“La dieta parlamentaria es como ponerse a contar plata falsificada”*
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La plutocracia chilena siempre ha sido miserable, avara y amante del dinero, (su mejor representante actual es el millonario Presidente, Sebastián Piñera que, ni siquiera, en la peor plaga al país es capaz de donar, al menos, su sueldo, como lo han hecho otros Presidentes a través del mundo).
Los plutócratas no se conmueven ante la muerte de sus conciudadanos, sumidos en la pobreza, por el contrario, en el caso de Cencosud y algunas otras empresas, aprovechan de las ayudas estatales para aumentar su suculento capital.
El proyecto de rebajar la dieta parlamentaria demoró siete años archivada en los anaqueles del Congreso, pues los parlamentarios, a sabiendas de que era abusivo y ajeno a toda ética, los muy avaros y codiciosos bloqueaban, cada vez que se desempolvaba el proyecto de los diputados Gabriel Boric y Giorgio Jackson, que pedía rebajar en un 50% la dieta parlamentaria de los 9 millones de pesos mensuales de cada congresista, lo bloqueaban.
En las distintas sesiones del Congreso sobre el tema, no faltaba quién se burlaba de estos diputados jóvenes y decían que ellos no necesitaban del dinero, pues vivían de las mesadas de sus papás y, por el contrario, los senadores y diputados maduros la necesitaban para pagar el equivalente a las cargas familiares a sus hijos, tenidos con las primeras señoras.
Otra de las argumentaciones de los parlamentarios de derecha se refería a la idea de reducir el número de diputados y senadores para dejar incólumes los abultados sueldos y, al mismo tiempo, economizar dinero fiscal, cuando más fácil y económico sería el cierre del senado y la mantención de sólo una asamblea legislativa, es decir, un sistema unicameral.
La senadora de la UDI, Jacqueline Rysselberghe, se burla de los diputados del Frente Amplio y les echa en cara que han sido elegidos por el 1% de los votantes, en su Distrito, demostrando una gran ignorancia sobre el sistema electoral proporcional, en que se vota más por el partido político que por las personas.
El que los parlamentarios donen parte de su dieta a sus respectivos partidos, no es ninguna novedad: en el pasado, los diputados comunistas sólo recibían el equivalente al de un obrero especializado, y el resto era cedido al Partido, descuento que se hacía para evitar que los diputados se convirtieran en plutócratas.
Antaño, cuando se trataba de subir el sueldo los parlamentarios no se hacían ningún problema moral en la decisión de su propio sueldo; hoy, como por arte de magia, se despertó la ecuanimidad al proponer que el Consejo de la Alta Administración Pública determinara sobre el monto de los sueldos de los altos funcionarios del Estado, incluido el de los parlamentarios.
La Constitución de 1933, en sus artículos 21 y 26, incluía la gratuidad de los cargos parlamentarios, sin embargo, Arturo Alessandri, con mayoría en ambas Cámaras, elegidas en marzo de 1924, incluyó un Proyecto de dieta parlamentaria que se escondía en gastos de representación a fin de evitar la reforma de la Constitución, que exigía la aprobación en dos Congresos sucesivos. El proyecto era justo, pues quienes no tenían dinero no podían ser elegidos parlamentarios.
Malaquías Concha, jefe del Partido Demócrata, era el más acérrimo defensor de la dieta parlamentaria, y decía que los amigos de su Partido lo presionaban para que consiguiera cargos fiscales para sus camaradas; según don Malaquías, sus compañeros de Partido eran insaciables cuando se trataba de ser pagados con dineros del Estado.
En las elecciones de marzo de 1924 los militares habían sido partícipes de la intervención electoral, bajo el pretexto de combatir el cohecho; en esas elecciones hubo varios escándalos: el robo de la diputación de Curicó a mi abuelo, Manuel Rivas Vicuña, en favor del alessandrista Arturo Olavarría; mi abuelo paterno, don Rafael Luis Gumucio Vergara, fue golpeado por los partidarios de don Arturo Alessandri, hecho ocurrido en la comuna de San Miguel.
