Gastronomía y Turismo Placeres Culminantes

La memoria en las prácticas, los objetos y productos. Arte popular, comida y vino

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Hacer una historia de los oficios requiere de la convicción de que existe algo fascinante en el quehacer cotidiano que tiene su fundamento en la acción humana, vital, existencial que llamamos cotidiano. Una visión metafísica del trabajo presenta el filósofo Humberto Giannini en su libro “La ´reflexión´ cotidiana. Hacia una arqueología de la experiencia” (1987) cuando dice: “…representa el lugar de mi posibilidad para lo otro; disponibilidad para la máquina que debo hacer producir para el patrón, para el jefe, para la clientela; disponibilidad para el auditorio, para el consumidor. Un ser para otros a fin de ser para sí”. Sobre este libro el filósofo francés Paul Ricoeur señala en el prólogo a la traducción francesa lo siguiente sobre este libro: “Lo que aquí se propone es un efecto, una excavación en el subsuelo de la vida cotidiana (…) un libro asombroso y a la vez desconcertante”.

Un buen lugar de memoria objetual es el Museo de Artes Decorativas en la calle Recoleta fundado en 1982 que posee una colección de casi cuatro mil objetos donde podemos encontrar mobiliario, escultura, pintura, textil, vidrio, porcelana, platería, cerámica, etc; aportando al estudio y conocimiento de objetos utilitarios entendidos desde una perspectiva local permitiéndonos comprender parte del desarrollo cultural, social y económico de Chile. Otra mirada, más al aire libre la podemos realizar en lugares de trabajo en donde se realizan los oficios, talleres de artesanos, puestos de antigüedades o de “las pulgas” como el Persa Bío Bío o las ferias libres, todos estos rincones privilegiados para recuperar parte de nuestro pasado.

Desde la escritura publicada es importante el libro de Tomás Lago titulado “Arte popular chileno” (1971) el cual constituye una aproximación a la filosofía de la cultura y del paisaje con una descripción de norte a sur del territorio nacional destacando lugares como Coquimbo, la Araucanía, Doñihue, Chiloé, Huaqui, Toltén, Quinchamalí, Cauquenes, Pomaire; además de personajes como caciques, capitanes, monjas, huasos, etc; y objetos como maletas, cerámica, agricultura, adornos, paja, ropa, mantas, chamales, monturas, espuelas, maderas, platería, calabazas, pintura, conchuelas, instrumentos musicales, etc. Explica este investigador que una visión unificada de Chile permite cierta simplicidad frente a su complejidad. Se fueron sumando publicaciones que van conformando un canon como vienen a ser “Artesanía tradicional de Chile” (1978) del escultor Lorenzo Berg, “Artesanías de Chile. Un reencuentro con las tradiciones” (1999) de Carlos Peters y Sobé Nuñez, “Chile artesanal. Patrimonio hecho a mano” (2008) que es parte de la Colección Patrimonio del Ministerio de las Culturas y de las Artes, y el de los artesanos de Alicia Cáceres y Juan Reyes bajo el título “Historia hecha a manos. Nosotros los artesanos y las ferias de artesanía del siglo XX” (2008)  en el cual se nos relata lo significativo que fueron las Ferias de Artesanías que se realizaban en la década de los sesenta en el Parque Forestal, en los barrios de Santiago, en regiones, en otros países, donde participaban junto  los artesanos figuras destacadas del arte como José Balmes, Nemesio Antúnez, Ida González, Dinora Doudchitzky, Pablo Neruda, Manuel Rojas, Mario Baeza, Violeta Parra y Margot Loyola, entre otros. Dichas ferias se terminaron con la dictadura recuperándolas desde 1974 la Pontificia Universidad Católica que se convirtió en un importante espacio de recuperación, principalmente por el trabajo del ya mencionado Lorenzo Berg, Fidel Sepúlveda Llanos y Gastón Soublette.

Es en esta historia hecha a manos en donde deberíamos incorporar la historia del vino chileno y de la comida chilena que escapa a la industrialización. Sobre esta historia también podemos señalar algunos hitos que podemos considerar como contribución a la memoria. Ambas tradiciones de nuestra cultura permiten una elaboración de una filosofía de la cultura arraigada en esta “loca geografía” que permite visualizar a Chile como un “país de rincones”.




