Otro intento fallido
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En la novela el Gatopardo de Lampedusa, a menudo se destaca lo que el autor manifiesta: “Todo debe cambiar, para que todo prosiga igual”. Alusión mil veces socorrida en las crónicas, y así graficar nuestra actual actitud en pro o en contra de la nueva propuesta constitucional. En más de una oportunidad me he atrevido a calificarla de la cuchufleta, pues al leer párrafos sobre la libertad de expresión, sentí que regresaba la censura a Chile. La figura de Augusto Pinochet, acaso el más servil lacayo de la oligarquía, resucitaba de golpe. Volvía la quema de libros y las noches se alargaban más allá de la aurora. Se escribía en la clandestinidad, alumbrado por una vela. Desde luego, quienes auspiciaban el romanticismo a ultranza, lo hacían a la luz de la luna.
Al final, a causa del rechazo transversal sobre la libertad de expresión, se modificó el criterio. Entre algunos cambios se eliminó la expresión “las buenas costumbres”, pues los estudiosos ignoraban si éstas se referían a las del siglo XX o XXI. Sin embargo, queda la sensación que, entrelíneas, todo sigue igual y se habla en sordina de publicar un inciso, donde se hable de chilenos bien nacidos, los cuales accederán a los beneficios, y los otros, el medio pelo, a recibir el raspado de la olla. Todo un hallazgo en esta constitución, escrita con pluma de ganso en un salón rococó, pues huele a naftalina.
En una sociedad engatusada, obligada a vivir a tres cuartos y un repique, constituye una paradoja. Otra afrenta, diseñada por quienes no desean soltar la teta. No la que dio origen a la Vía Láctea, sino donde mama el poder. Aquella casta social, minoritaria y egoísta, acostumbrada al saqueo. El uno por ciento de los chilenos que se embolsica, mes a mes, un millón de dólares por parte baja y se queja de la fiscalización tributaria.
Para los verdaderos chilenos, rechazar la nueva idea, una Carta Magna elaborada a pujos, tirones y flatulencias nocturnas, redactada por personas sabias, informadas y de espíritu republicano, debería constituir un agravio. Lo de “verdaderos chilenos” fue expresado por la presidenta de Convención Constitucional, doña Beatriz Hevia. Lo cual nos lleva a imaginar que hay falsos chilenos, en vías de inserción social o escaladores arrimados al poder. Ella, hizo uso de la libertad de expresión y se acordó de las buenas costumbres, este último tiempo, vapuleadas por lenguaraces de su tribu.
Si la primera propuesta de la Carta Magna fue impugnada, esta segunda merecería un nuevo trato. Aunque posee aire a encierro, a olor a baúl de buhardilla, donde se guardan trastos viejos, cartas de amor y muñecas despachurradas, se rescata su esencia. Airecillo a colonia de peluquería de barrio, a polvos talcos y pachulí que se usaban a comienzos del siglo XX.
Y en lo personal, ¿votaré a favor o en contra? Si tuviese que darle el gusto a mi tía Sofanora, quien enviudó a los 55 año y se lanzó a la vida mundana, votaría a favor. Sin embargo, queridos feligreses, como ella hace veinte años abandonó este mundo de congojas e injusticias sociales, anularé el voto. Casi escribí poto, obsesionado por la idea de ser censurado por quienes aman las buenas costumbres. A veces, en mis ratos de ocio —tiempo de placer— pienso que quienes utilizan la coprolalia, cuando escriben, lo hacen por falta de recursos del lenguaje. No agregaré mofas en la papeleta, menos aún dibujos obscenos, escupitajos, agobiado por la ira. Ojalá esta noche primaveral, pueda dormir tranquilo, después de haber realizado esta confesión, sin que nadie me haya preguntado nada.
Por Walter Garib
Gino Vallega says:
Si voto en contra, estaría votando contra los/las peluconas medievales solamente, que es una buena causa…….si anulo, contra las dos , la que pretende y la que es!
No hay tercera es la vencida……….
En el camino se arregla la carga….no la mía, ya anduve suficiente y perdí varias veces.