Política Global

Un genocidio entre dos crisis

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Cuando personajes prudentes como el secretario general de la ONU o el ex diplomático español Miguel Angel Moratinos, dicen que “la humanidad ha abierto las puertas del infierno” al ignorar el calentamiento global e incumplir los objetivos impuestos, y que nos encontramos “al borde de la Tercera Guerra Mundial”, expresan el mero sentido común de cualquier persona despierta.

Efectivamente, en comparación con situaciones del pasado el mundo de hoy es peligroso por la combinación y correlación de dos crisis, la una dentro de la otra: la crisis del declive Occidental y la crisis del Antropoceno, o mejor dicho del capitalismo antropocénico. Es decir, todo lo vinculado al cambio global y que científicos como Antonio Turiel han expuesto aquí con gran claridad.

¿Cómo se lee lo de Gaza a la luz de la combinación de estas dos crisis?

Espejo de futuro y retrovisor del pasado

¿Qué mensaje lanza la complicidad occidental con la evidente y criminal negación del principio de igualdad entre seres humanos en el Siglo XXI que se observa allá? Sin duda un mensaje y un aviso sobre cómo la parte privilegiada de este mundo pretende “solucionar” el callejón sin salida al que nos ha conducido el sistema capitalista. Es decir: la “solución” de mantener islas de libertad y derecho estrictamente protegidas por ejércitos y armadas para, digamos, el 20% de la población mundial, y excluir, recluir, y si es necesario exterminar, al resto en zonas, humana y ambientalmente, desastradas. El sociólogo Immanuel Wallerstein decía que esto podía no ser muy diferente del orden pregonado por Hitler y los nazis.

En nuestro futuro inmediato, grandes cantidades de personas van a ser desplazadas por el cambio climático. Así que hay que preguntarse ¿qué pasará con el impulso, la complicidad y el consenso genocida de los gobiernos euroamericanos y sus medios de comunicación que se está viendo en el caso de Gaza, en la perspectiva de una crisis que destruye grandes zonas habitadas del planeta?

En la cumbre COP 28 de Dubai el Presidente colombiano, Gustavo Petro, dijo:

«El desencadenamiento del genocidio y la barbarie sobre el pueblo palestino es lo que le espera al éxodo de los pueblos del Sur desatado por la crisis (…) “lo que el poder militar bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur cuando por la crisis climática quedemos sin agua; la antesala de lo que desencadenará sobre el éxodo de las gentes que por centenares de millones irán del sur al norte”.

A juzgar por lo que estamos viendo en Gaza es muy poco probable que la violencia, mucho más prolongada y lenta, que experimenta (y experimentará en una medida mucho mayor en el inmediato futuro) la mayoría mundial como consecuencia del colapso ecológico y el cambio climático, suscite algún tipo de simpatía por parte del establishment occidental. Esto no es solo una predicción. Es también un ejercicio de memoria histórica.

Esta brutalidad tiene precedentes en las sociedades europeas más sofisticadas y cultas. Caracterizó la colonización euroamericana del «Nuevo Mundo» en la que los colonos europeos mataron a más de 55 millones de indígenas en América del Norte, Central y del Sur a lo largo de cien años, hasta el «periodo civilizador» de los siglos XIX y XX, durante el cual Occidente llevó a cabo las más brutales y salvajes campañas de violencia y exterminio en todo el mundo bajo la bandera de la modernidad y el desarrollo, particularmente en África y Asia, pero también incluso dentro de las propias fronteras europeas. Hacer en Europa algo que en los territorios coloniales no era nada excepcional, fue lo que convirtió a los nazis en criminales, como observó el fundador de la India moderna Jawāharlāl Nehru en un libro escrito en 1942 en una prisión colonial británica.

El racismo colonial de Occidente es el nexo cultural e ideológico de las potencias occidentales con Israel, el “valor europeo”, si se quiere, que explica la complicidad y la evidente negación del principio de igualdad entre seres humanos en el Siglo XXI.

La comprensión ante el “derecho a defenderse” de Israel en países como Alemania, Francia o Inglaterra, es resultado directo de la común historia colonial. Al fin y al cabo ¿qué está haciendo Israel en Palestina que no hiciera Francia en Argelia e Indochina cuando los de mi generación eramos niños? ¿ O Inglaterra en la India de lo que Mike Davis llama el “holocausto tardo-victoriano”? ¿O Alemania con el genocidio herero y namaqua en la actual Namibia a principios de siglo, cuando nuestros abuelos eran niños?

“Gaza”, dice Petro, “es el espejo de nuestro futuro inmediato”. Y me permito añadir: también el retrovisor de nuestro pasado.

El día 10 intervino en la Universidad de Gerona Raji Sourani, fundador del Centro Palestino para los Derechos Humanos, y dijo que la lucha contra el genocidio de Gaza es la lucha por el futuro de la humanidad. No sé si Sourani pensaba en el escenario de una Gaza planetaria, pero su afirmación es indiscutible.

Declive y solución militar

Entremos ahora en el segundo aspecto, la mencionada “crisis del declive occidental”. ¿Qué contiene ese concepto?

