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Controversia sobre neoliberalismo: Ignacio Walker versus Sebastìán Edwards

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Ignacio Walker dedica en El Mostrador (30,31-12-2024) una extensa crítica al libro de Sebastián Edwards, recientemente publicado en español, El Proyecto Chileno, la historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo (Ediciones UDP, 2024). Le disgusta que el autor sostenga que las políticas de la Concertación fueron una continuidad del neoliberalismo, instalado por los Chicago Boys. Y, le molesta especialmente que Edwards afirme que el neoliberalismo alcanzó su verdadera consolidación y carta definitiva de ciudadanía bajo los gobiernos de la Concertación.

Coincido con Edwards. Para mí es clara la continuidad del neoliberalismo chileno después de Pinochet y a lo largo de los gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría. Y, no debiera molestar a Walker la utilización del término “neoliberalismo inclusivo” porque valora la reducción de la pobreza, a pesar de la incuestionables desigualdades de nuestro país.

Me concentraré en los aspectos económicos de la controversia, aunque el neoliberalismo va mucho más lejos; es, en realidad, un proyecto de sociedad que abarca todas las esferas de la vida -la económica, política, social y cultural- y, además, ha instalado una nueva subjetividad en el comportamiento humano, exaltando el individualismo por sobre la solidaridad. Margaret Thatcher supo caracterizarlo crudamente, cuando señaló: “no existe algo llamado sociedad, solo existen hombres y mujeres individuales”.

Los rasgos distintivos de la economía chilena se ajustan plenamente a la propuesta descrita por John Williamson, en 1989, con el respaldo del FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.




Esa propuesta se denominó Consenso de Washington, aunque posteriormente se popularizó como neoliberalismo y se resume en las siguientes diez políticas: asegurar la disciplina fiscal; eliminar los subsidios; ampliar la base impositiva, pero con tasas marginales reducidas; liberalizar las tasas de interés; flexibilidad cambiaria; liberalizar el comercio exterior; liberalizar los flujos de inversión extranjera; privatización de las empresas públicas; desregulación económica; y, garantizar los derechos de propiedad.

El resumen de esas políticas es destacado por Sebastián para caracterizar el neoliberalismo chileno, primero con Pinochet y luego en democracia. Pero Walker rechaza esa continuidad y se esfuerza por atribuirle a esas políticas un sentido distinto, de carácter positivo. Dice que “son más propias de una economía de mercado abierta, competitiva, pujante, con protagonismo privado, que de una aproximación ideológica a la misma”. Agrega, en su defensa argumentativa, que en el neoliberalismo “hay matices, distinciones”.

Los matices no rompen con el modelo neoliberal

Las distinciones y matices en la implementación de todo modelo económico (neoliberal o de otro tipo) no rompen con la esencia del mismo. También en Chile, en el siglo pasado, existían matices que diferenciaban las políticas públicas de gobiernos radicales, el de Ibáñez, Alessandri o Frei; pero ninguno rompió con el modelo económico de industrialización, con estado interventor del siglo pasado. Y, del mismo modo, se reconocen matices en el Estado de Bienestar, dónde la gestión económica de los países nórdicos es distinta a la de Alemania o Francia.

No me parece que Sebastián Edwards, con formación en Chicago y profesorado en California, confunda economía de mercado con neoliberalismo, ni tampoco que su argumentación sea un “reduccionismo economicista de mercado”.

Así las cosas, no resulta acertado utilizar al CIEPLAN y sus economistas (varios ministros de la Concertación) como instrumento de defensa para sostener la separación de los gobiernos de la Concertación del modelo neoliberal. Es lo que intenta Walker.

Muy por el contrario. Los economistas del CIEPLAN pasaron, desde una crítica radical a las políticas económicas de Pinochet para luego compartirlas, cuando se instalan en el gobierno, especialmente los ministros de Hacienda.

En efecto, el libro de Alejandro Foxley (junto a otros economistas de CIEPLAN), Reconstrucción Económica para la Democracia (1983) cuestiona categóricamente “…la creencia ingenua en el libre mercado no regulado” (p.15) y la pasividad del Estado en la economía. Además, criticaban la “…total ausencia de una concepción global del desarrollo del país” (p.16).

Esos economistas también criticaban que “la discusión en estos años ha estado dominada por la macroeconomía” (p.16). Incluso sostenían la necesidad de la reindustrialización de Chile. Proponían para ello utilizar todos los instrumentos de la política económica, discriminando selectivamente en favor de la industria: líneas de crédito especiales, subsidios, aranceles y tratamientos tributarios de excepción.

