La izquierda debe evitar la trampa meritocrática
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El académico de la Universidad Andrés Bello y director del área de Ideas Políticas de Chile XXI, Mauro Basaure, persiste en la tesis de incorporar la meritocracia al pensamiento de izquierda. Aprovecha el intento de algunos de sus compañeros que proponen una “segunda renovación socialista”, después de esa primera renovación, de resultado insatisfactorio.
Tony Blair, en Gran Bretaña, apuntó en la misma dirección, instalando la meritocracia como un componente ideológico del laborismo. Fue una movida consistente con el viraje a la derecha que caracterizó a su gobierno, que además sirvió a la ex primera ministra conservadora Margaret Thatcher para calificar a Blair como “su mayor logro político”.
El argumento de la Thatcher que “la sociedad no existe y sólo existen hombres y mujeres individuales” fue el fundamento filosófico del neoliberalismo y abrió paso a la meritocracia, que heredó Blair con entusiasmo.
La utilización de la meritocracia en la propuesta político-ideológica del primer ministro Blair sorprendió y enojó al inventor del término, el laborista Michael Young, quién en 1958, había escrito una novela futurista, pero en la que otorgaba un sentido sarcástico y negativo a esa palabra.
Young se rebeló contra la manipulación de Blair y, en el año 2001, le exigió que eliminara de sus discursos la palabra meritocracia, ya que el significado que le otorgaba, como sinónimo de movilidad social e igualdad de oportunidades, era engañoso y ocultaba la verdad del término: la reproducción de las elites en un sistema estratificado y caracterizado por privilegios heredados. Ello hacía un flaco favor al laborismo histórico.
Parece que se vuelve a las andadas. Blair y la Tercera Vía, a pesar de su fracaso, siguen siendo referentes para cierta izquierda, complaciente con el neoliberalismo.
Así la cosas, me interesé en criticar la afirmación del profesor Basaure respecto de que el mérito debe ser “una expresión genuina de la capacidad de las personas para contribuir al bienestar colectivo” y que “debemos promover un concepto de mérito que esté al servicio de la justicia social” (El Mostrador, 31-10-2024).
Le respondí en El Desconcierto (10-11-2024), señalando que sus palabras eran vacías de contenido, porque no tenía pruebas que demostraran que la competencia meritocrática podía ser un instrumento útil en favor de la justicia social.
En su réplica, vuelve a las andadas y nuevamente, sin mayor explicación sostiene que, “…se debe transformar el mérito en una herramienta de transformación social igualitaria” y se atreve a señalar que tiene incluso un “potencial democrático” (El Desconcierto, 17-11-2024).
El asunto no funciona así. No basta con querer o creer que la meritocracia es buena porque, según él, favorece el bienestar colectivo y tiene un supuesto “potencial democrático”. Eso hay que probarlo. Hay que convencer a los demás. Los buenos deseos, como la fe, no sirven para defender posiciones. Las afirmaciones hay que sostenerlas con argumentos y Basaure no lo hace.
En segundo lugar, el sociólogo de Chile XXI, también se equivoca cuando saca de la manga el argumento que “es un error del socialismo concentrarse exclusivamente en la ayuda estatal a los desfavorecidos y no valorar el esfuerzo individual de las personas”.
Esa afirmación está muy alejada del socialismo, porque éste no reivindica la ayuda estatal a los desfavorecidos, sino que llama a la organización y lucha colectiva de los trabajadores para reducir las injusticias y desigualdades de ingreso entre el capital y el trabajo.
Al mismo tiempo, el socialismo reconoce al esfuerzo individual de las personas, explotadas en el sistema capitalista, pero los llama a organizarse para obtener reivindicaciones justas ante el Estado y el capital (y no para obtener migajas o ayuda del Estado). Y, desde luego, el objetivo final del socialismo es la transformación del Estado, y del sistema económico-social, para terminar con todas las desigualdades.
En consecuencia, la competencia individual meritocrática, que reivindica Basaure, está muy alejada del socialismo y tampoco sirve como instrumento al servicio de la justicia social. Porque en el sistema socioeconómico capitalista, hoy en su forma neoliberal, es donde se encuentran los impedimentos estructurales para que las personas de origen popular o de clase media puedan mejorar sus condiciones de existencia.
Por tanto, sin un cambio en el sistema de desigualdades e injusticias, la competencia meritocrática sólo servirá para el reconocimiento y autoafirmación de los ganadores y para la humillación de los perdedores; y, en suma, favorecerá la reproducción de las elites. Lo dijo el inventor de la palabra, Michel Young, y lo reitera hoy día, y con buenos argumentos, el destacado filósofo político Michael Sandel, en su Tiranía del Mérito.
Entonces, a diferencia de lo que piensa Basaure, el mérito no pone en peligro los privilegios heredados, ya que es empíricamente demostrable que los ingresos, riqueza y acervo cultural de los padres son determinantes en el futuro de sus hijos. Y, sin modificar el actual sistema económico de injusticas y desigualdades, la posición original de clase no se modifica, sino se hereda.
En consecuencia, sin igualdad de origen no podrá haber nunca una competencia justa de méritos y ésta sólo legitimará la desigualdad. La meritocracia entre desiguales no es posible, excepto en casos muy excepcionales.
A final de cuentas, lo más preocupante es que la meritocracia se ha instalado como una ideología que no solo reproduce la desigualdad social, sino que, además la encubre bajo el velo de la igualdad de oportunidades. La izquierda no debe caer en esa trampa.
La ampliación exorbitante de las diferencias de ingresos en las últimas décadas es la mejor prueba que la meritocracia ha resultado un fracaso, muy especialmente en los gobiernos (neo) liberales que la convirtieron en bandera política: Blair en Gran Bretaña, y los de Clinton y Obama en Estados Unidos.
Si el socialismo chileno quiere desprenderse del neoliberalismo en que ha vivido cometería un grave error intentar incorporar la trampa meritocrática a su pensamiento.
Roberto Pizarro Hofer