Texto de libre acceso en: https://repositori-api.upf.edu/api/core/bitstreams/acf681b4-3bee-4807-8f2f-d2d719c2f698/content

 

Esa crisis consiste en el intento del Norte Global (categoría que incluye a Rusia) de solventar su pérdida de peso en el mundo por medios militares. Todos sabemos, por ejemplo, que la economía de Estados Unidos, que en 1945 representaba casi la mitad de la economía mundial, hoy solo representa el 15% del PIB mundial. Y que toda una serie de países que entonces no contaban nada, hoy son potencias emergentes que van a más.

En ese contexto veamos la reacción de quienes van a menos.

Rusia. Es obvio que pese a su recuperación de los últimos años, la tendencia le afecta de pleno, porque todo el mundo entiende que por muy bien que le vayan las cosas nunca volverá a tener la potencia que alcanzó con la URSS, cuando entre los ríos Elba y Mekong había regímenes inspirados en el soviético. En 1991, poco antes de morir, el extraordinario etnógrafo soviético Lev Gumiliov, hijo de dos de los mayores poetas rusos del siglo XX, Nikolái Gumiliov y Anna Ajmátova, expuso la cuestión con gran claridad al anunciar el inicio de “la gradual decadencia de la étnos rusa, y, transcurrido cierto tiempo, su salida de la escena de la historia, pero, afortunadamente, tenemos algunos siglos por delante para construir y moldear”. Gumiliov sugería con ello que, en cualquier caso, el futuro de Rusia sería la administración de su ocaso. En la Rusia de hoy creo que eso es algo comúnmente aceptado y precisamente por eso, se busca administrar el declive reformulando su posición en el mundo.

La elite rusa ya no quiere integrarse en Europa, donde solo le ofrecían un papel subalterno incompatible con su identidad de gran potencia, sino vincularse a la pujante China y al Sur Global emergente. Cree que mediante una alianza con Pekín y potenciando el movimiento de los Brics y las relaciones con el Sur global que estuvo en buena sintonía con la URSS, logrará mantener mucho mejor su soberanía a medio y largo plazo en un mundo multipolar con varios centros de poder.

La guerra de Ucrania rompe una tendencia de 300 años en la historia de Rusia, la del enfoque hacia Europa de Pedro el Grande, en el siglo XVIII, y al mismo tiempo otorga a la crisis de su régimen bonapartista una prórroga para transformarse, mediante un nuevo contrato social con su población que está siendo formulado bajo la certeza de un endurecimiento del autoritarismo y la promesa de una mayor nivelación social.

La Unión Europea. Fue una fórmula en la misma lógica de preservación: una serie de antiguas potencias coloniales venidas a menos que se unen para poder seguir siendo dominantes. Pero, de momento, el experimento solo ha logrado situarlas en el papel de “ayudante del Sheriff”.

 

La guerra de Ucrania fortalece su dependencia, política, militar y económica, de Estados Unidos, pero las incertidumbres del segundo mandato de Trump siembran el desconcierto entre los vasallos. En el orden interno sus estados miembros pierden nivelación social, soberanía y sustancia representativa por haber delegado competencias a instituciones oligárquicas no electas que gobiernan el conjunto: el Banco Central Europeo, en política económica y monetaria, la OTAN, en política exterior y de defensa, y la Comisión Europea en casi todo lo demás relativo a gobernanza. Lo menciono para comprender de paso que la distancia de todo esto con los regímenes autoritarios, autocráticos, de partido único, o como se quiera definir, es mucho menor de lo que nos explican.

Estados Unidos. Aunque algunos de sus mandatarios digan que quieren “hacer América grande de nuevo” – MAGA ( lo que sugiere cierto reconocimiento de decadencia) básicamente no aceptan el propio enunciado del problema – el declive – y quieren mantener mediante la guerra la ilusión de dominio unipolar en solitario soñada tras el fin de la guerra fría. Ven a China como el enemigo principal y el pulso con Rusia y la sumisión de la Unión Europea como parte de ese combate con China. En el orden interno hay división en el establishment de Washington sobre la táctica a seguir, pero no en el objetivo estratégico de preservarse como número uno, y continuar sirviendo a los intereses de los más ricos.

Como denominador común a los tres, diremos que el impulso guerrero une todos estos propósitos en los tres escenarios: Europa, Oriente Medio y Asia Oriental.

Si en el caso de Rusia y Estados Unidos, se entiende la lógica de sus respectivos objetivos y ambiciones, en el caso europeo todo parece mucho menos racional. Y eso pese a que es en Europa, de donde partieron dos guerras mundiales, donde el escenario bélico está ahora más candente.

En los tres escenarios las potencias implicadas son potencias nucleares. En Europa: Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Rusia. En Oriente Medio, Estados Unidos e Israel. En Asia Oriental, Estados Unidos, China, Corea del Norte y Rusia. Eso define un peligro aún mayor que el de aquella época en la que las superpotencias capaces de destruir el mundo solo eran dos.

