Abril 26, 2024

Alejandro Stuart: “Tengo el archivo más completo de la nueva canción latinoamericana”

Temuco.- En entrevista con La Jornada Morelos, el fotógrafo y poeta Alejandro Stuart (1938), recuerda su exilio en Cuernavaca y San Francisco: “Fundamos la Peña de Berkeley, me enfoqué en el campo cultural y a recaudar fondos para la solidaridad latinoamericana con Chile, Cuba, Vietnam, Congo y Palestina, abrimos la escuela Casa de la Raza y la Universidad Sin Paredes –inspirada en la pedagogía de Paulo Freire-, también publicaba dos páginas de fotos en el periódico de las Panteras Negras. De California crucé la frontera hacia México”. Stuart recorre sus pasos morelenses: “Le pedimos permiso al obispo Méndez Arceo para realizar un concierto de Amparo Ochoa, Gabino Palomares y José de Molina en el atrio de la Iglesia, para exigir la libertad de los presos políticos, don Sergio acompañó al exilio chileno. El pueblo de Morelos era solidario, recuerdo que el caricaturista Rius dibujó un afiche para nuestros actos de resistencia. Cantamos en todos los pueblos de Morelos, tomé decenas de fotos de los campesinos zapatistas y escribí varios poemas en Cuernavaca: La feria de Tlaltenango, En amante transparente, El amor de los amores, y El camino al nuevo sol”.

 

 

 

LJM.- Alejandro, ¿cuándo comenzó tu exilio?

AS.- En 1960 salí de la Araucanía, nací en Temuco y me criaron en Vilcún, terminé mis estudios en el Liceo Pablo Neruda, quería estudiar medicina. De niño me gustaban todas las expresiones artísticas: cantaba, bailaba y hacía títeres, copiaba lo que veía al pasar el circo por el pueblo. Por falta de recursos no ingresé a medicina, fui a la escuela de la vida; en 1968 me entregué a la vida artística, mi primer exilio fue existencial, salí del país a los 21 años, conocí Colombia y llegué a Miami, no me atreví a vivir en plenitud en Chile, era una sociedad absolutamente homofóbica; logré emanciparme en Nueva York, a los 29 años escribí mi primer poema: Navegando al infinito, me enamoré de un estudiante afroamericano y tomé mi primera fotografía en Nueva York, pasé muchas privaciones como inmigrante porque no hablaba inglés, tampoco tenía papeles para trabajar, fueron años de convivir con el Caribe, después nos mudamos a California, en San Francisco encontré una raíz de México y conocí a Angela Davis, la activista cofundadora de las Panteras Negras.

 

LJM.- ¿Después del exilio existencial, llegó tu exilio político?

AS.- En California trabajamos por la campaña de Salvador Allende, viajé a Chile para hacer reportajes gráficos sobre los murales de la Brigada Ramona Parra –publicamos un libro con mis fotos y el prólogo del maestro Fernando Alegría-, volví a Chile en junio de 1973 para trabajar en el área de comunicación de la Unidad Popular, pero llegó el golpe, irónicamente el 11 de septiembre íbamos a Isla Negra con el maestro Fernando Alegría, me pidió que le tomara algunas fotografías a Pablo Neruda, el martes 11 llegó el golpe y la salud del poeta empeoró. Salí de Chile después de ser detenido y torturado, sufrí una simulación de fusilamiento; al regresar a California fundamos la Peña de Berkeley, me enfoqué en el campo cultural y a recaudar fondos para la solidaridad latinoamericana con Chile, Cuba, Vietnam, Congo y Palestina, abrimos la escuela Casa de la Raza y la Universidad Sin Paredes –inspirada en la pedagogía de Paulo Freire-, también publicaba dos páginas de fotos en el periódico de las Panteras Negras. De California crucé la frontera hacia México.

 

LJM.- ¿En qué trabajaste durante tu exilio mexicano?

AS.- Dividí mi trabajo entre la fotografía, cantar en las plazas públicas y participar en los festivales políticos.

