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¿Por qué no existe en Chile una derecha populista radical?

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Explorar por qué en Chile no existe una derecha radical populista al estilo europeo requiere adentrarse en las complejidades de la política, la historia y el inconsciente colectivo chileno, cuya estructura ha formado un “caldo de contención” particular frente a los movimientos populistas radicales. En el escenario global, las derechas populistas han resurgido, proponiendo discursos nacionalistas y anti-inmigración, y llevando a cabo una política de polarización intensa. Sin embargo, el caso chileno se presenta como una excepción notable, uno que desconcierta tanto a quienes intentan encasillar al Partido Republicano dentro de estas coordenadas, como a quienes buscan respuestas en una sociedad que, a pesar de sus problemas, parece inmune a ese tipo de mensajes radicales.

Para entender esto, es fundamental reconocer que en Chile el nacionalismo nunca ha calado profundamente en la sociedad como lo ha hecho en Europa. Las derechas radicales de Europa, de cuño nacionalista y antimigrante, surgen en un contexto de crisis económicas, desencanto popular y un pasado de identidades nacionales muy marcadas que se han cultivado a lo largo de los siglos. Estas características han permitido que el discurso populista europeo, enfocado en cerrar fronteras, proteger empleos nacionales y rechazar la “contaminación cultural” extranjera, cobre fuerza. Pero en Chile, el nacionalismo es un fenómeno extraño, casi ajeno al sentir popular; el sentido de nación chileno ha sido históricamente una construcción estatal más que una convicción de las masas.

Para ilustrar esto, podemos recordar cómo en las décadas de 1950 y 1960, cuando en otros lugares se vivían movimientos nacionalistas de masas, en Chile el nacionalismo era patrimonio de las élites y se encauzaba a través de instituciones controladas por el Estado. Esa falta de arraigo en las bases populares no solo se mantuvo, sino que se profundizó tras el golpe de Estado de 1973. Con la disolución de los partidos Liberal y Conservador en 1965, la derecha chilena se inclinó por abrazar a las Fuerzas Armadas como el símbolo de un nacionalismo autoritario que excluyó al pueblo. Esa unión dejó al nacionalismo como un fenómeno de orden y disciplina, lejos de la efervescencia popular. Así, el sentido nacionalista en Chile se ha orientado históricamente hacia una cuestión de disciplina y uniformidad, más que hacia la defensa de la identidad cultural o étnica frente a lo extranjero.

Y es aquí donde entra en juego un aspecto relevante de la idiosincrasia chilena. A diferencia de Europa, Chile no ha desarrollado una cultura política de masas en torno a la identidad nacional. Si bien en los últimos años el tema de la seguridad ha ganado protagonismo y existe un cierto malestar por la presencia de bandas criminales vinculadas a extranjeros, esto no ha desembocado en un discurso abiertamente antimigrante ni en la creación de un partido de corte xenófobo. Aunque el Partido Republicano ha tocado algunas de estas teclas, su discurso no se ha radicalizado hacia la exclusión del inmigrante, como sí ocurre con partidos europeos, que encuentran en la xenofobia una fuente de movilización poderosa.




Otro factor importante es que en Chile, la derecha populista se enfrenta a una limitación histórica: los efectos aún vivos de la dictadura. Si bien han pasado décadas desde el retorno a la democracia, el trauma de ese periodo sigue siendo un punto de referencia que modera y contiene los discursos radicales. En este contexto, el Partido Republicano puede adoptar posturas duras en torno a la seguridad, pero difícilmente cruzará el umbral hacia el extremismo abiertamente antiinmigrante, pues Chile parece reticente a despertar antiguos fantasmas. El temor de revivir divisiones profundas actúa como un freno a un populismo xenófobo. El electorado, incluso en la derecha, es consciente de que una retórica radical puede rememorar tiempos oscuros, y parece haber una barrera tácita que mantiene estos discursos bajo control.

Las políticas económicas en Chile también juegan un papel relevante en la ausencia de un nacionalismo radical. A diferencia de algunos países europeos, donde las crisis económicas y el desempleo han alimentado el rechazo al extranjero, en Chile la economía ha estado más orientada hacia la apertura comercial y la integración internacional. Este modelo de economía abierta no fomenta el proteccionismo ni incentiva un discurso de cierre de fronteras. Por el contrario, los actores económicos influyentes han promovido la inmigración como una fuente de mano de obra, en tanto que un nacionalismo proteccionista resultaría contradictorio para un país dependiente de sus exportaciones y su apertura global.

