Piñera en su laberinto no está solo
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Sebastián Piñera es un presidente que ha ejercido el alto cargo bajo una impronta que lo distingue de sus antecesores, no tanto por las medidas políticas que implementa o busca implementar, que en lo fundamental responden a intereses de grupos económicos, cosa que ha sido casi una constante en la historia política del país, sino más bien por ese estilo indescifrable de presentar las cosas que a menudo desconcierta, incluso a sus propios seguidores.
Algunos han señalado ciertos rasgos de la personalidad de Piñera que lo distinguen como una persona que, a menudo, falta a la verdad, de manera consciente o inconsciente. Otros, lo tildan sencillamente de mentiroso compulsivo – como un caso patológico- mientras no pocos señalan que la mentira para él ha sido la piedra angular sobre la que construyó su fortuna económica y de la cual derivan los restantes logros en otras áreas y que, no por casualidad, ha sido el único presidente de derecha que -además en dos ocasiones- ha accedido al poder por la vía democrática después que el criminal Pinochet se viera obligado a abandonar una parte del poder que concentraba en el país.
Lo cierto es que Don Sebastián no deja de sorprender e innovar en su forma de hacer negocios y política, la mayoría de ellas mezclando ambas cosas, al punto que ya nada parece preocuparle. Dentro de su particular estilo de hacer las cosas y comunicar esas acciones su impronta ha sido el lenguaje confuso, grandilocuente, mesiánico y destemplado, no pocas veces ofensivo para los ciudadanos e incluso para autoridades de otros poderes del Estado, a los que luego les pide grandeza, desprendimiento y colaboración para enfrentar los desafíos que, en su lógica, beneficiaría de todos los chilenos.
Don Sebastián, se podría decir que transitó desde el lenguaje “políticamente correcto”, desprestigiado hasta la saciedad en muchos países, incluido el nuestro, a un nuevo estilo de construir el relato, aunque el creador del mismo no haya sido él, pero al menos en Chile se yergue como su principal exponente. Se trata de una variante del estilo anterior, el que se podría llamar “el discurso demagogicamente correcto”. El primero, se construye en base a un relato que, mediante una argumentación política plausible, mantiene una cierta coherencia con lo que se considera social y políticamente aceptable por la mayoría. En el segundo caso, el discurso demagógicamente correcto, es concebido por el emisor -y transmitido hacia el receptor en forma de promesa- teniendo claro de que su cumplimiento tiene nula o escasa probabilidad de concretarse. Ejemplos sobre esto son muchos. Recordemos algunos: se acabó la fiesta para los delincuentes/terminaré con la puerta giratoria/ los niños primero/ crearé millones de empleos permanentes, con sueldos dignos/arriba los corazones que vienen tiempos mejores, etc.
Don Sebastián pasa de una estrategia comunicacional a otra. Hace una afirmación categórica un día y al siguiente debe salir a rectificar lo aseverado el día anterior, aunque siempre “con sus matices” o “letra chica”. Piñera es, también, capaz de pasar sin transición desde un discurso incendiario y ofensivo para la oposición política a su gobierno, con epítetos como; obstruccionistas, antipatriotas, malos chilenos, y otros tantos calificativos similares, a pedir colaboración, e implorar actos de generosidad y patriotismo, a los mismos, a quienes el día anterior había insultado a su antojo.
En días recientes, Don Sebastián se refirió, molesto, a una conversación que el presidente argentino Alberto Fernández sostuvo -vía Internet- con un grupo de políticos chilenos opositores a su gobierno. En esa ocasión el presidente Fernández habría expresado, lo siguiente: “Eso es lo que hace falta en Chile, que vuelvan a unirse, que zanjen diferencias para recuperar el poder en favor de los chilenos”. Esa frase sería lo que a juicio de Piñera y otros decadentes personajes de la política nacional conlleva una intervención indebida en los asuntos internos del país.
