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“Todas íbamos a ser reinas”

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Quienes se presenten en las próximas elecciones municipales de octubre, desearán ser electos. Es lo que se sabe y si no se sabe, sería materia de otra crónica. Como Chile se ha convertido en un país soporífero si se habla de política, donde medran los postulantes, a pocos les interesa sufragar. Se sienten coaccionados por el sistema. Ejercicio por lo demás inútil, aunque a veces lo inútil, sirve de algo. Bien podría llamarse el arte de la simulación, en un mundo donde todo lo es. Nos enseña a valorar la vida. En estas elecciones, postulan las mismas caras, cubiertas de menjunjes, cirugías estéticas y falsas sonrisas. Expuestas en el Mercado Persa o en la farándula, saben cómo hacer guiños, morisquetas y mostrar los dientes. Sean de verdad o una placa postiza.

Otra vez se pretende medir la aprobación de la política y las fuerzas que las sustentan. Evaluar el pensamiento de la ciudadanía, o lo que no se piensa. ¿Tiene alguna importancia saberlo? Exponer en las vitrinas del comercio, sea ambulante o establecido, los programas del caso, aunque nadie los lea. Quienes sí disfrutan de esta última alternativa, son los analfabetos. Que sea obligatorio el sufragio, constituye una medida coercitiva, como si a usted lo obligaran a vestir de amarillo. Aunque sea la moda del trásfuga al desgaire, y concite la admiración de los borregos, que en manada los admira. Y si usted no concurre a las urnas, pues lo multan o bien lo pueden meter a la chirona. Nadie multaría a quienes son elegidos, por no cumplir su programa electoral.

Hay postulantes, si son derrotados, que se quedarán en el camino, sorbiendo su desdicha. Gajes del oficio, se expresará, donde cualquiera se expone al veredicto popular, aunque de popular solo tenga el nombre. “Todas íbamos a ser reinas”, en cualquiera de los casos, se convierte en una opción, en el viejo anhelo de quienes sueñan alcanzar la gloria. Escurridiza y efímera gloria, reservada a quienes trepan. Los demás, el medio pelo, están llamados a joderse, a vivir adocenados en una sociedad elitista, no estilista.

Se habla de democracia, y se olvida lo que se entiende por ella. La nuestra es algo coercitiva, manipulada por la oligarquía que gusta disfrazarse de progresista, mientras sus prebendas y privilegios, nadie los toque. Algo así, como una democracia, al servicio de una minoría. Escrita por los mismos de siempre, donde a lo sumo, hay una corrección de estilo para adecuar el lenguaje a nuestros tiempos. En síntesis: si vence la derecha, gana la oligarquía. La proliferación de partidos políticos es su mejor soporte, en el océano donde mandan los tiburones. Así, el gato mira la carnicería y se relame. A lo sumo, puede aspirar a comerse un pedazo de tripa, que termina en el tarro de la basura.




Se dice que en octubre se votará con el propósito de reforzar la democracia y hacerla más participativa. ¿O entregarla en bandeja de plata, a los mismos carajos de siempre? Hay quienes aseguran que existen dos clases de tontos: los que siguen creyendo en las mismas promesas de siempre y quienes se ilusionan con las nuevas. Debido a semejante disyuntiva, la anarquía o el nihilismo permean la sociedad y terminan por encantar a la juventud. Aquellos libros que nos inspiraron en nuestra época, son desdeñados, mientras surge la literatura desdibujada, carente de médula. Baratijas literarias, destinadas a mantener adocenada a la sociedad, atada a la rueda de un molino.

Ni Gabriela Mistral, De Rokha, Neruda y Vicente Huidobro, podrían salvarnos de esta hecatombe cultural, por mucho que los leamos en la clandestinidad de nuestros hogares. Octubre o el “octubrismo” viene acompañado de la primavera, lo cual debería ilusionarnos. ¿Ilusionarnos?

 

 Walter Garib

 

 

 



Walter Garib

Escritor

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