Columnistas Portada

Servicio militar obligatorio: un debate necesario

Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 38 segundos

El caso del conscripto que murió en circunstancias aun no aclaradas durante un ejercicio militar en Putre, en el norte de Chile, ha creado una justificada conmoción. Eso, aparte de las demandas de su madre y familia por saber más sobre cómo murió el muchacho y quién es responsable por este trágico suceso. Muchos han recordado un caso muy parecido, hace 19 años en la localidad de Antuco, donde también una marcha en terreno y clima inhóspitos terminó con la vida de 45 soldados.

Aunque el soldado muerto había ingresado dentro del contingente de voluntarios –es decir él había elegido ser parte del ejército, probablemente con la intención de profesionalizarse allí– el suceso debería dar pie a un debate que, curiosamente, en Chile nunca parece haberse dado. A mí me sorprende que los jóvenes estudiantes secundarios, por ejemplo, que por momentos han demostrado gran capacidad de movilización, no hayan jamás levantado como demanda la eliminación de esa vieja institución que es el Servicio Militar Obligatorio (SMO). Y he dicho vieja porque en verdad los orígenes de la conscripción militar se remontan por lo menos a los tiempos feudales, cuando los campesinos adscritos a la propiedad (siervos de la gleba) eran llamados a servir en el ejército del señor feudal cada vez que éste lo requiriera. Eventualmente, con la centralización de los estados, esa obligación de enrolarse en el ejército pasó a ser prerrogativa del rey, y en tiempos modernos, del Estado.

Siempre me ha sorprendido ese aparente descuido de las dirigencias estudiantiles que no han considerado esa demanda que, por lo demás, los toca directamente. Sin duda, ha influido en esa indiferencia frente al tema, el hecho que parece que ya hace años que el número de jóvenes que legalmente está obligado a hacer vida de cuartel excede las capacidades de las fuerzas armadas para reclutarlos, por lo que, en los hechos—se argumenta—el servicio militar ha pasado a ser voluntario. Sin embargo, esa es una situación de hecho, la obligatoriedad aun está en el ordenamiento jurídico del país y si las circunstancias cambiaran, podría reinstaurarse. De ahí que lo mejor sería modificar la ley de modo de hacerlo realmente voluntario, como es en una gran cantidad de países, empezando por Estados Unidos. En efecto, la mayor potencia militar del mundo no tiene servicio militar obligatorio (lo tuvo hasta la Guerra de Vietnam, después de la derrota allí, Washington optó por eliminarlo). Países con una tradición legal anglosajona como el Reino Unido y Canadá, donde yo vivo, no tienen servicio militar obligatorio, aunque durante las guerras mundiales han instituido la conscripción, no sin un gran debate y cierto grado de oposición.

Por otra parte, no es sólo el hecho de que los jóvenes tengan que pasarse un buen tiempo sometidos a una férrea disciplina militar—por cierto, algo que hace que la conscripción sea muy impopular—sino que además detrás de ella hay muchos elementos ideológicos y culturales a considerar.  Para empezar, hay un fuerte componente machista en la actividad militar, que, si bien no existe sólo allí, sino que se da a través de toda la sociedad, por otro lado, la milicia la refuerza. Se repite a menudo eso de que hay que “ser hombre” y para eso hay que llegar a abrazar el peligro, lo que a su vez lleva a conductas temerarias e irresponsables. Tales nociones se hacen parte de la mentalidad militar. Por el contrario, quienes no comparten esas nociones pasan a ser “poco hombre” o más duramente, tildados de “maricones” (expresión despectiva que se aplica a los homosexuales).  Por cierto, esa modalidad de pensamiento y conducta es más o menos universal en todas las fuerzas militares, forma parte de lo que en última instancia es un lavado de cerebro: la vida al final vale poco al lado de la gloria militar de la patria. Sin ese mecanismo de modificación de conducta, parecido al que sucede en una secta, no habría mucho interés en ser soldado.