El trabajo historiográfico acerca de la cocina chilena acepta el consenso de que nuestra comida es una fusión de tres tradiciones, entre ellas, la indígena, la española y la francesa, a lo tendríamos que agregar la consideración de que a su vez por separada cada una ya representa una fusión anterior. Dada la escasa popularidad de la escritura durante las primeras décadas del siglo XIX los recetarios se van transmitiendo por medio de la práctica y de la oralidad. El historiador Walter Hanisch señala que podemos conocer la historia de las comidas en Chile gracias a algunos sibaritas ilustrados, destacando la figura del Abate de Molina. Durante la segunda mitad de ese siglo, desde el año 1851 comienzan a publicarse una serie de libros, entre ellos algunos alcanzando hasta cinco reimpresiones, solo mencionaré tres, que son “Ciencia gastronómica. Recetas de guisos y potajes para postres” (1851), “El cocinero chileno” (1867) y el “Manual del cocinero práctico” (1882). Más tarde se seguirán sumando publicaciones como “La hermanita hormiga: tratado de arte culinario” (1931) de la escritora Marta Brunet, o “Recetas de Misiá Inés” (1964). Destaca el aporte de la antropóloga Premio Nacional de Humanidades Sonia Montecinos que con distintas investigaciones y publicaciones contribuye a este acervo, destacando su libro “Cocinas mestizas de Chile. La olla deleitosa” (2004) en donde recupera las preparaciones de comidas en las que se usa la piedra mostrándonos el norte con la calapurca y el cebiche, el valle central con la cazuela, la humita y el chancho en piedra; y el sur con el charquicán, el estofado y el curanto. Inevitable es la mención al poeta Pablo de Rokha con su “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile” (1949) en donde hace gala de su conocimiento gastronómico geográfico. Jorge Teillier escribió una hermosa crónica que rememora una visita de paso del gran poeta por el hogar de su familia en el sur resaltando la experiencia sibarita de éste la que hoy encontramos disponible bajo el título “Comer y beberse Chile”.

Sobre la historia del vino podemos recurrir a la entrada “La cultura del vino en Chile” en el sitio web de Memoria Chilena donde se considera que: “La actividad vitivinícola pasó de producirse artesanalmente a ser una importante industria a fines del siglo XIX. Ha sido fuente de inspiración para escritores, cantores y otros artistas nacionales, siendo parte de la cultura chilena y de su patrimonio” definición que queda un poco al debe con la resistencia del vino campesino que sigue existiendo con un importante compromiso agroecológico como lo testimonian varios productores pertenecientes a distintos valles del territorio nacional consolidando una robusta cultura del vino. Reparando en esto podemos valorizar el aporte de la Biblioteca Nacional que ha comenzado a organizar información relevante sobre la historia del vino y su cultura, especialmente en el Fondo José María Arguedas, lugar desde el cual a partir de 2012 comienza la realización del “Seminario del vino, gastronomía y ruralidad” dando origen a la creación de la Comisión de Patrimonio Vitivinícola Chileno que ha entregado productos como el libro “Patrimonio vitivinícola. Aproximaciones a la cultura del vino en Chile” (2015).

Finalmente destaco un libro fundamental para un canon de la comida y el vino es el del historiador Eugenio Pereira Salas titulado “Apuntes para la historia de la comida chilena” (1977) con concepción acertada del vino como un bien de consumo alimentario. Interesante es la anécdota que recuerda testimonios del conquistador al llegar a América, aunque en una escritura más conciliada con el proceso de conquista, escribiendo: “Al pisar tierra americana, los descubridores de Chile debieron atenerse, como dice con gracia el P. Las Casas, con la ración de “una escudilla de trigo que la debían moler con una atocha de mano (y muchos lo comían cocido) y una tajada de tocino rancioso o queso podrido y no se encuentran habas o garbanzos y vino como si no lo hubiera en el mundo”. El mismo libro aporta importante recuperación de documentos para comprender la importancia de este producto recuperando documentos provenientes de al menos el año 1559, recordemos que la fundación de Santiago se considera en 1541. Entregando una descripción del inventario de una bodega, el tipo de vino que se comercializaba, el consumo extendido entre los españoles e indígenas, y la gran propagación del cultivo de viñas sin “valle ni rincón que esté plantado de viñas”.

 

Alex Ibarra Peña.

Dr. En Estudios Americanos.

@apatrimoniovivo_alexibarra



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