Sin embargo, la inquietud en torno a la criminalidad asociada a la inmigración, especialmente en sectores urbanos y populares, plantea la posibilidad de que en el futuro esta percepción pueda transformarse en un discurso político más radical. Aun así, las características propias de la derecha chilena y su herencia histórica vuelven improbable una deriva populista al estilo europeo, al menos en el corto plazo. En la práctica, el Partido Republicano ha preferido enfocar su retórica en la restauración del orden público y en la estabilidad, evitando caer en la tentación de un discurso populista extremo que podría alienar a una parte significativa de sus votantes moderados.

A medida que Chile continúa enfrentando desafíos como el crimen organizado y el impacto de la migración en la vida cotidiana, la derecha radical podría verse tentada a tomar un giro más populista. Sin embargo, este impulso estaría limitado por factores culturales profundamente arraigados. Existe en el imaginario colectivo chileno una visión de la sociedad que evita los extremos y que desconfía de los discursos que amenazan la cohesión social. Esto parece ser una herencia de las transiciones difíciles, de un país que ha oscilado entre la democracia y el autoritarismo, y que en algún punto decidió que la estabilidad y el orden eran más importantes que una exaltación nacionalista.

En conclusión, la derecha chilena parece estar atrapada en una paradoja: aunque las condiciones para un discurso populista radical antimigrante existen en cierto grado, la historia y la estructura sociopolítica de Chile han creado un entorno resistente a ese tipo de retórica. Chile sigue siendo, en muchos sentidos, un caso único dentro del auge global de las derechas populistas. Un país donde la derecha radical, a pesar de tener la oportunidad, parece incapaz de dar ese salto hacia una identidad populista radical al estilo europeo.

Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología. Académico del departamento de Teología, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

 

 

 

 



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Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo

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  1. Hugo Latorre Fuenzalida says:

    Ni calvo ni con dos pelucas.
    Los republicanos se sumaron al discurso populista de Bolsonaro, quie no puede ser más populista. A Kast lo apodaron el zanja, justamente por combatir a rajatabla la inmigración.
    Sucede que se le bajaron los humos luego de la derrota en el Consejo constitucional, es decir el plebiscito de salida.
    Y ahora saben que la migración venezolana viene con una postura política plenamente favorable a la derecha. De hecho, casi un tercio del padrón en Santiago centro es extranjero y de manera innegable influyó en la elección de DESBORDES, el slcalde de Independencia. Dos áreas marcadamente incidente en el voto extranjero. Además de otras, incluso Ñuñoa.
    Pero si esos inmigrantes fuesen de signo contrario, ya hubiesen cambiado la ley electoral para impedir su ejercicio en Chile.

  2. Felipe Portales says:

    Porque la derecha en Chile tiene actualmente un poder hegemónico gigantesco, quizás como en ninguna otra parte del mundo. ¡Conquistó a la centro-izquierda y a la izquierda para su causa! De modo tal que estas últimas legitimaron, consolidaron y profundizaron plenamente el modelo de sociedad proyectado por la dictadura, y particularmente por Jaime Guzmán. Le regalaron las mayorías parlamentarias; le regalaron, en concreto, el 70% del cobre y ahora la mitad del litio; a través de la destrucción de todos los medios escritos de centro-izquierda le regalaron el monopolio de la prensa; continuaron privatizando o concesionando casi todos los servicios públicos, caminos, puertos, la pesca, etc.; consolidaron las AFP y las Isapres, regalándole a esta última recientemente cerca de mil millones de dólares; etc., etc.

  3. Creo que el Partido Republicano chileno tiene poco de «popular» : en su dirigencia o intelligentsia abundan empresarios de apellidos extranjeros , sin muchas raíces «autóctonas», y muy dependientes, material y mentalmente , de Estados Unidos ( a diferencia de la derecha popular Europea ? ) ; no parece capaz ni interesado en recoger el descontento con el fenómeno inmigratorio masivo en Chile ; en verdad no hay acá ningún movimiento político ni social que aborde este fenómeno en todos sus matices y de manera independiente ; hace unos años el economista J.Gabriel Palma Penco ( progresista ) criticó su gran impacto en el ámbito laboral chileno, pero ello nunca suscitó un debate amplio ; es cierto que si lo hubiera , tendría que efectuarse de
    la ( difícil y delicada ) manera de evitar incrementar las actitudes xenofóbicas y cautelando la dignidad de los inmigrantes, enfocándose en las causas mediatas del mismo ; pero ¿ es necesario o no intentarlo? ( Chile tiene hoy más inmigrantes que EEUU ,en proporción a los PIB respectivos, y el fenómeno tendria sus raíces, principal y justamente, en las decisiones devastadoras tomadas por ese país respecto a la economía venezolana y su efecto dominó en los países vecinos) .

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