 

LJM.- ¿Con quién te relacionaste al llegar a México?

AS.- Con la cantante Amparo Ochoa, con el dramaturgo Felipe Santander, con el escritor Juan de la Cabada, y con el Obispo Sergio Méndez Arceo.

 

LJM.- ¿Dónde conociste a monseñor Méndez Arceo?

AS.- En la Catedral de Cuernavaca, le pedimos permiso al obispo Méndez Arceo para realizar un concierto de Amparo Ochoa, Gabino Palomares y José de Molina en el atrio de la Iglesia, para exigir la libertad de los presos políticos, don Sergio acompañó al exilio chileno. El pueblo de Morelos era solidario, recuerdo que el caricaturista Rius dibujó un afiche para nuestros actos de resistencia. Cantamos en todos los pueblos de Morelos, tomé decenas de fotos de los campesinos zapatistas y escribí varios poemas en Cuernavaca: La feria de Tlaltenango, En amate transparente, El amor de los amores, y El camino al nuevo sol. Por aquí tengo una “calaverita” que escribí para criticar al gobernador Lauro Ortega, era una “calaverita PRImorosa”.

 

 

LJM.- ¿Cuándo saliste de México?, ¿quedó algo inconcluso en Cuernavaca?

AS.- Salí en 1989. La fecha coincidió con algo que me dijo Amparo Ochoa: “estoy pensando en grabar un disco con canciones de un compositor”, yo le pregunté: “¿quién será el afortunado?, ¿Violeta Parra, Silvio Rodríguez, o Pablo Milanés?”, Amparo contestó: “quiero su material compañero”. Desafortunadamente no pudimos grabar el disco porque regresé a Estados Unidos y Chile; después de 19 años, María Inés Ochoa viajó a Santiago para cumplir el sueño de su mamá, yo cuidé de niña a María Inés cuando Amparito salía de gira, fue un acto de amor: venir de México a Chile para grabar mis canciones y financiar la producción del disco El rostro de mi pueblo (2008).

 

LJM.- Al regresar a Chile -en 2001- retomaste algunos proyectos de tu vida itinerante: la grabación del disco con tus canciones, y la edición del libro de poemas: “Del Sur al sur” (2008), ¿te quedan otros proyectos pendientes?

AS.- No concibo una vida sin proyectos, siempre hay algo por hacer, dejo las cosas al azar, sucederán cuando tengan que ser, no ando preocupado por grabar un nuevo disco o publicar un libro, me gusta estar en la canción de todos y en el libro de todos. Volví a Chile después de 29 años, llegué a Valparaíso, ahora vivo en Temuco, me animé a regresar y salieron trabajos de traducción del español al inglés, di clases de fotografía y colaboré con varios colectivos antineoliberales, soy un trabajador de la comunicación y la cultura, vivo entre la analogía de la cámara y la guitarra, todas las artes van de la mano, son una caricia y un beso de amor, son un arma en defensa de la libertad. Me propongo compartir todo lo que hago, nunca me quedé con las ganas de que publicar una foto.

 

LJM.- Tomaste miles de fotos de conciertos en el Auditorio Nacional de México, en la Peña de los Parra y en la Peña de Berkeley. ¿Cuál fue la sesión fotográfica más significativa?

AS.- Mi primera sesión fue con la cantautora Malvina Reynolds, admiro su música, ella compuso Las casitas del barrio alto, canción que grabó Víctor Jara. Tiempo después, alguien le dijo al cantautor Daniel Viglietti que yo tomaba fotos, hicimos una sesión lindísima. Luego llegaron a California: Quilapayún, Inti Illimani, Isabel y Ángel Parra. En México conocí a Los Folkloristas, Amparo Ochoa, Mercedes Sosa, Tania Libertad y Gabino Palomares, entro otros. Pasé a ser el compañero fotógrafo, eventualmente me encontré con los cubanos: Silvio Rodríguez, Vicente Feliú, Pablo Milanés y Carlos Puebla. En cada Festival de la Nueva Canción Latinoamericana me pedían una exposición fotográfica para la explanada del Auditorio Nacional y del Palacio de los Deportes, en el DF conocí a Carlos Mejía Godoy le hice las fotos para uno de sus discos, así se corrió la voz sobre mi trabajo.