Los economistas democristianos del CIEPLAN (siempre, con la digna excepción de Ricardo Ffrench-Davis) cambiarían radicalmente su concepción económica, a la que siguieron disciplinadamente los socialistas, con el reconocimiento de Edgardo Boenninger.

No necesito detallar que la postura macroeconómica, la apertura económica radical al mundo, la ausencia de una política industrial y la “neutralidad” (no discriminación) de la política económica son propias del Consenso de Washington, de los Chicago Boys y están lejos de “matices” de diferenciación con el modelo neoliberal.

Más aún. Foxley llegó incluso al extremo vergonzante de alabar, y aquí sin matices, al propio Pinochet: “Pinochet… realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, a la cual están tratando de incorporarse todos los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró a ese gobierno el año 73, con Sergio de Castro a la cabeza…”. “Esa es una contribución histórica que va a perdurar por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos de algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile” (Revista Cosas, 05-05-2000).

Triunfo de la economía sobre la política

Tiene razón Ignacio Walker que en la derrota de la dictadura se impuso la política, pero posteriormente triunfó la economía y se hizo dominante en la continuidad neoliberal.

A la aceptación intelectual y política del modelo neoliberal se le unió la fuerza avasalladora de los grupos económicos, nacionales e internacionales, los que domesticaron a los ayer opositores al neoliberalismo, quienes por poder y/o dinero se convirtieron en sus incondicionales.

Una abrumadora mayoría de políticos y economistas aceptaron las políticas del Consenso Washington y luego fueron complacientes con el poder empresarial: en la apertura económica indiscriminada, el extractivismo, las AFP, las Isapres y en los negocios en colegios y universidades privadas.

Por otra parte, ministros y otras autoridades, que habían ocupado posiciones de poder durante los gobiernos de la Concertación, fueron contratados como ejecutivos o miembros de los directorios de grandes empresas nacionales o extranjeras. Otros, se convirtieron en lobistas para facilitar los negocios de las grandes empresas, siendo al mismo tiempo asesores de los gobiernos de la Concertación. A ello se agregó la corruptela del financiamiento irregular de la política,

No se si esto último lo destaca Edwards en su libro, pero yo lo estimo muy importante a la hora de analizar la consolidación del neoliberalismo durante la transición.

“Esas dos décadas virtuosas, pujantes, llenas de intención y voluntad de ser, los mejores 20 años del último siglo en Chile”, que llenan de entusiasmo a Walker, son las que ampliaron las desigualdades, entregaron el 50% de la riqueza nacional al 1% del empresariado, acentuaron el extractivismo productivo-exportador, empobrecieron a los ancianos con las AFP, expoliaron a los clientes de las Isapres y enriquecieron a los bancos gracias al CAE estudiantil.

El argumento del “crecimiento con reducción de la pobreza”, que se destaca ad nauseam por los complacientes de la Concertación resulta insuficiente para defender esos 20 años y sobre todo no sirven para sostener la inexistencia de neoliberalismo en Chile.

No nos alcanza el espacio para revisar las “medidas regulatorias” que según Walker diferencian la gestión económica de esos “mejores 20 años” del neoliberalismo. Baste con decir que él, como exministro de Relaciones Exteriores del presidente Lagos, sabe mejor que nadie la inexistencia de medidas regulatorias en el comercio exterior, inversiones extranjeras y en los flujos financieros, tanto con la apertura unilateral a la economía mundial, como mediante los TLC.

Alli la ortodoxia ha sido completa y ha destruido la industria, cerrado las puertas a las pymes, exacerbado el extractivismo y desnacionalizado la economía.

Por ello, no resulta acertada su mención a Aníbal Pinto, en su libro, Chile, un caso de desarrollo frustrado. Porque, precisamente Pinto allí se señala que el exitoso crecimiento de Chile del periodo 1830-1930, tuvo «una pata coja»: le faltó una política industrial y se frustró el desarrollo.

Y, ahora, se repite la misma historia, por la inexistencia de una estrategia de desarrollo más allá del libre mercado, ninguna política que promueva la industria, la nula preocupación por la inversión en ciencia y tecnología y cero inteligencia en la regulación del sector externo.

Los 30 años y la desigualdad

Walker cuestiona el argumento de Sebastián Edward que el estallido social de 2019 fue una respuesta a las desigualdades. Dice: “el autor definitivamente se compra el argumento de la desigualdad para explicar el estallido social de octubre de 2019”.

