Medio Ambiente

Un año de catástrofes que van a más

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 35 segundos

Este 2024 estuvo caracterizado por la llegada de la tormenta sistémica a las grandes ciudades, algo que no suele suceder, ya que los desastres suelen afincarse en áreas rurales. La cara más visible de la tormenta, sin considerar guerras ni represiones, fueron incendios e inundaciones.

Las inundaciones en Río Grande del Sur colapsaron la ciudad de Porto Alegre, causando centenares de muertos y desaparecidos, afectando a 2.4 millones de personas y a 478 de los 495 municipios del estado. Es poco frecuente que grandes ciudades sean completamente inundadas: la región metropolitana de Porto Alegre cuenta con más de 4 millones de habitantes.

El aeropuerto internacional estuvo cerrado durante ocho meses, mientras cientos de miles de personas fueron evacuadas, quedaron sin agua ni electricidad. La tremenda riada en Valencia, España, provocó más de 200 muertos y enormes destrucciones, a la que deben sumarse inundaciones en varias regiones de Asia. Si nos focalizamos en los incendios en América Latina, los datos son espeluznantes.

Sólo en Brasil hubo más de 50 mil incendios que afectaron 37.5 millones de hectáreas, pero el humo tóxico cubrió 60 por ciento de la superficie del país, unas 500 millones de hectáreas (más del doble de la superficie de México). El Pantanal, mayor humedal del mundo, fue duramente afectado. La megalópolis de Sao Paulo, con 24 millones, fue seriamente dañada por la contaminación provocada por los incendios. En Bolivia fue peor aun, si se comparan superficie y población.

A mediados de año había 36 mil 800 focos que arrasaron más de 10 millones de hectáreas. En ambos casos se registró una progresión de incendios en relación con años anteriores. La quema está directamente relacionada con la expansión de la frontera agrícola, por el deseo de acumular más y a mayor velocidad. “Hay una dinámica de fieras sueltas, de fieras humanas”, sentencia Silvia Rivera Cusicanqui.

La socióloga boliviana alude al bosque chiquitano, que sufrió cuatro incendios consecutivos, al punto que “ya no sabemos si es posible que ese bosque se regenere algún día”. El aumento de las personas que migran es otra de las caras de la tormenta. Pese al increíble aumento de las detenciones de migrantes en México (en los cinco primeros meses de 2024 se multiplicaron por tres), las caravanas siguen creciendo en cantidad y masividad.

Es evidente que la mano dura de los gobiernos de Morena no puede doblegar la desesperación de millones, potenciada por la miseria y el clima. Estos pincelazos no alcanzan a dar una imagen real de la tragedia, de la sumatoria de catástrofes que ya se instalaron entre nosotros. La cuestión más importante, desde las resistencias de abajo, es cómo los pueblos vienen enfrentando esta situación.

Todas las situaciones descritas se relacionan directamente con la guerra de despojo del capital contra los pueblos y poblaciones. Todos sabemos las causas de los desastres climáticos, pero una vez pasado el peor momento, las personas siguen con su vida normal de consumo y más consumo. No hay la menor tensión para un cambio en la forma de vivir, salvo para pequeños colectivos y un puñado de personas.

La inercia es más fuerte que las reacciones ante la percepción del desastre. La segunda cuestión es que la mayoría sigue confiando en los estados. En Porto Alegre las fuerzas armadas se movilizaron para “salvar” algunas personas pero, sobre todo, para impedir que la desesperación provocara desórdenes. Cuidaron más la propiedad que la vida. Así sucede cuando no estamos organizados, lo que lleva a depender de los poderosos.

Las poblaciones siguen confiando, activa o pasivamente, en el mismo sistema que está destruyendo sus vidas. Ante esta realidad, no hay propaganda ni argumentos que puedan modificar conductas. Sólo nos resta predicar con el ejemplo, convertirnos en referencia para esos millones que no tienen salida, que son las y los de abajo, quienes viven en las periferias de las ciudades entrampadas por la especulación inmobiliaria, una de las peores caras del despojo.

El mejor ejemplo que conozco es de la Teia dos Povos en las inundaciones de Porto Alegre. Organizaron caravanas que recorrieron 14 comunidades de pueblos negros, indígenas y de periferias urbanas. Abrieron tiempos de encuentro y de reflexión, además de acoger familias desplazadas y apoyarlas con alimentos y agua, y en la reconstrucción de sus viviendas. “La inundación es utilizada por los de arriba para desterritorializar, matar, lucrar. Racismo ambiental.

Negacionismo. Sin embargo, nos miramos con la conciencia de que los negros, los indígenas, los pobres y los trabajadores viven esta desesperación desde hace siglos” (teiadospovos.org, 17/6/24). Se trata de fortalecer los corazones colectivos. Como dijo Mãe Preta, mujer, mayor, quilombola: “Incluso cuando suceden cosas malas, a nosotros no nos sucede lo peor”. Sencillamente, porque están organizados.

Raúl Zibechi

Sociólogo uruguayo

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *