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Oreshnik visita Yuzhmash

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Moscú demuestra que puede incrementar su disuasión sin usar armas nucleares y responder a la escalada de sus adversarios, ampliando de paso las grietas en las instituciones europeas que juegan a la ruleta rusa.

 

El 21 de noviembre los diversos explosivos de un nuevo misil hipersónico ruso, el famoso “Oreshnik”, impactaron en la ciudad ucraniana de Dnipropetrovsk (rebautizada Dnipró por Ucrania). El objetivo era la fábrica de misiles “Yuzhmash” de esa ciudad. Desde entonces, ni Ucrania ni la OTAN han ofrecido imágenes de las consecuencias del ataque. Ningún periodista ha podido acercarse al lugar y el acceso a la zona está estrictamente vigilado.

En 1994, hace ahora treinta años, visité esa fábrica, centro neurálgico de una ciudad cerrada a los extranjeros hasta el fin de la URSS. En tiempos soviéticos Dnipropetrovsk fue una “ciudad enchufada” del complejo militar industrial, es decir privilegiada desde el punto de vista del abastecimiento, con muchos menos problemas de consumo y servicios que la más que precaria media del país.

”Yuzhmash” fue la mayor fábrica de misiles del mundo. Había sido creada en la posguerra por Stalin para fabricar 2000 unidades anuales de los V-1 de Hitler, pirateados a los alemanes tras la segunda guerra mundial. En los años setenta y ochenta la fábrica de Dnipropetrovsk producía los temibles misiles pesados intercontinentales SS-18, a los que se conocía como “Satán”. Al igual que los SS-24, los SS-18 fueron proscritos en 1993 por el acuerdo bilateral de desarme estratégico con Estados Unidos, Start II. El recinto de Yuzhmash se extendía por 600 hectáreas y en el trabajaban 60.000 obreros, técnicos e ingenieros.




Decir que la Ucrania de 1994 era “un país en crisis” es no decir nada. Como en Rusia, se vivía de la economía sumergida y el trapicheo, mientras la élite se llenaba los bolsillos con la llamada “privatización” del patrimonio nacional y sus ingentes recursos. En aquellas condiciones me interesaba la reconversión de gigantes como “Yuzhmash” y la lucha por la vida en una ciudad ex industrial de millón y medio de habitantes, ¿cómo se las apañaban para seguir funcionando?

“¿Reconversión?, no me haga usted reír”, me dijo un obrero. “Antes aquí fabricábamos a Satán, y mientras Satán estuvo de guardia a nuestro país se le respetaba en el mundo entero. Ahora hacemos bicicletas para niños y metralletas de juguete y la CIA se ríe de nosotros. No digo que no hubiera que desarmarse, pero no nosotros solos ni sin que ello significara malograr nuestra potencia científico-técnica”. El tono de la gente era mas bien depresivo pero se seguía tirando. Aleksandr Kochetkov un ingeniero de cohetes que se había reconvertido en técnico de video y televisores en una de las empresas creadas en el interior de “Yuzhmash” explicaba que allí se continuaba haciendo alta tecnología, por ejemplo construyendo cohetes civiles “Ziklon”, basados en los SS-18 y utilizados para poner en órbita satélites civiles o militares de dieciocho toneladas. “Son mucho mejores que los “Arianne” que utiliza la Agencia Espacial Europea, pero no por ello los mercados europeos se abren a nuestra tecnología, al revés: nos temen y nos cierran todas las puertas posibles. No nos quejamos, pero ya hemos aprendido la amarga lección de lo que es el mercado”, decía el ingeniero.

En 1994 “Yuzhmash” seguía siendo algo muy importante para Ucrania. Su director general hasta 1992, Leonid Kuchma, fue primer ministro y luego presidente del país. Ignoro cómo evolucionó la fábrica en los años y décadas siguientes, pero al parecer en años recientes los americanos metieron mano y en tres de sus enormes talleres subterráneos había actividad industrial militar importante. La fábrica, como lo que el primer productor alemán de armas, el gigante “Rheinmetall”, está construyendo enterrada en las montañas de los Cárpatos, formaba parte del intento de la OTAN de potenciar la industria de defensa ucraniana. Según los rusos en el ataque contra “Yuzhmash” del 21 de noviembre esos tres talleres han sido destruidos.

