La Deuda Histórica de los profesores y la decadencia de un gremio
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El arreglo para la solución de la deuda histórica de los profesores es equivalente al arreglín para las ISAPRES. En ambos casos a los estafadores les salió regalado.
Si las ISAPRES tuvieron a su lado al sistema político que impulsó y permitió soberana estafa, en el caso de los profesores con una deuda que el Estado podía y debía pagar de mejor manera, quienes lo permitieron fueron los dirigentes del Colegio de Profesores.
La Deuda Histórica de los profesores se remonta al tiempo en que la dictadura de Pinochet traspasó las escuelas del Estado a la administración municipal, quitándole a los profesores su carácter de empleados públicos. Es decir, se les negó lo dispuesto en el decreto ley 3.551 lo que redujo sus salarios y les generó un daño previsional que hace que esos docentes hoy perciban pensiones miserables.
Los cálculos del Estado durante la administración de Michelle Bachelet consideraban en 10 mil millones de dólares la deuda. Los dirigentes gremiales de entonces llegaron a un acuerdo de que esa deuda fuera servida a los docentes mediante un bono único de diez millones de pesos, y un arreglo general de las pensiones mediante un monto fijo.
Luego, como resulta comprensible y explicable, ese acuerdo fue desconocido por la propia presidenta socialista Michelle Bachelet.
¿Cómo fue posible que se llevara a los profesores a aceptar un monto indigno, muy lejano a su real dimensión si el piso debió ser lo que se había alcanzado antes?
Aquí entra al ruedo la descomposición de los gremios, sindicatos, centrales y, en general, las organizaciones que se crearon para la defensa de los trabajadores.
Digamos que los avances que han tenido los trabajadores en sus condiciones laborales, de bienestar, vacaciones, aguinaldos, horarios, descanso dominical, fuero maternal, indemnización por despido, gratificaciones, días laborables, y lo que usted quiera, han sido producto de largos años de luchas.
Jamás el capitalismo, los poderosos, la burguesía ha regalado ningún derecho de los que gozan los trabajadores. Todo avance, por poco que haya sido, fue porque los trabajadores agrupados en sus organizaciones impulsaron luchas decididas para presionar por justicia y derechos. Y en esas épicas jornadas quedaron muchos muertos por las balas policiales y militares, pero de las que surgieron históricos, valientes y consecuentes dirigentes.
Que es lo que no se ve en estos tiempos: ni lucha ni logros ni dirigentes. Solo retrocesos en derechos y dignidad.
Las organizaciones de trabajadores han tendido a desaparecer en estos decenios de supuesta recuperación democrática, luego de los diecisiete años de la dictadura. Lo que no hizo Pinochet lo haría lo que vino.
La dictadura clausuró la industria nacional, privatizó las riquezas de todos los chilenos, vendió al extranjero lo que pudo, estafó y volvió a estafar a los trabajadores con su sistema de AFP, y desconoció derechos ganados.
Y esa labor fundacional fue perfeccionada por cada uno de los gobiernos que le sucedieron, incluido este que se suponía, y se ofrecía, como el que terminaría con el neoliberalismo por decreto.
En esa transición, y como cuestión necesaria, las organizaciones sindicales y gremiales vieron limitadas sus acciones mediante leyes de apariencia inocente, pero que traían contundentes medidas contrainsurgentes que apuntaban a limitar, cuando no a terminar, con el derecho de asociación y el alcance de las gestiones sindicales y gremiales.
Y cuando ya la ley hizo lo que tenía que hacer, vinieron los dirigentes que solo han usado a sus organizaciones para su beneficio personal, cuando no partidario.
La Central Unitaria de Trabajadores es un edificio decadente que está en Alameda mirando hacia La Moneda.
Así, llegamos al Colegio de Profesores que en algún momento fue el gremio más grande del país, pero que, sin embargo, no ha movido un dedo en el debate educacional. El sistema, es decir, el Estado y los privados que lucran con los derechos de los niños, han hecho lo que han querido.
Desde hace tiempo el gremio de los profesores está en manos de quienes lo van a terminar. Y mientras tanto, han entregado una de las más preciadas luchas de los docentes que han sostenido sobre sus hombros el sistema educacional de los más pobres: la Deuda Histórica.
Resulta evidente que ni siquiera negociaron, ni mucho menos dispusieron a los afectados por esa estafa a pelear por una mejor solución. Lo que aceptaron recibir ni siquiera es una vigésima parte de los que debería ser. Y dejar la respuesta en manos de los afectados no solo revela lo inútiles de los dirigentes nacionales que debieron hacer algo más que aceptar buenamente lo ofrecido, sino que abusa de la situación de pobreza de los afectados, llenos de deudas y con situaciones aflictivas que esa miseria ni siquiera resolverá.
Ese dinero se escurrirá por entre las manos y luego se quedarán sin siquiera una esperanza: será un caso cerrado, para alegría de los poderosos.
De pelear por mejores soluciones, de movilizar a los profes en el espíritu de ese pequeño puñado de viejos que han sostenido su lucha cada jueves, llueva o queme el sol, por años frente de La Moneda, de movilizarse solidariamente por los más afectados, de haber negociado unos pesos más, ni hablar.
La miserable solución a la Deuda Histórica devela la también miserable condición de lo que fue un gremio heredero de la AGECH, que no es muy diferente a las de todas las organizaciones de trabajadores: han desaparecido de la esfera que les compete en la defensa de los trabajadores en momentos en que arrecia el neoliberalismo, cuyas fauces se alimentan precisamente de la precariedad de quienes viven de un trabajo.
La educación es el dispositivo por el cual el sistema reproduce sus conceptos de dominación. Nada se cambia a partir de ahí, tal como ha quedado demostrado en medio siglo. La educación es el síntoma de una sociedad, no su remedio. Y en esas definiciones elementales los dirigentes docentes aparecen más como signatarios y cómplices de un orden injusto, que férreos defensores de un concepto humano de educación, es decir, de sociedad.
Se los ganó la cultura neoliberal, los patrones, el acomodo, la dejación. Los cautivó el enemigo.
Acudimos a la ausencia perfecta de una política, de un par de ideas, de una pulsión capaz de entender el tiempo que se vive, del rol de los trabajadores en la construcción neoliberal, de argumentos de principios que propongan alternativas.
Y en el caso de los profesores, la falta absoluta de un horizonte de lucha que los disponga a enfrentar una sociedad en la que su rol es la de cuidadores, entregadores de materias, de reproductores inactivos de la perversa función represiva de un orden que los desprecia y anula.
Todo eso y más, responsabilidad de dirigentes si ningún compromiso que no sean sus propios intereses y bienestar.
Ricardo Candia Cares