La obligatoriedad de enrolarse tiene por lo demás otra arista muy perniciosa: es profundamente discriminatoria. Si uno revisa las listas de quienes hacen el servicio militar en Chile, encontrará que la inmensa mayoría corresponde a sectores de más bajos ingresos. Los reclutas de clase media o clase alta son prácticamente inexistentes, una situación que viene de siempre. En mi tiempo la ley permitía que quienes estudiaban podían postergar el servicio militar hasta por cinco años y al final uno pasaba a ser reservista sin instrucción. De mi generación del Liceo Manuel de Salas, por ejemplo, no recuerdo que haya habido compañeros míos que hubieran vestido uniforme. Lo más probable es que a nadie se le haya pasado por la mente, ciertamente a mí tampoco, pese a que mi padre sí lo había hecho y me hablaba con entusiasmo de cómo allí había aprendido a manejar, conduciendo camiones del ejército (“después de manejar esos, puedes manejar cualquier cosa” me decía).

Otro elemento ideológico que no debe olvidarse en esto del SMO, es que de alguna manera refleja el carácter autoritario que subyace en todo el entramado institucional de Chile.  Hay una notoria tendencia a fijar obligaciones para las cuales se levantan todo tipo de excusas. Hace un par de años se impuso el voto obligatorio, por ejemplo, para lo cual se alteró el carácter mismo del acto de votar, uno de los principios de la democracia.  De ser un derecho—el derecho a participar del proceso de generación de las autoridades—se lo convirtió en un deber, desfigurando así su esencia. (Los derechos no pueden ser obligatorios: uno tiene el derecho a casarse y formar familia; el derecho a seguir estudios superiores, pero no la obligación de hacer tales cosas). Al convertir el voto en un deber, ya dejó de ser un derecho deviniendo en cambio en un mero trámite a cumplir bajo coerción. Eso sólo para nombrar otra instancia de arbitraria obligatoriedad, sin olvidar los incontables casos de trámites notariales inútiles, declaraciones juradas diversas y un sinfín de otras obligaciones cotidianas impuestas sobre la ciudadanía.

En los últimos años han surgido sugerencias de transformar el SMO en una suerte de servicio comunitario de carácter civil, o al menos ofrecer eso como alternativa al SMO. Aunque esa propuesta es una opción válida, lo importante es que sea que se trate de un servicio militar o civil-comunitario, éste sea siempre voluntario.

Una sociedad para que sea justa no necesita imponer obligaciones más allá de las dos que hacen la base para la coexistencia ciudadana: cumplir con las leyes y pagar los impuestos. No es necesario agregar otras obligaciones.

Dicho lo cual, todavía podría quedar en el aire en este debate qué hacer respecto del carácter que debiera tener esa interacción entre el mundo civil y militar, lo que ahora de alguna manera se da a través del SMO. La solución sería bien simple: hacerlo legalmente un servicio voluntario. La vida militar—que a muchos nunca nos ha entusiasmado—sí es algo por el que otros y otras siempre van a tener interés. Pues bien, que aquellos jóvenes sí se enrolen y puedan así hacer realidad su vocación. La experiencia de países que operan sus fuerzas armadas sobre la base del reclutamiento voluntario como Canadá, es que en última instancia ello es beneficioso para las propias instituciones militares ya que obtienen reclutas que sí tienen la motivación y el interés en la vida de cuartel y todo lo que ello implica, en vez de conscriptos que no quieren estar allí y que tampoco tienen la disposición o aptitudes para ser soldados.

Por cierto, y a propósito de lo ocurrido en Putre, sea que los soldados sean voluntarios o no, es siempre la obligación de la institución militar el proveer un ambiente de mayor seguridad para los reclutas. Eso significa minimizar las situaciones de riesgo, especialmente cuando ellas no cumplen propósito alguno. Esas son normas que las instituciones militares están obligadas a cumplir incluso en caso de guerra, con mayor razón cuando se trata de un ejercicio cuyo objetivo debe ser preparar a los reclutas para ser soldados eficientes, pero no arriesgar sus vidas gratuitamente porque a algún oficial se le ha ocurrido que así se “hacen hombres”.

 

Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)

 



Foto del avatar

Sergio Martinez

Desde Montreal

Related Posts

  1. Felipe Portales says:

    Aquí vemos otra de las muchas manifestaciones desgraciadas de la mantención de la autonomía operacional de las FF. AA. y Carabineros producto de su Ley Orgánica Constitucional impuesta por Pinochet en febrero de 1990. Y de la mantención de una cultura militar extremadamente autoritaria y cruel, que sufrimos en toda su exacerbación durante 17 años.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *