Casa de orates
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Quienes viven recluidos en una casa de orates, deben ser los más felices en la sociedad. ¿De dónde semejante acertijo? Quizás en alguna ocasión, usted así lo ha pensado, al observar nuestra vida. En ese lugar no existen las preocupaciones mundanas, muchas de las cuales perturban la existencia. Ser loco, o aparentar serlo, bien podría constituir una condición especial al enfrentar la realidad. A menudo la demencia se asocia al ingenio. Hay miles de ejemplos. Artistas que rompen con la tradición, y si usted lo estima, con las buenas costumbres, son acusados de tales. Erasmo de Rotterdam, en su genial obra “El elogio de la locura”, abunda en el tema y el autor satiriza la conducta humana, el poder en general. Asociado a su amigo Tomás Moro, otro genio de la época, crea una obra maestra, que hasta hoy es admirada por su lucidez.
¿O quizá pensará usted, la verdadera locura se halla en el mundo exterior, en el cotidiano vivir, donde todo parece ser lícito, y entre la moral y la inmoralidad solo hay una coma de diferencia? Planteado así el tema, un hogar destinado a orates, vendría a ser un apropiado refugio para quienes desean pensar, crear, disfrutar de la vida a plenitud. Alejarse de las convicciones de la sociedad y del mundanal ruido. Entregarse a la meditación, apartado de las convicciones y aspirar a la sabiduría. A menudo, vivimos en el lugar equivocado al encararnos a la realidad. Enfrentados a este revoltijo social, donde todo parece permitido. Entonces, vivir en el manicomio sería lo más saludable. Refugio donde lo primero que se logra, es alejarse de un mundo en permanente descomposición moral, a punto de estallar y concluir desintegrándose en el cosmos. Cuando ya nada sorprende, la causa de vivir empieza a ser cuestionada y surge la pregunta que se hace a menudo: ¿Cuál es el sentido de existir?
Así el hombre, para algunos, centro del universo, no es más que un habitante aparecido en la tierra. Maleza e intruso que todo lo corrompe. ¿De dónde emerge? Aflora después de los dinosaurios y su presencia, viene a perturbar el orden natural de nuestro planeta. Ha trastocado el orden y blandiendo su espada flamígera, destruye cuanto se encuentra en su camino. A diario se suicida y parece disfrutar de semejante actitud. Pasión que se ignora de dónde aflora. Entonces, surgen las religiones que se empeñan en explicar el tema y por algunos siglos, mantienen la potestad del pensamiento. A la par, la filosofía se empeña en desenredar la madeja, la infinitud de reflexiones que se plantean a diario, y sus resultados, no alcanzan a comprender la causa de la vida y la razón de la muerte.
Nuestro planeta ha entrado en la vorágine, y las esperanzas de seguir habitable, no superan los 500 años o menos, según algunos célebres científicos. Otros, son más optimistas y hablan de 550 años. Próximo a este límite de inaplazable catástrofe, el ser humano se apresura a suicidarse. Contamina la casa donde nació, el entorno, atizado por la pasión y lo que ayer era ilícito, es ahora legítimo. ¿Aspira acaso a concluir su permanencia en este planeta y viajar a otro, donde las condiciones de “vida” sean distintas? Nuestra generación, sólo puede pensarlo y dejar abierto el tema a las futuras. La curiosidad es infinita y solo la estupidez la supera.
Asilarse ahora en una casa de orates, podría ser una buena solución, destinada a quienes aspiran a la sabiduría. A permanecer alejados de una sociedad en galopante putrefacción. A meditar. Al cabo de los años, debido a una gangrena mal cuidada, se infectó nuestro cuerpo social, empeñado en mantenerse ajeno a su destrucción. Es asunto de tiempo, ligado al tiempo. El reloj que dará la hora del acabo de mundo se apresta a dar las doce campanadas. Después, no habrá quien le dé cuerda. Las cucarachas, los únicos sobrevivientes, permanecerán dedicadas a otra labor.
Por Walter Garib
Margarita Labarca Goddard says:
CASA DE ORATES
No es bueno bromear con este tema. Conozco las casas de orates, no porque haya estado internada allí, sino porque las he visitado como parte de mi trabajo en derechos humanos. Conozco algunas de México, pero todas son iguales: lugares horrendos, en que los pacientes viven hacinados en condiciones inhumanas. No voy a dar detalles pero ¿Se imaginan un lugar sucio, horrendo, lleno de insectos, espantoso, en que se cometen infinidad de abusos? Pues es mucho peor que eso, peor que todo lo que se pueda imaginar.