Como recuerda el reloj del juicio final, del Bulletin de los físicos nucleares de la Universidad de Chicago, asistimos a las tensiones nucleares más peligrosas desde la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. Después de aquella crisis se estableció un cuerpo de normas y acuerdos – firmados o implícitos – sobre conductas y zonas de influencia entre las dos superpotencias nucleares que contribuyeron a evitar el desastre de una guerra nuclear. Hoy todo ese entramado argumental y diplomático, tratados de control de armamentos y desarme, o se ha desmontado en las últimas décadas (siempre a iniciativa de Estados Unidos), o es ignorado con gran ligereza por responsables políticos que ya carecen de experiencia biográfica generacional de guerra. Estamos asistiendo a la ruptura del canon de la guerra fría en materia de relaciones entre superpotencias nucleares, sin que nada lo haya sustituido.

Principios importantes de aquel canon eran no colocar junto a las fronteras del adversario nuclear recursos militares capaces de anular su disuasión y no avanzar alianzas militares hostiles. Ambos se han violado en Europa.

A partir de 1992 los neocons proclamaron que habían ganado la guerra fría, pensaron que podían afirmar un poder hegemónico exclusivo y sin cortapisas en el mundo y se lanzaron a reordenarlo. Muchos estrategas de Estados Unidos dijeron que era un error y los hechos demostraron que tenían razón: el resultado fue un gran desorden en Oriente Medio que ahora se extiende como guerra en Europa y gran aumento de las tensiones con China en Asia Oriental. Hablo de “desorden” pero las cifras sugieren que se debe emplear un término más próximo a lo criminal: desde el 11 de septiembre de 2001 neoyorkino, la guerra continua desatada por Estados Unidos y sus aliados -en Afganistán, Irak, Libia Yemen, Siria, etc – ha gastado 8 billones de dólares (dos veces el PIB de Alemania) para ocasionar entre 4,5 y 4,7 millones de muertes (directas e indirectas) y 38 millones de desplazados. En Ucrania tenemos centenares de miles de muertos, en su inmensa mayoría soldados, y en ambos bandos, dos ejércitos de mutilados, viudas y huérfanos. Obviamente en el caso de Ucrania, como en el de Siria, no toda, pero si la principal, la responsabilidad es de Estados Unidos. Podemos escribir un libro sobre las responsabilidades rusas y ucranianas en el conflicto y discutir el reparto, pero lo que es indiscutible es que la iniciativa, el vector principal, es americano, euroamericano si se considera el seguidismo de la Unión Europea.

Ahora, entre el nerviosismo europeo por la victoria de Trump y ante la posible perspectiva del envío de tropas de la OTAN a Ucrania, asistimos a la reformulación de la política nuclear rusa. Se constata que la condición de Rusia como superpotencia nuclear ya no da miedo, ese miedo que evitó la guerra nuclear en el pasado, y que, por tanto, para Rusia es imperativo recuperar ese miedo para evitar una catástrofe mayor. En ese contexto se sitúa el uso demostrativo de nuevas armas hipersónicas que no pueden ser interceptadas como el misil “Oreshnik”. Hay que tener en cuenta, además, que la historia del pulso nuclear entre las superpotencias de la guerra fría estuvo llena de situaciones que escapaban a la voluntad de sus líderes y que se resolvieron por el azar o el sentido común de personajes insignificantes. Por todo ello es imperativo preguntarse hoy por este tipo de peligros.

Guerra, tiempo y estupidez

Con todo este peligro nuclear, al igual que con muchos otros problemas globales, como la desigualdad social y regional, o la superpoblación, se puede convivir. Convivir peligrosamente, podríamos decir. Pero se puede. De hecho, medio siglo de guerra fría bajo la amenaza de la Destrucción Mutua Asegurada (Mad), así lo demuestra. Pero a diferencia de la amenaza que supone el arma nuclear, la crisis del calentamiento global es algo que conforme no haces nada para atajarla, aumenta. No se puede convivir con ella sin entrar en desastres como la hipótesis genocida del Presidente Gustavo Petro.

Así que, ahora, cuando los tiempos exigen una estrecha y urgente concertación internacional, en primer lugar entre Estados Unidos y China para atajar la crisis climática, la guerra, el guion de los imperios combatientes, ya no es el desastre criminal que siempre fue, sino que además es una estupidez. Mientras se hace la guerra se pierde un tiempo del que no disponemos como especie. Por eso siempre digo que si un extraterrestre observara nuestra situación, concluiría que los dueños de este mundo peligroso han perdido la razón.

 

 

Rafael Poch de Feliú

(*) El texto sigue las notas de la charla impartida el 13 de diciembre en el Ateneo de Figueres.

(Publicado en Ctxt)

Corresponsal internacional durante 35 años, la mayor parte de ellos en URSS/Rusia (1988-2002) y China (2002-2008) para La Vanguardia. También fue corresponsal en Berlín, antes y después de la caída del Muro, y en París. En los años setenta y ochenta, estudió historia contemporánea en Barcelona y Berlín Oeste, fue corresponsal en España de Die Tageszeitung, redactor de la agencia alemana de prensa DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983 – 1987).

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