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¿Socialdemócratas?

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Se discute si son propias de la socialdemocracia las orientaciones de unos u otros actores políticos en Chile, incluyendo los dirigentes del Estado, o si han evolucionado hacia ellas.

Pero ¿qué es ser socialdemócrata? La mejor definición es tal vez la del socialdemócrata alemán Thomas Meyer: “Todas las teorías de un socialismo democrático representan un concepto igualitario de justicia, afirman el Estado constitucional democrático». Y agrega, de manera crucial, que «luchan por la seguridad del Estado de bienestar para todos los ciudadanos, quieren limitar la propiedad privada de una manera socialmente aceptable y socialmente integral, y regulan políticamente el sector económico” (The Theory of Social Democracy, Thomas Meyer y Lewis Hinchman, Cambridge, 2007; una presentación amplia se encuentra en https://library.fes.de/pdf-files/iez/07419.pdf).

Más allá de la teoría, por ejemplo en Alemania se ha moldeado el «Estado social» establecido en la Constitución gracias a la influencia de la socialdemocracia y del socialcristianismo, lo que se traduce entre otras cosas en:

a) una co-gestión en las empresas de más de 500 asalariados, con un tercio del directorio supervisor reservado a los sindicatos y trabajadores, y hasta la mitad en las de más de 2 mil;

b) casos de participación del Estado regional en la propiedad de empresas, como Volkswagen, la principal empresa automotriz del mundo, con el 12% de las acciones y un 20% del directorio en manos de Baja Sajonia;

c) una negociación colectiva obligatoria por rama y territorio, y solo con sindicatos;

d) un piso de pensiones asegurado por un sistema público de reparto con cotizaciones paritarias de empleadores y trabajadores de 20% del salario, más complementos privados;

e) un servicio de salud y dependencia universal, con un seguro médico obligatorio público que cubre al 90% de la población, independientemente de los ingresos, la edad, el origen social y el riesgo de enfermedad personal, con opciones de seguros privados regulados;

f) un sistema escolar en el que el 92% de la matrícula es pública, con 40.000 centros de enseñanza general y profesional y 798.000 docentes para 11 millones de alumnos y alumnas. Un total de 240 universidades públicas y gratuitas matriculan al 90% de los y las estudiantes. Todas las universidades de primer nivel son públicas;

g) un “sueldo ciudadano” para quienes han agotado sus derechos en el seguro de desempleo (563 euros mensuales), con obligación de buscar empleo y una formación profesional gratuita para 3,7 millones de beneficiarios.

Para financiar este Estado social, los impuestos y cotizaciones llegaban en 2022 en Alemania al 39% del PIB. Esta cifra es todavía superior en los países nórdicos, con un 44% en Noruega, 43% en Finlandia, 42% en Dinamarca y 41% en Suecia, según la OCDE. En el caso de Noruega, un importante exportador de petróleo, el Estado recauda un total cercano al 80% de las utilidades del sector, sumando su participación como accionista (el 70% de la empresa de petróleo Equinor y el 51% en todo proyecto de petróleo asociado con privados) y las regalías e impuestos.

Estas cargas no han impedido su éxito económico, desmintiendo aquello de que “a más impuestos menos crecimiento”, pues los países con modelos socialdemócratas se sitúan hoy entre los países de mayor PIB por habitante. En 2022, a paridad de poder de compra, éste alcanzaba unos 66.6 mil dólares en Alemania, 62.8 mil en Finlandia, 68.2 mil en Suecia, 77.9 mil en Dinamarca y 121.3 mil en Noruega, en este caso con el aporte adicional del petróleo, mientras en Estados Unidos llegaba a 76,3 mil dólares. En Chile, los impuestos alcanzaban el 24% del PIB en 2022 y el PIB por habitante unos 31.1 mil dólares, siempre según la OCDE, con una desigualdad sustancialmente mayor.

Los modelos socialdemócratas no son menos productivos que los de capitalismo libremercadista: la producción por hora trabajada es algo menor en Alemania que en Estados Unidos, pero es superior en Dinamarca, Suecia y Noruega. Entre 2015 y 2022, la productividad laboral ha crecido más en Suecia que en Estados Unidos. Dicho sea de paso, también ha crecido más en Chile, aunque viene de un nivel mucho más bajo. Un crecimiento de esa productividad puede reflejar ganancias de innovación y eficiencia general, un mayor uso de capital o una menor proporción en el empleo de trabajadores de baja productividad.

En suma, los países con elementos del modelo socialdemócrata han logrado, gracias a sus políticas de innovación, laborales, sociales y redistributivas, algunos de los mejores indicadores de productividad y a la vez de bienestar en el mundo, y los menores índices de desigualdad. Esa desigualdad es en esos países inferior a 0,3 en la escala de 0 a 1 del índice de Gini, mientras en Estados Unidos es de 0,4 y en Chile de 0,45.

El día en que algunos de los que se dicen socialdemócratas en Chile propongan algo parecido a lo descrito se podrá tal vez tomarlos un poco más en serio. ¿Por qué no se pronuncian a favor de que al menos las grandes empresas incluyan a las partes asalariada y territorial en las decisiones principales, y no solo a la parte accionarial, haciendo efectiva la «responsabilidad social de la empresa»? ¿O a favor de la negociación colectiva con sindicatos y por rama de las condiciones laborales y una mayor participación en las utilidades en la perspectiva de pasar del empleo subordinado a un trabajo decente y adecuadamente remunerado que favorezca la productividad? ¿O disponibles para establecer seguros públicos universales de pensiones y atenciones de salud, e impugnar los esquemas privatizados que aseguran altas ganancias a los operadores privados y bajas prestaciones a la ciudadanía? ¿O establecer ingresos básicos y de subsidio a la inserción, además de un seguro de desempleo más sustantivo?