La derecha, que odiaba a Alessandri, decidió conspirar contra el Presidente promoviendo dos asociaciones secretas llamadas La Tea y La Cabaña, la primera, dirigida por Jorge González von Marés y, la segunda, integrada por los principales líderes de la derecha de entonces.
El proyecto de la asignación de la dieta era justo, pero fue presentado en un muy mal momento, pues Chile vivía una de sus peores crisis económicas producto del cierre de las Oficinas salitreras. Los oficiales del ejército no habían recibido su salario desde hacía varios meses y, a su vez, estaban agotados por la utilización que hacía de ellos el Presidente Alessandri, quien recorría los cuarteles convocando a la rebelión contra la derecha, como también el cierre del Congreso.
El 4 de septiembre de 1924, cincuenta oficiales del ejército llenaron las tribunas del senado, justo el día en que se iba a aprobar la dieta parlamentaria; los oficiales aplaudían a los padres conscriptos y rechazaban la dieta, y murmuraban cada vez que hacía uso de la palabra un partidario de la dieta. Cuando los oficiales del ejército estaban abandonando el Congreso hicieron sonar sus sables.
Arturo Alessandri, aprovechándose de la situación, convocó a su despacho a los oficiales rebeldes. Uno de ellos, el teniente Lazo, asistente de Carlos Ibáñez del Campo, se atrevió a decir, frente al Presidente Alessandri y al ministro del Interior, Pedro Aguirre Cerda, que “no venían a pedir, sino a exigir”. Alessandri, lívido y demacrado, dio por terminada la sesión, y luego se dirigió a su escritorio y tomó una pistola; asustados los oficiales, volvieron a llamarlo creyendo que se repetiría el suicidio de José Manuel Balmaceda, y la reunió continuó en un clima más distendido.
El 8 de setiembre de 1924 el gabinete, presidido por el inspector del ejército y ministro del Interior, Luis Altamirano, se preparaba para concurrir al Congreso a fin de presentar su programa político; el presidente del Senado, don Eliodoro Yáñez, haciendo gala de servilismo ante los militares, se dirigió a La Moneda para buscar al ministro del Interior. Los “honorables padres conscriptos”, poseídos por el terror, decidieron aprobar el programa político presentado por el ministro del Interior, (solamente el senador, Pedro León Gallo, tuvo el coraje de oponerse al poder de las armas.
El Diario Ilustrado, cuya sede estaba en la actual intendencia de Santiago, justo al frente de La Moneda, estaba iluminado y el champagne corría para celebrar la caída de Arturo Alessandri. Su director, don Rafael Luis Gumucio Vergara, se mostraba muy feliz por la actitud asumida por los militares. Genaro Prieto, columnista de ese mismo Diario, se dirigió a mi abuelo con una frase profética: “Ud está contento porque, como es cojo, no ha hecho el servicio (militar) y, por eso, no conoce a los militares. Yo lo he hecho y le aseguro que dentro de poco estaremos arrepentidos de lo que hoy celebramos”.
La situación había llegado a tal punto que sólo faltaba la renuncia del Presidente de la República. El Senado la rechazó y la cambió por un permiso de seis meses, pero el Presidente aprovechó la ocasión para exiliarse en Italia, donde conoció a Mussolini, y fue también fue la ocasión para pactar con el Vaticano la separación de la Iglesia y el Estado.
En el período republicano la dieta era más austera que la actual, y los parlamentarios eran mucho más instruidos, inteligentes y mejores trabajadores que los actuales.
*(Emilio Rodríguez Mendoza, citado por L. Castedo, El golpe de Estado de 1924…:181).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
16/05/2020
Bibliografía
Vial, Gonzalo, Historia de Chile, 1891-1973, Vol.3, Santillana
Castedo, Leopoldo, Chile: vida y muerte de la república parlamentaria, Sudamericana, 1990
Vitales, Luis, Interpretación marxista de la historia de Chile, De la república parlamentaria a la república socialista, LOM.
Correa, Sofía, y otros, Historia del siglo XX chileno, Sudamericana, 2001
Gumucio Vergara, Rafael Luis, Memorias inéditas.
Rodríguez Mendoza, Emilio, El golpe militar de 1924