¡Gracias, señor Trump!
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Es de agradecer que un presidente de Estados Unidos hable claro. Su contenido es otra cosa, pero nadie puede dudar de la sinceridad de Donald Trump. Dijo que apostaría por el dinero virtual y en dos días creó una moneda con su nombre, cuyos beneficios alcanzan 40 mil millones de dólares. ¡Impresionante! En 24 horas firmó 79 decretos, dejando sin efecto decisiones tomadas por Joe Biden, entre otras, reincorporar a Cuba a la lista de países promotores del terrorismo. Igualmente, indulta a los condenados por el asalto al Capitolio, se retira del Acuerdo de París y la Organización Mundial de la Salud y renombra el Golfo de México como Golfo de América.
Suma y sigue. Ninguna de sus medidas adelantadas durante la campaña tiene visos de no ser puesta en marcha: desde la persecución a los inmigrantes ilegales hasta declarar zona de emergencia la frontera con México, colonizar Groenlandia y reconquistar el canal de Panamá.
Es mejor tomarlo en serio; la manera de enfrentarse a su mandato no pasa por reír de sus excesos, manifestar sorpresa o incredulidad. Pareciera ser que el mundo, escandalizado, no atina a dar una respuesta. Su decisión de subir los aranceles, enviar aviones con deportados a Colombia y señalar que la soberanía de México le importa un carajo no es problema menor.
Trump advierte y va de frente. No recuerdo a John F. Kennedy dar conferencias de prensa anunciando la invasión a Bahía Cochinos. Tampoco a Lyndon B. Johnson dando el día y la hora del desembarco de marines en República Dominicana. En octubre de 1983, Ronald Reagan invadió la isla de Granada sin publicarlo en la prensa. George H. W. Bush dio luz verde a la operación Causa Justa para invadir Panamá en 1989. Sus marines ingresaron en territorio panameño provocando la muerte de miles de civiles; todas acciones encubiertas y secretas.
Sin embargo, Donald Trump ha decidido, junto con sus asesores, darles visibilidad y convertirlas en un plus. Amenazas en directo para obtener rendición sin condiciones y aceptar sus demandas. No le importa. Se siente poderoso. Naciones Unidas no cuenta, la Organización del Tratado del Atlántico Norte es su juguete y el resto de instituciones hacen de comparsas. La Unión Europea no atina, y a decir de la presidenta del Banco Santander, Ana Botín, en Davos, va camino de transformarse en un museo de antigüedades.
Su propuesta de convertir Canadá en un estado de la unión debería ser suficiente para alertar del peligro. Sus planes para América Latina parecerán una locura, faltos de toda lógica, pero no cejará en su empeño por llevarlos a cabo. Con México toma una postura de fuerza, desplegando sus fuerzas armadas para luchar contra la migración ilegal en la frontera con Tijuana (sic). Da su apoyo a Javier Milei, al presidente de El Salvador, Nayib Bukele; invita al ex presidente Jair Bolsonaro a su toma de posesión. En su mente, retornar a la política de la zanahoria y el garrote. No son bravuconadas, son decisiones políticas. Marco Rubio, responsable de la política exterior, no es Henry Kissinger, un criminal con clase y premio Nobel de la Paz. Nunca antes la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina ha estado marcada por tanto desprecio.
La pelota está en nuestro tejado. Insistir en los riesgos de una conflagración mundial supone desconocer el mapa de los conflictos regionales azuzados por Estados Unidos y socios europeos. El tiempo de la paz es mera retórica. La intervención política, el financiamiento y apoyo a la extrema derecha planetaria por Donald Trump es palpable, apoyando a Benjamin Netanyahu en Israel y las autocracias petroleras de jeques en Arabia Saudita o Qatar. La idea de expulsar a los palestinos de Gaza, permitir más asentamientos de colonos sionistas en los territorios ocupados, profundiza el genocidio del pueblo palestino.
No perdamos el norte. La democracia no forma parte del actual orden mundial. En su lugar tenemos un trampantojo, un individualismo enraizado en una sociedad de mercado, puesta en pie a fines de los años 70 del siglo pasado. Conservadores, socialdemócratas, eurocomunistas, nueva izquierda, democristianos y liberales fueron los padres del neoliberalismo; si defendían a Keynes terminaron en Hayek. Desregular, privatizar, flexibilizar y descentralizar fue su mantra.
Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Felipe González, Giulio Andreotti, Silvio Berlusconi, Salinas de Gortari, Vicente Fox, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, José María Aznar, Helmut Kohl, Jacques Chirac, François Mitterrand, Carlos Menem, Fernando Henrique Cardoso, Carlos Andrés Pérez, Alan García, César Gaviria o Álvaro Uribe fueron sus impulsores. Trump es su hijo pródigo, aunque les pese.
Los gobernantes actuales, salvo excepciones, se plegarán a sus deseos por miedo, cobardía o afinidad política. No ha pasado un mes en la Casa Blanca y ya se atisba, al menos en América Latina, la formación de un frente, asentado en las mejores tradiciones de la lucha antimperialista. Los ejemplos de José Martí, Lázaro Cárdenas, Jacobo Árbenz, Fidel Castro, João Goulart, Juan Bosch y Salvador Allende, entre otros, hablan de la defensa de la soberanía y las luchas por la dignidad de nuestra América. No es tiempo para cobardes.
Marcos Roitman Rosenmann