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Sombrío el panorama para América latina con Trump y Rubio

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A unas semanas de que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca, América Latina presenta un panorama sombrío en el que la mayor parte de los países es gobernada por fuerzas políticas que, si bien no son abiertamente alineadas con Washington, tampoco dan muestras de interesarse por proteger a sus ciudadanos de los embates que vendrán desde el norte.

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El extremismo de derecha que personifica de Trump tiene repetidores en América Latina, como el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, el actual mandatario argentino Javier Milei, el salvadoreño Nayib Bukele o el ecuatoriano Daniel Noboa, quienes se apresuraron a felicitarlo.

Es evidente que ellos se ven en el espejo de Trump, se identifican con él, como némesis de las izquierdas latinoamericanas. Esa conexión cultivada durante años por la llamada Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), está dando frutos y pone en duda el tópico del aislacionismo trumpista. No es aislacionista una política exterior que se basa en una renovada identidad conservadora transnacional, que revive el viejo anticomunismo de la Guerra Fría.

Y este saldo de la derechización, que acentúa las grietas o fisuras internas en cada país latinoamericano, no será favorable al maltrecho sistema de integración regional o subregional, incluidas la CELAC, Unasur, y todo hace pensar que con Trump llegará una recuperación del marco interamericano, el fortalecimiento de la OEA como brazo ejecutor de sus políticas, y las Cumbres de las Américas.




Los Bolsonaro, Milei, Noboa, Bukele siguen celebrando el triunfo de Trump como propio. Con Trump en la Casa Blanca, especulan, se podrá sellar una alianza continental en contra de todas las izquierdas, las de Gabriel Boric y Lula da Silva, y las de Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

El triunfo de Trump lo asimilan como estandarte en sus respectivas guerras culturales. Toda la agenda machista, homófoba y racista, ese inveterado malestar con el avance multicultural, harán catarsis con el regreso de Trump a la Casa Blanca.

En las huestes trumpistas de Florida, se concentra la mayor presión contra los gobiernos de Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y Miguel Díaz-Canel en Cuba. Trump correspondió al apoyo de esas bases con el nombramiento del cubanoestadounidense Marco Rubio como Secretario de Estado, a lo que acompañará con un reforzamiento de sanciones económicas y mayor hostilidad internacional contra esos gobiernos.

”Bajo el liderazgo del presidente Trump, lograremos la paz a través de la fuerza y siempre pondremos los intereses de los estadounidenses y de EE.UU. por encima de todo lo demás”, explicitó el propio Rubio sus intenciones. Rubio se ha caracterizado en sus 13 años como senador estadounidense por asumir posiciones duras hacia los países gobernados por progresistas, y por cultivar lazos con líderes de derecha en la región.

Sin embargo, la elección de Rubio para el Departamento de Estado parece deberse «en gran medida a que es un halcón en cuestiones no latinoamericanas como China e Irán», afirma Alan McPherson, un experto de la Universidad de Temple en las relaciones de Washington con Latinoamérica. «No creo que se preste mucha más atención a América Latina simplemente por su presencia en el gabinete».

Antes de dejar la Casa Blanca, la administración demócrata en los Estados Unidos sigue jugando adelantada. En Ucrania, puso a Europa (y al mundo todo) al borde de una confrontación incluso nuclear, al autorizar a Zelensky a usar misiles estadounidenses en territorio ruso. Y el mismo día, el secretario de Estado, Antony Blinken, tuiteó sobre Venezuela, calificando al ex candidato de la ultraderecha, Edmundo González, como “presidente electo”. Algo que se había cuidado muy bien de hacer. Hasta ahora.

Y todo se complica para la soberanía de los países latinoamericanos con el nombramiento del cubanoestadounidense Marco Rubio como Secretario de Estado. Al gobierno de Venezuela lo llamó «la narco-dictadura de Maduro». Al de Cuba, un «régimen criminal» que es «enemigo de Estados Unidos». Y definió a Nicaragua como «un centro de migración masiva ilegal».

Rubio se ha caracterizado en sus 13 años como senador estadounidense por asumir posiciones duras hacia esos y otros países gobernados por izquierdistas, y por cultivar lazos con líderes de derecha en la región. Hay quienes temen que busque excusas para invadir países “rebeldes” de la región, apoderándose de los recursos naturales para garantizar los negocios de los superricos estadounidenses. Volver a Monroe: América para los norteamericanos. Como miembro de los comités de Relaciones Exteriores y de Inteligencia del Senado, Rubio también fue un activo opositor de la creciente influencia china en América. Es un firme defensor de las sanciones a Venezuela y Cuba, que se endurecieron bajo el primer mandato de Trump.

Desde su entrada a la Cámara alta en 2011, Rubio defendió causas conservadoras como la oposición a la normalización de las relaciones con La Habana impulsada por el gobierno del demócrata Barack Obama (2009-2017). Fue un arquitecto de la estrategia fallida de reconocer en 2019 al diputado opositor venezolano Juan Guaidó como «presidente encargado» de su país en lugar de Nicolás Maduro, quien –pese a Rubio y EEUU- sigue en el poder.