Si lo anterior es una intervención indebida en asuntos de otro país (unirse para recuperar el poder en favor de los chilenos) revisemos una de las intervenciones del presidente de Chile ocurrida hace poco más de un año en la frontera entre Colombia y Venezuela. Palabras textuales de Don Sebastián pronunciadas el 22/02/2019 en la localidad colombiana de Cúcuta: “No hay nada más perverso que un régimen que niega la ayuda humanitaria a su propio pueblo”. “Mañana va a ser un día para la libertad y la democracia en Venezuela”. Discurso pronunciado junto a los presidentes Iván Duque de Colombia, Mario Abdo de Paraguay y “el presidente encargado” Juan Guaido para hacerse cargo de la presidencia en Venezuela. Ese día Don Sebastián -por orden de Donald Trump- fue comisionado para decretar el cambio de mando en Venezuela.
Las incendiarias palabras de Piñera en Cúcuta, ese día, no sólo fueron “demagógicamente correctas” para quienes creyeron que bastaba tan solo la presencia de tres presidentes “demócratas” “no intervencionistas”, según se desprende de su esquizofrénico discurso. El problema es que Piñera en su delirio de grandeza apostó a transformarse en un líder Latinoamericano o mundial en ese cometido encomendado por Donald Trump, poniendo en riesgo inminente de provocar una guerra civil en una nación que se encontraba peligrosamente fragmentada y al borde de la catástrofe humanitaria.
Lo de incendiario, no resultó siendo sólo una metáfora. Por desgracia, o no, para Don Sebastián desde el mismo lado en que él se encontraba encabezando la cruzada “pacífica y democrática” de promoción de golpe de Estado en Venezuela -de acuerdo a una investigación realizada posteriormente y publicada por el diario New York Times- se lanzaron bombas molotov que incendiaron camiones con ayuda humanitaria, lo que en el diseño original de puesta en escena, sería justamente lo que Don Sebastián debía entregar a los Venezolanos, de manera “no violenta”.
Pero Don Sebastián nunca ha estado solo en su laberinto. En esta ocasión la compañía para condenar las agraviantes palabras del mandatario argentino de “unirse para recuperar el poder para los chilenos”, se sumaron una cantidad de “demócratas” como Mariana Aylwin, Soledad Alvear, Clemente Pérez, Eduardo Aninat y Gutemberg Martínez, entre otros. Todos ellos oscuros personajes de la política nacional que finalmente terminaron en el lugar que siempre debieron estar, formando parte de la derecha.
Integrantes del grupo antes mencionado, fueron parte de otro acto “democrático y no intervencionista” ocurrido el 11 de abril de 2002 en Venezuela. En aquella ocasión el presidente de Chile Ricardo Lagos, su ministra de Relaciones Exteriores, Soledad Alvear (entonces militante DC) fueron los primeros en apoyar el golpe de Estado que mantuvo secuestrado al presidente Hugo Chávez por 47 horas y, también, los primeros en reconocer al empresario golpista Pedro Carmona. Le siguieron en ese reconocimiento Estados Unidos, España, El Salvador y Colombia.
Cuando el pueblo venezolano y sus Fuerzas Armadas restituyeron el poder a quien había sido elegido democráticamente como presidente de la República en Venezuela, Ricardo Lagos y Soledad Alvear no tuvieron más remedio que retractarse de su determinación y terminaron culpando y destituyendo al entonces Embajador de Chile en Venezuela, Marcos Álvarez.
La historia no hace más que confirmar que quienes más alarde hacen de ciertas virtudes, en este caso, invocando valores humanistas, democráticos y no intervencionistas, son precisamente quienes menos respetan ni valoran las virtudes a que aluden, cuando se trata de no intervenir en asuntos de otros Estados.
En esa conducta temeraria, antiética y paranoica, que enturbia y compromete las relaciones de Chile con otros Estados, al actual presidente no le falta compañía. La derecha lo respalda y cada día se suman y se quitan la máscara viejos derechistas neoliberales que se mantuvieron enquistados en el amplio espectro político, ya fenecido, que se autodenominó centro-izquierda.
Higinio Delgado Fuentealba.
José Manuel Saavedra León says:
Excelente análisis que me hace recordar el episodio de Ricardo Lagos y su incomprensible(en ese momento) apoyo al golpe de estado en Venezuela.Después vino el «los empresarios amamos a Lagos» y el círculo terminó de cerrarse.
hugo randier says:
oh, ja