norma hay un vino en caja de mil pesos, mientras los borregos para aparentar, consumen uno de 3.500 pesos, comprados al crédito. ¿De cuál de estas calidades,  precios y marcas beben nuestras FFAA, cuando hay cambio de mando? A lo mejor en secreto empinan el codo con vino marca “Augusto Pinochet”, cuyo precio se desconoce.

 

En gustos, dice el proverbio, nada hay escrito, pero debemos desconfiar de semejante sentencia. En la mesa de quienes van al parvulario a clases de ética empresarial, no puede haber un vino que consume el borrego. Hay vinos chilenos —desde luego del gusto de los caballeros— que van de los 15 mil hasta los 60 mil pesos la botella y cuando invitan a los amigotes de la SOFOFA, suben la puntería a los 125 mil pesos. No lo hacen por aparentar o vanidad, pues viven de las apariencias. No debe mirarse al vino chileno bajo el sobaco, tal cual se hacía hace 50 años, después de comprobar cómo los entendidos lo privilegian, desde China a los clubes de golf. Los vinos franceses, españoles e italianos, empezaron a emigrar de la mesa del chileno presuntuoso, pues los nuestros brillan en el mundo y se codean con la elite.

 

¿Y qué beben los ministros de Piñera? El faquir Chadwick, sobreviviente de mil encerronas, acusaciones, batallas conocidas y otras por conocer, privilegia un vinito que desde hace algún tiempo, entró al mercado. Se trata de “Huracán” en sus variantes merlot y cabernet, reserva del 2000 de los viñedos de la Araucanía. Los resentidos de siempre, cuya envidia los enceguece, alegan que el vino se vende a granel en las botillerías de las poblaciones, a 525 pesos el litro. El ahijado político del faquir, el mapuche Ubilla, que añora regresar pronto a las tierras de sus antepasados —ya adquirió un pellizco de tierra en la región para cuidar el gallinero de la familia— bebe pulco en cerámica de Pitrén. “La tradición es la tradición y no pienso apartarme de ella”, alega, expandiendo la barriga y empina el codo, bajo la mirada de la tribu.

 

En cuanto a Roberto Ampuero, que empezó a beber un litreado en el barrio bravo del puerto de Valparaíso, junto a sus camaradas, mientras hablaban de revolución y de destruir el asqueroso estado burgués, descorcha en su mesa, vinos que le envían de obsequio. Quien es Ministro de Relaciones Exteriores, también debe tener gustos exteriores. A veces recuerda, sin la nostalgia de quien quiso ser escribidor, las veces que bebía mojitos en La Habana y después, un vino Riesling que le invitaban en Alemania. En esa época de privaciones, saltos de mata, calcetines agujereados y percudidos, dudas épicas y estéticas, en un ir y venir en afanes nebulosos, apenas disponía de un dinerillo para fumar un habano. 

 

Otros ministros, donde se destacan dos señores Larraín, se ignora si beben vino, no por ser cicateros o demostrar abstinencia al alcohol. Ellos comulgan en capillas privadas, rezan el rosario en las tardes junto a la familia, pues deben huir de los pecados de la carne. Usan cilicios para purgar viejas faltas, de cuando admiraban y adoraban al dictador. En cuanto al ministro de economía, José Ramón Valente, debido a sus chispeantes y enmarañadas declaraciones sobre su especialidad, que endulzan la inocencia de los oídos del pueblo, en su mesa jamás falta el vino que suelta la lengua. Habría que agregar entre estos bebedores compulsivos, al renunciado presidente de las ISAPRES, don Rafael Caviedes, quien se marcha a Pamplona a dormir la mona, pasando por Barcelona. 

 

 

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