Crónicas de un país anormal

El hospital San José: el tanatorio de los pobres

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El neoliberalismo asegura que los ricos serán más ricos y los pobres serán más pobres. En el caso de la salud y de la educación, que son sometidas al mercado, el que paga puede vivir más y en mejores condiciones, pero los pobres están condenados a una muerte prematura y, como ocurre por lógica, se enferman más que los ricos y, más aún si tienen a mala suerte de llegar al Hospital San José que, de seguro, mueren en un pasadizo, sentados en una silla, sólo apoyados por dos funcionarios que manipulan manualmente un respirador artificial.

 

El capitalismo salvaje, que actualmente se aplica en Chile, se convierte en un genocidio para pobres y enfermos que caen en esos hospitales, y sin duda, en un buen método para eliminar a los pobres, que son sólo seres inútiles para el buen éxito del neoliberalismo. El “roticidio” tiene el mérito de que los defensores de los derechos humanos  no reaccionarán y, por lo tanto, podrá culparse a los pobres de atentar voluntariamente contra su salud (el suicidio).

 

Los ricos, si llegan a enfermarse, tienen clínicas de última generación, médicos y enfermeras muy amables, dispuestos a proporcionar comodidad al que paga, y como en la mayoría de los casos no pertenecen a FONASA, tienen además de su Isapre, un complemento de seguro privado que le permite despreocuparse por los altos costos de los tratamientos y de la hotelería que es excelente.

 

Los militares y los carabineros también cuentan con hospitales de alta calidad, donde las camas sobran y las conscriptas femeninas atienden muy bien a sus pacientes.




 

Los condenados a muerte hospitalaria son los cotizantes de FONASA y los inmigrantes que, al hecho de ser en su mayoría pobres, suman la mala suerte de vivir en las comunas de la zona norte atendida en el Hospital San José. Las enfermedades crónicas más corrientes siempre persiguen a los pobres.

 

FONASA mantiene a las clínicas y hospitales de los ricos comprándoles camas y servicios a un alto precio: enviar a un pobre a esos centros hospitalarios es, sin duda, un buen negocio para Las Condes, Clínica Alemana, Santa María, la Católica  y otros.

 

Las Isapres hacen un muy buen negociado subiendo los precios en forma desproporcionada cada año y, además, discriminando en contra de las mujeres en edad fértil, de los niños menores de dos años y de los adultos mayores de 59 años.

 

Los funcionarios de la salud, que deben sufrir día a día, noche a noche, las malas condiciones de infraestructura y de atención a los pacientes en el Hospital de San José, de una vez por todas se han lanzado a denunciar el genocidio de los enfermos que no tienen dinero para recurrir a la salud privada.

 

En estas noches de frío por el invierno que se aproxima se dan casos dramáticos, como seis muertos en sillas, en los pasillos de la sala de urgencias, en una sola noche; a dos moribundos hubo que aplicarles sobre el piso  métodos de resucitación. El gobierno les niega a los pobres el derecho mínimo a morir dignamente.

 

Ser pobre en Chile es sinónimo de apestoso; ser rico o militar le da el derecho a andar perfumado, no pagar impuestos, tener playa propia y expulsar a los “rotosos” e, incluso, a las monjas; robarse los gastos de representación, llevar a los hijos a hacer negociados en China, robarse la plata destinada por Pinochet para la compra de armamento, para jugársela en el Casino Monticello,  comprar autos de lujo…

 

Los médicos y los profesores, según las encuestas, son  las únicas profesiones que los ciudadanos aprecian; los militares, los carabineros, los curas y obispos y los parlamentarios…son los más rechazados por los ciudadanos, pero ¡oh paradoja!, los primeros son martirizados por el mercado y, los segundos, son sus hijos predilectos.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

09/06/2019               



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