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¡Compañero Guillermo Rodríguez, presente!

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No nos conocimos, pero estoy seguro de que nos vinculó aquello que las formalidades no explican. Si fuimos capaces de estremecernos de odio ante la injusticia, fuimos hermanos.

Queda nítido, contrastado el heroísmo de Guillermo y sus camaradas y otros cuantos miles, lo que pesa la derrota administrado por los traidores que no se merecen sino el estiércol de la historia, el resumidero de lo inmoral y el olvido más odiado.

Y quedan de manifiesto las vacilaciones demoledoras de aquellos de debieron levantar más la vista y haber entendido que la derrota es parte de la lucha, pero que no la cancela.

Guillermo representa a una generación que se vio enfrentada a las contradicciones, inseguridades, vacilaciones y defectos de una época que intentó hacer la diferencia entre independencia y colonia, entre libertad y despojo, entre un sueño trunco y la esperanza eterna.




Cuando los niños nacerían para ser felices y la riqueza de nuestro suelo aseguraría la vida de los que lo habitan y cuando por independencia se entendió la dignidad de un pueblo.

Luego, como consecuente revolucionario, Guillermo Rodríguez no vaciló en asumir la tarea que imponía el momento gris y amargo.

Este tiempo de inteligencia artificial y tontera natural, se ha posicionado con un rasgo de enorme amnesia, más bien de olvido inducido, que ha intentado instalar la idea de que la dictadura se fue porque le dio la gana. De que aquellos miles de personas que desde la militancia activa y clandestina combatieron la dictadura no fueron sino aventureros, terroristas, extremistas y vándalos.

Respecto de esa época se ha construido un silencio interesado que intenta borrar de la historia a personas que, Como Guillermo Rodríguez, abandonaron toda comodidad y se fueron a hacer lo que su moral y sentido de la responsabilidad les exigía.

Y fue lo que hizo el pueblo en su miles de combates cotidianos, en sus más imaginativas formas de organización, con dirigentes que dieron cara a la represión por lo que muchos pagaron alto precio: sus valiosas vidas.

Las cárceles fueron también trincheras que se adaptaron a la resistencia y al combate.

No se sabe cuántas personas pasaron por las cámaras de torturas, ni cuantas sufrieron la prisión durante la dictadura, pero desde las celdas regadas por todo el país, miles de prisioneros se esmeraron cada día para aportar al empeño común.

Guillermo Rodríguez fue perseguido y los criminales casi terminan con su vida y la de otros compañeros, aun estando en prisión. Era para el enemigo un peligro por calidad de resistencia y consecuencia.

Esta pseudo democracia está en deuda con quienes más hicieron por lo que hoy disfrutan, en grados y calidades diferentes, todos los habitantes de esta tierra.

La recuperación de derechos básicos y mínimos para la vida en sociedad, el hecho de que más allá de sus vicios y manipulaciones antidemocráticas, hoy se elijan autoridades, y si existen libertades que durante diecisiete años fueron conculcadas, es porque muchos como Guillermo arriesgaron sus vidas cada día de ese lapso para que así fuera.

Hay una deuda de gratitud, de reconocimiento, de justicia y, por qué no, de reparación, para combatientes que pusieron lo mejor de sus vidas y lo entregaron a la causa de la libertad y la democracia. Y esas falencias cobran especial relieve en casos como el de Guillermo quien sobrevivió a un cobarde tanto como criminal atentado estando en prisión.

Nuestro país, más allá de la instituciones y formalidades, no es del todo democrático en tanto existan explotados, marginados, abusados, mentidos y manipulados. Mientras no exista libertad de expresión no sea sino una pesudo opinión publica que encubre la opinión y la cultura de los poderosos.

El sacrificio de Guillermo y de miles de sus camaradas, por cierto, no fue para ver este paisaje injusto, desigual y decadente.

Pero la vida se abre paso y entre ellas el espíritu de quienes no se rinden, aunque arrecie el viento en contra, la persecución, el abandono de las ideas y de la historia.

Gloria eterna a los que dan la vida por la causa de los desposeídos. A quienes no los doblegó ni la cobardía ni la traición. Esos, como Guillermo Rodríguez que jamás creyeron que la revolución era un camino regado de rosas, pero asumieron el riesgo y la hermosura.

Las grandes Alamedas siguen esperando por ser abiertas y quienes tomen la posta de la lucha por una vida mejor, estarán inspiradas también en la vida, ejemplo y combates de Guillermo Rodríguez, para honor y gloria.

 

Ricardo Candia Cares

 

 



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Ricardo Candia

Escritor y periodista

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