«Lo más probable es que la administración Trump vuelva a aplicar sanciones petroleras generales contra Venezuela, incluidas sanciones secundarias a empresas como Repsol y Eni y a países como India que hacen negocios con [la petrolera estatal] PdVSA”, señalo Cynthia Arnson, miembro distinguida del Wilson Center. También cree posible que se intente expulsar a Nicaragua del Tratado de Libre Comercio de América Central (Cafta), para negarle al gobierno de Daniel Ortega acceso al mercado de EEUU, destino principal de las exportaciones del país.

«Las consecuencias secundarias de eso son importantes: dejar sin trabajo a cientos de miles de personas en el sector textil y otros, aumentar las presiones migratorias en la vecina Costa Rica, así como en la frontera sur de EE.UU.”, señala Arnson, que es profesora de estudios internacionales en la Universidad Johns Hopkins.

Cuando el presidente colombiano Gustavo Petro, anunció en mayo que rompería relaciones con Israel por la guerra genocida en Gaza, Rubio lo tachó en la red social X de «simpatizante terrorista que quiere ser la versión colombiana de Hugo Chávez”. Y cuando el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, indicó que buscaría estrechar lazos tanto con EEUU como con China, Rubio también salió a su cruce.

«El presidente Biden debe adoptar una línea firme, responsabilizando a Lula por su amistad con el PCCh (Partido Comunista Chino), así como con otras dictaduras sanguinarias como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela», escribió en The Epoch Times. En 2022 dijo que el expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador había «entregado secciones de su país a los carteles de la droga y es un apologista de la tiranía en Cuba, de un dictador asesino en Nicaragua y de un narcotraficante en Venezuela».

El equívoco de que el aislacionismo del republicano es preferible a cualquier liderazgo demócrata porque es menos intervencionista, se verá muy pronto contrariado. Ese equívoco se origina en una sublimación de la peculiaridad de México como país económicamente integrado a América del Norte y ligado a una negociación permanente de sus intereses en materia de seguridad, migración, drogas y frontera.

Pero América latina no es sólo México y aparecen Centroamérica y el Caribe, los Andes, el Cono Sur o Brasil, donde el trumpismo ya ha dejado un saldo negativo.

Para Trump, la principal preocupación en el ámbito latinoamericano es México. Con una frontera de 3.000 kilómetros y un comercio entre ambos países que supera los 800 mil millones de dólares anuales, el intercambio comercial pasa por su mejor momento. El interés central de los Estados Unidos radica en reducir la influencia económica china en territorio mexicano, lo cual se realizaría a través de la elevación de los aranceles.

Según el centro de estudios Capital Economics, un arancel del 10% a los productos exportados de México a los Estados Unidos, significa una reducción del 1.5% del PIB del país latinoamericano. Asimismo, Trump podría tender hacia la dilatación de la negociación del T-MEC, acuerdo comercial heredero del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y que en 2026 debería renovar sus términos.

A nivel económico y comercial, la postura proteccionista y aislacionista, se concretará con el aumento de aranceles y tarifas la región, lo cual podría impactar en el aumento del dólar y generar presiones inflacionarias. En el nivel geopolítico, Estados Unidos, en su “guerra comercial” con China, intentará convencer a los distintos gobiernos de la región de las virtudes de la alianza económica y comercial con ellos. Washington sigue considerando a América latina y el Caribe como su patio trasero.

Otro elemento importante es lo relativo a la inmigración y protección de las fronteras. Durante su campaña, Trump ha dicho que su gobierno contrataría a 10.000 nuevos agentes para patrullar la frontera. Esto también se mezcla con la amenaza de deportaciones masivas, que podría afectar a muchos de los once millones de inmigrantes indocumentados que se calcula viven en los Estados Unidos, con todo el impacto humanitario y económico que implicaría.

Con uno de los gabinetes más ultraderechistas de la historia reciente, y en particular con un personaje tan siniestro como Marco Rubio al frente de la cancillería, el magnate ha dejado claro que su administración profundizará las prácticas más dañinas que su país despliega en la región.

Si a ello se suman las draconianas restricciones al movimiento de personas y proteccionismo comercial sui generis con que interpreta su lema America First (Estados Unidos Primero), es evidente que se avecinan tiempos turbulentos en el espacio latinoamericano.

Hace más de 2000 años, Aristóteles dijo «la única verdad es la realidad», lo que era una obviedad sabida por todos los griegos y sus esclavos. Juan Domingo Perón difundió esa frase como justificadora del enfrentamiento de los pobres contra los ricos.

Y Donald Trump ya ha dado muestras más que sobradas de su carencia de miramientos por las leyes, la ética o la mínima decencia, así como de la ausencia de toda inquietud por las consecuencias de sus actos, mientras Rubio, así como la mayoría de los cuadros y bases de su partido, lo acompañan en despropósitos que hace no mucho habrían resultado impensables.

El lunes confirmó que declarará un estado de emergencia por la situación en la frontera con México, y empleará a las fuerzas armadas para realizar las deportaciones masivas de indocumentados que prometió durante su campaña.

Durante más de un año, Stephen Miller, asesor y arquitecto de las políticas antimigrantes de Trump, nombrado como subjefe del gabinete para políticas, insiste en  que está desarrollando planes para solicitar que gobernadores republicanos en varios estados desplieguen tropas de la Guardia Nacional para arrestar, establecer centros de detención y finalmente deportar a muchos de los 11 millones de inmigrantes irregulares que viven en el país.

 

Aram Aharonian

*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)



Aram Aharonian

Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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