El autor del libro sobre los Chicago Boys está en lo correcto al señalar que el estallido social no fue por los 30 pesos del Metro, sino por los 30 años de descontento social, consecuencia de las manifiestas desigualdades en la educación, salud, previsión, entre territorios, entre el capital y el trabajo. No tengo espacio para avanzar en este tema y sólo entrego ideas preliminares.

El estallido social, como sabemos, nace con los jóvenes abrumados con una educación mala y cara, y un CAE insoportable. Pero, la masividad de las movilizaciones reveló el descontento de variados sectores sociales y movimiento identitarios, cuestionadores del neoliberalismo. Es lo que dio origen a la demanda por una nueva constitución y a la eleccion del presidente Boric el 2021. Los políticos tradicionales perdieron legitimidad y ello explica el liderazgo de los jóvenes. Es una realidad incontrovertible.

Ahora bien, el fracaso de la primera propuesta constitucional, requiere una explicación más profunda que la esbozada por Walker.

El rechazo fue multicausal. La abrumadora mayoría de la izquierda antisistema en la Convención, sin experiencia política y cansada de injusticias, excluyo a la minoría de derecha, cuyo peso en el país, junto a sus medios de comunicación, es ineludible. La propuesta daba respuesta a las demandas del estallido, ampliando los derechos sociales y la intervención del Estado en la economía. Se terminaba con el Estado subsidiario. Pero, por otra parte, la desconfianza en la potente emergencia de las identidades, así como la política espectáculo de la Convención, que parecía homologar a la política tradicional, produjeron el rechazo en la ciudadanía.

Pero, por otra parte, hay que recordar que también fue rechazada la segunda propuesta Constitucional. En este caso, nuevamente está en el centro el tema de las desigualdades. Una mayoría de extrema derecha, apoyada por la derecha tradicional, excluye a la minoría de izquierda, y propone una Constitución que representa un rechazo a todo tipo de derechos sociales, laborales, medioambientales e incluso civiles. Se intentaba un retorno a la Constitución original de la dictadura, las desigualdades no eran atendidas, y es lo que explica el rechazo ciudadano.

En ambos procesos se abusó de las mayorías, olvidando la diversidad de la sociedad chilena. Pero, más allá de los errores de ambas experiencias, el argumento de la desigualdad estuvo siempre en el centro de la política. Es lo que explica el estallido social, la elección de Boric y las dos convenciones constitucionales.

Finalmente, es posible que, por ahora, con el gobierno de Gabriel Boric, no se produzca la defunción del neoliberalismo, porque la fiera oposición en el Congreso ha impedido la implementación de su programa. Además, hay que reconocer la dificultad para desmontar las ideas neoliberales, las que no sólo convencieron a gran parte de los políticos y economistas de la centroizquierda, sino que forman parte de la hegemonía cultural instalada en el país.

 

 

Roberto Pizarro Hofer

 

Fuente: Le Monde Diplomatique



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  1. Hugo Latorre Fuenzalida says:

    Además de lo señalado por Serendero, Walter fue el gran opositor a las reformas que propuso Bschelet en su segundo gobierno y puso a la DC en total postura obstrucciones. La «Cocina», fue tramada por Zaldivar, Walter y Fontaine, lo que evitó siquiera rozar los intereses económicos incrustados en el modelo neoliberal.
    Así es que, como señala Felipe Portales, es un diálogo de salón entre dos neoliberales confeso y operante.

  2. Felipe Portales says:

    ¿Y qué interés puede tener una controversia sobre el tema entre neoliberales como Sebastián Edwards e Ignacio Walker?

  3. Patricio Serendero says:

    No hay peor cosa que hablar de lo que no se sabe. El señor Walker es abogado. De economía no sabe nada. Pizarro lo ha calado y callado bien. El resultado grueso de la Concertación es que tenemos un país que aumentó su dependencia económica y su soberanía política. Hemos continuado a ser basicamente un país exportador de materias primas. O sea, a cumplir el rol al que destinan los países ricos a los pobres del mundo. Sin ciencia ni tecnología, herramientas sin las cuales no hay progreso ni competividad ni innovación. Aislado en A. Latina negando eternamente la necesidad de alianzas regionales fuertes para mejor posicionarse en la economía mundial. Igual que hace 100 años atrás.
    La máxima ironía de los dichos de Walker quien defiende el modelo chileno como exitoso para Chile durante la Concertación, es que fue Ministro importante del gobierno de Ricardo Lagos, hombre al que la Derecha chilena reconoció como uno de los suyos. Es decir, el defiende un modelo sin duda exitoso para los ricos de Chile como la realidad lo demuestra palmariamente.

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