Los políticos y comunicadores rusos están eufóricos con “Oreshnik”. Las imágenes de la supersónica lluvia de explosiones sobre la fábrica de la OTAN en Dnipropetrovsk se han difundido hasta la saciedad en los medios de comunicación rusos. El volver a ser temibles les produce a sus amos verdaderas erecciones mentales. Más allá de geopolíticas y dialécticas de imperios combatientes, sicológicamente dar la sensación de que habían perdido la credibilidad de la apocalíptica amenaza que tenían con la URSS, les producía una acomplejada orfandad que llevaban muy mal. Este nuevo misil ha tenido en su organismo el efecto del sildenafilo, el componente de viagra que activa su miembro viril. Oreshnik atraviesa hasta cuatro búnkeres subterráneos del más sólido hormigón y desde su velocidad de impacto, diez veces superior a la del sonido, es capaz de crear una temperatura de hasta 4000 grados, solo un poco menos que la de la superficie solar, que convierte en ceniza su entorno, explicó el jueves el Presidente Putin en la cumbre de Astaná (Kazajkstán) de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la alianza militar postsoviética.

En la cumbre de Astaná, Putin dijo lo siguiente: que él ya había advertido a la OTAN sobre el uso de misiles de largo alcance contra territorio ruso; que Rusia se había visto obligada a utilizar el “Oreshnik” en respuesta a las acciones del adversario; que los misiles hipersónicos rusos no tienen análogos en el mundo y que su producción se está incrementando que Rusia produce diez veces mas misiles que todos los países de la OTAN juntos y que en caso de una utilización masiva de misiles “Oreshnik” su potencia es comparable a la del arma nuclear, pero sin contaminación radiactiva.

Con estos anuncios Rusia no solo reivindica su potencia viril ante sus inciertos socios de Astaná, sino que ha dejado claro que es capaz de proseguir la escalada militar en Ucrania, y que puede hacerlo creando una disuasión más que considerable sin recurrir al arma nuclear. Además, la OTAN puede ser atacada sin necesidad de golpear países miembros. Reventar la fábrica “Yuzhmash”, o la que Rheinmetall está excavando en los Cárpatos, o atacar los centros logísticos de la OTAN en Moldavia desde donde se arma a Ucrania, no activaría el mítico artículo quinto de la Carta de la OTAN en materia de respuesta conjunta frente a la agresión de un estado miembro, porque ni Ucrania ni Moldavia están en la OTAN, aunque la OTAN esté en ellas. Llevadas las cosas aún más lejos, si los europeos presuntamente abandonados por Trump se empecinan en enviar tropas a Ucrania, “Oreshnik” les puede visitar en su territorio.

Ante todo esto, la gran pregunta para los mentecatos de Bruselas, de la Comisión y del Parlamento Europeo, es ¿cómo pueden dar marcha atrás sin perder la cara?. Sobre todo cuando “perder la cara” puede significar el desmoronamiento de las instituciones con las que juegan a la ruleta rusa desde que decidieron utilizar a Ucrania como ariete para un jaque mate a Rusia que ha salido mal.

 

Rafael Poch de Feliú

 

(Publicado en Ctxt)



Corresponsal internacional durante 35 años, la mayor parte de ellos en URSS/Rusia (1988-2002) y China (2002-2008) para La Vanguardia. También fue corresponsal en Berlín, antes y después de la caída del Muro, y en París. En los años setenta y ochenta, estudió historia contemporánea en Barcelona y Berlín Oeste, fue corresponsal en España de Die Tageszeitung, redactor de la agencia alemana de prensa DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983 – 1987).

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