 

LJM.- En Montevideo reconocí una foto tuya de Alfredo Zitarrosa, pero no tenía crédito; en Valparaíso vi la portada del DVD del “Quilapayún” de Eduardo Carrasco sin crédito a tus fotos. ¿Qué piensas del plagio por descuido o por lucro?

AS.- En México y Estados Unidos vi fotografías publicadas sin mi nombre, pero al leer el texto me daba cuenta que me identificaba con lo que escribieron. No me importa que no me den el crédito, ahora bien: cuando veo que hay una intención de lucro, a veces les reclamo y los amenazo con una demanda por plagio. En el caso de Quilapayún el problema fue de Sony, sacaron el DVD con mi foto en la la portada, también las fotos del interior son de mi autoría, al final Eduardo Carrasco me pagó 200 dólares y se disculpó, no sé en qué anda Quilapayún. Cuando la gente de Latinoamérica me pide fotos, les respondo: “mándenme algo de plata compañero”, a veces no tengo dinero para comprar medicinas, ni siquiera para pagar la renta, corro el riesgo de que me corten la luz o el teléfono, vivo al día.

 

LJM.- ¿Nadie se ha interesado en comprar tu archivo gráfico del Museo Nacional de Antropología de México, o tu registro de la Nueva canción latinoamericana?

AS.- En septiembre de 2000, la Universidad de Stratford quiso comprar mi archivo por el equivalente a 120,000 dólares, será la primera vez que tendré cierta holgura económica, en Stratford se interesaron en mis fotos porque tengo el archivo más completo de la nueva canción latinoamericana y porque tomé las fotografías de las piezas del Museo de Antropología sin vitrina, con permiso de la presidencia de México. Y sobre los derechos de mis canciones que grabó María Inés Ochoa son de ella, todo lo que se genere por regalías son 100% de María Inés. Eventualmente mi niña grabará muchos discos, seguirá cantando y será una artista muy reconocida, ella es muy valiente, nadie la hace callar.

 

LJM.- ¿Qué pasará con tu archivo de no concretarse la venta con Stratford?

AS.- Donaré a la Universidad Mapuche todo mi archivo: los audios de los conciertos de la nueva canción latinoamericana, mis fotos, poemas, canciones, discos y libros.

 

LJM.- Finalmente, provienes de la región mapuche, igual que Pablo Neruda, ¿conociste al poeta Neftalí Reyes?, ¿por qué retomaste la idea de Neruda y Cantalao?

AS.- Sí lo conocí, mis recuerdos de niños son junto a los sobrinos de Pablo Neruda, Carlos Reyes y la señora Elenita eran mis apoderados escolares. Don Pablo era un señor que nos visitaba en el liceo para leer sus poemas, en la casa de la familia Reyes había cosas muy lindas que don Pablo traía de sus viajes por Oriente, Europa y Latinoamérica. Descubrí la poesía de Neruda en Nueva York, sus memorias Confieso que he vivido (1974) me transportaron a la infancia, al campo de Temuco. Recuerdo que en México leí otro libro de Neruda: Arte de pájaros (1966), me inspiró a escribir el poema “Tercera llamada”. En julio de 2004 escribí el poema “Cantalao”, al poeta le arrebataron su patrimonio, Neruda dejó la Fundación Cantalao para las artes y las ciencias en 1973, pero unos pillos se apropiaron de su legado, unos sinvergüenzas se quedaron con los derechos de la poesía de Neruda.

 

*Entrevista publicada originalmente en la edición impresa de La Jornada Morelos (25/03/2015). Se reproduce en Clarín.cl con autorización del autor.

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