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Una reflexión político cultural sobre la fiesta de “Pascua”

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“Levántate! Huye a Egipto con el niño y su madre -dijo el ángel-.

Quédate allí hasta que yo te diga que regreses,

Porque Herodes buscará al niño para matarlo”.

(Mt, 2.13)

 

Esta situación de amenaza, en la que un niño con su familia tienen que huir, asumiendo esa condición del desplazado, del migrante, por razones vitales amenazadas por la tiranía de quien tiene el poder de decidir nuestra muerte. Esto es el necro poder, esa forma de administración político-jurídica que administra y dispone no sólo de nuestra forma de vida sino que también de nuestra forma de muerte. Problema universal que suele presentarse en lo extendido de nuestra geografía mundial, esa injusticia terrible que atenta sobre distintos ciudadanos, aunque claramente es propia del dominado que padece el martirio desde la aceptación colectiva que le otorga a otros superioridad, eso que el viejo Aristóteles tan leído y enseñado en nuestras universidades, justificaba haciendo la similitud con la naturaleza, esto es, si es que en la naturaleza existen jerarquías, pues en las sociedades también deben existir y está bien que existan. Rousseau varios siglos después cuestionaba esa simple tesis que suponía que el sistema de jerarquías social basada en el argumento de la naturalización era un daño para la igualdad, mostrándonos que ese argumento no era natural sino que era un razonamiento más bien de un época histórica. Importante giro la comprensión de que el sistema de jerarquías tiene una base histórica más que natural, dado que si asumimos que es histórica podemos practicar el intento de transformar a la sociedad en algo más igualitario.

El nacimiento de Jesús ocurre en tiempos de dominación y años más tarde él se transformará en el liberador, imagen recurrente en la teología cristiana neo y veterotestamentaria que fundamenta la producción intelectual de un modo de hacer teología bastante latinoamericano desde lo que se llamó la “teología de la liberación” desde la década de los setenta años de las crudas dictaduras dirigidas desde Estados Unidos por esa fuerte agenda de pugna ideológica política que fue parte de la Guerra Fría. Curiosamente la popular “noche de paz noche de amor” que cautiva con un cumulo de emociones parece que logra suspender nuestra conciencia alejándola de la realidad violenta que permanece en esas guerras que son parte de la pugna por el orden mundial o planetario. Tal vez deberíamos escapar a Macondo, ¿cómo va a ser posible que no haya ningún lugar en el mundo en el que podamos vivir mejor alejándonos de la violencia? Ya sólo la pregunta cuenta como una posibilidad de la función utópica que permite un ánimo de resistencia que permite la búsqueda de una forma de vida mejor que al menos debería ser un anhelo en nuestra condición humana.

 

La reflexión ofrecida en el título es política, pero también cultural. Ya apartados del lenguaje teológico podemos decir que en Chile se celebra “la pascua”, así se le llama popularmente y sobretodo en el campo chileno. La pascua es una manifestación de chilenía, se vive, como sea en todos los hogares, descontando por cierto, esos terribles hechos más ocultos en que estarán maltratando niños y mujeres o crímenes violentos que sucede cotidianamente, a veces captados por las cámaras y otras en plena invisibilización. Así y todo, en lugares se encenderán las parrillas, en otras los hornos, en algunas mesas aparecerán curiosamente los pavos que según recuerdo en nuestra comida tradicional campesina es más propio del invierno, sonarán los molestos fuegos artificiales, esos que aquí en Santiago suenan casi todas las noches, que por cierto están prohibidos por el peligro que representan para accidentes e  incendios, violencia contra los perros, contaminación acústica, etc, mezcladas sonarán cumbias y reggetones junto a algunos villancicos, entre ellos El Burrito Sabanero que desplazó a Rodolfo el Reno.

Los villancicos son un género musical que ha tenido una creciente aceptación, todos seríamos capaces al menos de cantar o tararear un par de éstos. Grandes artistas mundiales cada año se van sumando con la interpretación de estas particulares canciones. Por cierto, aunque mucho menos conocidos también hay villancicos que se han hecho para expresar nuestra identidad o “chilenía”. Quiero destacar una composición musical tituta la “Auto Sacramental por Navidad: Escritura y Canto de Chilenía” (2000) escrito por Fidel Sepúlveda Llanos y con música de Gastón Soublette en un cuaderno que integra dibujos de Melton Prior de finales del siglo XIX que fueron parte de un reportaje sobre Chile que son parte de las crónicas de The Ilustrated London News. Esta obra es claramente religiosa y también folclórica, surge al amparo del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, lugar de trabajo de ambos autores, en donde aportaron con diferentes trabajos rescatando la cultura popular desde la peculiar mirada que poseen.

Dice Sepúlveda en este escrito que los distintos cantos al nacimiento de Jesús en la tradición cristiana y fuera de ésta, no sólo es por referencia al hecho celebrado sino que la rememoración de este hecho permite “el nacimiento a otra perspectiva de existencia de cada uno y de todos los celebrantes”. Lo que nos quiere decir es que nuestro ser en esta fiesta de pascua conmueve nuestro ser individual y colectivo. El texto introductorio nos aporta una serie de versos recopilados que son parte de la escritura poética popular que fueron escritos conmemorando el nacimiento que rescata la fe cristiana, asentada en ese proceso de dominación colonial que instaló creencias religiosas que son parte del cristianismo ajeno a las prácticas espirituales más ancestrales en nuestro territorio. La pascua chilena adquiere junto a manifestaciones más propias de la exaltación del consumo, una dimensión de carácter más propias del ámbito espiritual.

El Auto Sacramental por Navidad está compuesto en escena por un narrador, un coro y personajes como el pescador, el campesino, el minero, el muchacho. La música fue compuesta por Soublette, quien aprendió parte del oficio de compilador musicológico del folclor en contribuciones con Violeta Parra lo que permitió conocer la tradición de los cantores populares y el romancero, son esas las sonoridades y las melodías que acompañan lo musical. Así la obra asume un orden de estructura regido por cánones de la música tradicional. Siendo intervenida finalmente por Víctor Alarcón por su experticia en dirección coral con una contundente presentación en la Catedral de Santiago la víspera navidad de 1999. Un trabajo de larga aliento que tendría sus primeros bosquejos desde el año 1973.

Esta reflexión sobre la popular celebración de la pascua insinúa algunas consideraciones políticas y culturales que son parte de la memoria colectiva. Sentimientos como la misericordia, la solidaridad y el amor por la familia, tienen una presencia especial en esa noche, en que pareciera que la violencia no existe. Las emociones y la persuasión de los afectos también son un campo político en disputa, como bien lo saben las grandes empresas dedicadas a la manipulación de la información orientadas a los créditos electorales que habitualmente determinan modos de vida simples y ajenos, lejos de esa memoria que nos refleja parte de los que somos.

 

Alex Ibarra Peña.

Dr. En Estudios Americanos.

@apatrimoniovivo_alexibarra

 

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