Tal vez porque todo esto requiere, en el marco del Estado de derecho, limitar el poder económico privado y construir un esquema tributario y de cotizaciones suficiente y progresivo. Este debe ser del orden del promedio OCDE y más (lo que supone aumentarlo a lo largo del tiempo en al menos un 10% del PIB), junto a un control nacional de los recursos naturales, como en Noruega, mediante propiedad estatal o regalías que cobren su valor integral, en vez de subsidiar a grandes empresas transnacionales en nombre de favorecer la inversión. Una política socialdemócrata debe también disponerse a desconcentrar y diversificar la economía, empezando por terminar con los frecuentes abusos de posiciones dominantes en los mercados, como se observa en el reciente caso de sobreprecios de insumos médicos durante la pandemia.

El problema político central es que el poder económico hiper-concentrado aspira a la cero injerencia pública y de las comunidades en la vida de las empresas, pues postula que solo así se maximiza el rendimiento de su capital, apoyado en un arrasador dominio mediático. La disposición a confrontar esta situación no se avizora mayormente en muchos autodenominados socialdemócratas en Chile, en medio de la proclividad nacional a especular con palabras vacías. Más bien se observa en ellos una tendencia a adherir a posturas que son todo lo contrario de lo que ha hecho históricamente la socialdemocracia realmente existente.

A su vez, la perspectiva socialista va más allá de la socialdemócrata en diversos temas, como el de la superación en el largo plazo del trabajo asalariado y la socialización de diversos ingresos y actividades. Terminar con el trabajo asalariado subordinado supone pasar del «a cada cual según su trabajo» al «de cada cual según sus capacidades a cada cual según sus necesidades», entendidas las primeras como el trabajo cooperativo y las segundas como las socialmente determinadas.

Se aproximan a esa formulación el sector social y solidario, que se ha desarrollado a lo largo del tiempo y que representa el 6% del empleo en la Unión Europea y el 6,5% en Estados Unidos («non profit private organizations»), con Wikipedia como el ejemplo colaborativo de más impacto. Se agregan a estos esquemas distintos de la lógica capitalista -promovida por el liberalismo económico- la educación y atención de salud universales y gratuitas y la variedad de transferencias monetarias y subsidios a las familias con hijos y a los grupos de menos ingresos o los aportes condicionados a la búsqueda de empleo. Y también se orientan en este sentido emancipador los sistemas de ingresos universales, incondicionales y permanentes -como el de Alaska para redistribuir las regalías mineras o el de Nueva Zelandia para un ingreso igualitario para todos los adultos mayores- así como los diversos esquemas de vivienda social al margen del mercado.

Otra diferencia histórica ha sido privilegiar o no el internacionalismo, lo que provocó la escisión de la Segunda Internacional en la primera guerra mundial y mantuvo diversas disputas posteriores, aunque luego la lucha contra el fascismo en la segunda guerra mundial produjo una vasta alianza. El internacionalismo dio lugar a la no alineación y al latinoamericanismo del PS chileno. En tiempos más recientes, en algunos partidos socialdemócratas se expresaron incluso alineaciones con lógicas imperiales, como el apoyo de Blair a la invasión a Irak, que provocó la crisis de la Internacional Socialista, a la que el PS chileno adhirió en 1989. En todo caso, socialdemócratas y socialistas convergen en principio en la adhesión a la democracia y a la justicia social.

Por otro lado, la diferencia de los partidos socialistas con los comunistas es que los primeros entienden a la democracia como el espacio y límite de su acción y los segundos validan regímenes autoritarios de partido comunista único, como los de Cuba, Vietnam, Corea del Norte o China o bien de caudillos como Ortega y Maduro. Algunos comunistas adhieren actualmente a un esquema anti-occidental ultraconservador como el representado por la alianza de Putin en Rusia y los ayatollahs en Irán, como si su origen histórico no estuviera vinculado al movimiento obrero y al pensamiento crítico occidental.

No obstante, la tradición del PC chileno ha sido la de respetar la democracia, lo que ha hecho posible la cooperación en Chile de socialdemócratas, socialistas y comunistas, abiertos a alianzas con fuerzas de centro, como es la característica de la actual coalición de gobierno, más allá de sus conflictos y diversidades.

 

Gonzalo Martner

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Gonzalo Martner

Economista, profesor de la Usach, expresidente del PS.

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  1. Felipe Portales says:

    El problema del PS chileno (y de la Concertación en general) es que derivó en la práctica hacia el neoliberalismo. Algo totalmente distinto del «Estado de bienestar». Así, el «modelo chileno» impuesto por la dictadura; fue legitimado, consolidado y profundizado por la Concertación, y particularmente por Ricardo Lagos, quien terminó siendo «amado» por los empresarios (Hernán Somerville); o considerado «el mejor presidente de derecha de todos los tiempos» (César Barros); o quien «nos devolvió el orgullo de ser chilenos» (Herman Chadwick)…

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