El estallido social no se olvidará
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Estudiantes, mujeres, medioambientalistas, trabajadores de la salud, No más AFP, juntaron fuerzas para exigir el cambio al sistema de desigualdades e injusticias que inventó Pinochet, y que no fue modificado por la Concertación.
Difícilmente se olvidarán las marchas multitudinarias que se vivieron a lo largo de todo el país y que el 25 de octubre del 2019 alcanzó un momento apoteósico. Esto hoy día lo trata de ocultar la derecha, el empresariado y su prensa destacando, en cambio, la violencia delincuencial, como el rasgo dominante del estallido.
El estallido social comenzó con la exigencia de los estudiantes por una educación gratuita y de calidad, en momentos que la deuda del CAE engrosaba las ganancias de la banca.
La rebeldía estudiantil se extendió rápidamente a segmentos sociales más amplios y diversos: mujeres, medioambientalistas, regionalistas, defensores de la salud y de una previsión decente.
La tesis del crecimiento con derrame, en defensa de la transición, había resultado un engaño. La pobreza se reducía, pero las desigualdades nadie las controlaba. El 1% de los más ricos se apropiaron del 50% de la riqueza nacional, mientras los jubilados no sobreviven con las pensiones miserables de las AFP; las ISAPRES y sus clínicas multiplican sus ganancias, mientras persiste un sistema de salud vergonzante para pobres; y, al mismo tiempo, el sistema educacional ha endeudado a los estudiantes pobres y de clase media, entregándoles una enseñanza de pésima calidad.
Así las cosas, el estallido social se convirtió en una rebelión contra el sistema de injusticias y en repudio de un Estado que utilizaba todas las palancas de su poder para favorecer a la minoría expoliadora. Pero también en la protesta social operaba un fuerte componente de indignación moral por la corruptela político empresarial, que se había hecho evidente con los casos de Penta, SQM y Corpesca.
También, el enojo ciudadano denunciaba la degradación de la antigua izquierda y del Partido democristiano, que no solo había preservado el modelo neoliberal heredado del dictador Pinochet, sino que también mostraba a varios de sus representantes sentados en los directorios de las corporaciones de los dueños de la riqueza, otros recibiendo dinero para campañas políticas o, algunos, defendiendo sin vergüenza el régimen de injusticias. El repudio de todos los partidos políticos y del Parlamento había sido parte indisoluble del estallido.
A diferencia de la instalación mediática de la derecha, nadie organizó el 18/O. Fue un movimiento espontáneo. El pueblo estaba cansado de recibir agravios y golpes hasta que no soportó más y se rebeló. Fue la respuesta contra un sistema económico y régimen político protector de los ricos, que ha expoliado a la mayoría nacional.
En las movilizaciones predominó un comportamiento pacífico, aunque lamentablemente hubo violencia delincuencial y de grupos anarquistas. La rabia y el resentimiento, junto a la nula integración social explican, en gran medida, los actos de violencia, en medio de las movilizaciones ciudadanas. A ello se agregó una izquierda débil, incapaz de orientar las protestas y que tampoco pudo frenar los desmanes delincuenciales.
Pero, al mismo tiempo, el accionar represivo del Estado fue desenfrenado, con dolorosos resultados en muertos, heridos y cientos de personas que perdieron la vista por las bombas lacrimógenas y perdigones de los fusiles de Carabineros.
Con todo, el pueblo había comprendido que el modelo económico y el Estado subsidiario, consagrados en la Constitución de 1980, habían cerrado las puertas a una distribución equitativa, del poder y la riqueza. Y también se dio cuenta que los políticos, que hasta ahora habían gobernado el país, no tenían voluntad para cambiar el orden de cosas.
El estallido abrió la oportunidad para modificar el modelo de desigualdades e injusticias y, al mismo tiempo, planteó la posibilidad de reemplazar a la clase política que había sido complaciente con ese modelo. Se abrió camino para exigir una Nueva Constitución, que cambiara las instituciones fundantes del neoliberalismo.
No se logró. Porque no hubo una fuerza política capaz de ordenar el conjunto de las demandas parciales y de diversas organizaciones que se instalaron en la Convención Constituyente. La propuesta constitucional, que fijaba nuevas reglas del juego para nuestro país fue percibida como demasiado radical y en las que predominaba un exceso de temas identitarios en vez de una propuesta global transformadora. La ciudadanía la rechazó.
Con el rechazo de la nueva propuesta constitucional se perdió la oportunidad de modificar el modelo neoliberal.
En consecuencia, a cinco años del estallido social siguen presentes las instituciones fundantes del sistema económico-social de injusticias y desigualdades, y a ellas se agrega una lacerante crisis moral, que todos los días muestra la rapacidad y trampas de la clase empresarial y sus políticos contra la mayoría nacional. Por ello, el 18/O difícilmente se olvidará.
Roberto Pizarro