El tabú de los hombres infértiles
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Según datos actuales de la OMS, una de seis personas es infértil en el mundo (1), lo que ha ido en aumento con el paso del tiempo por distintas razones (mala alimentación, sedentarismo, consumo de drogas, descuido), por lo que debiera preocuparnos y tomar así medidas informativas y preventivas al respecto.
El problema de realizar tales medidas, es que la infertilidad sigue siendo un tema tabú en nuestras sociedades, principalmente por razones de género, como resultado de ciertas ideas estereotipadas y sexistas sobre cómo entendemos la reproducción humana y qué lugar tienen los hombres y las mujeres en ese proceso.
De ahí que sigamos reforzando una cultura patriarcal y una división sexual del trabajo, que ha puesto todo el peso de la reproducción y los cuidados en las mujeres, instalando la idea de que la infertilidad es un problema más de ellas que de nosotros, ya que vendría en su naturaleza femenina por ser madres.
Es por eso que en los distintos tratamientos médicos de fertilidad, sea la mujer la que generalmente más exámenes e intervenciones se le realizan y más expuesta está a comentarios sobre su cuerpo y sobre su salud, generando una enorme carga mental en ellas, mientras a los varones no se nos pregunta mucho.
En consecuencia, la infertilidad en los hombres pareciera no ser un tema y un tabú dentro de otro tabú, ya que se da por hecho nuestra capacidad de descendencia, producto de un tipo de masculinidad hegemónica, que asume que los hombres no tienen que ir tanto al médico, ya que es un signo de debilidad y vulnerabilidad que no se puede aceptar, a no ser que ya no se pueda más y sea una urgencia.
Además, existe un imaginario de que los hombres podemos siempre tener hijos cuando queramos, en cualquier momento de nuestra vida, con cualquier persona, a diferencia de la mujer, ya que produciríamos espermatozoides de manera ilimitada, mientras ellas estarían determinadas por el llamado reloj biológico.
A raíz de aquello, que está la idea de que los hombres son los que “dejan embarazadas a las mujeres”, desde lógicas falocéntricas, que constantemente bromea con la cantidad de mujeres conquistadas y con la posibilidad de que tengamos hijos repartidos sin saberlo, como si el deseo sexual fuera algo incontrolable para nosotros y primordial para reforzar nuestra hombría.
El punto es que existe un porcentaje no menor de varones infértiles (30% de los casos), lo que no solo es invisibilizado socialmente, sino llevado casi en secreto por los hombres, ya que se asociaría patriarcalmente a la falta de virilidad y a la impotencia sexual, lo que se volvería una catástrofe para nuestra autoestima.
Al parecer, reconocer nuestra infertilidad, nos terminaría por feminizar, lo que hace que si bien pidamos ayuda médica, siempre lo ocultemos en nuestros entornos, sobre todo a otros hombres, por temor a ser ridiculizados, humillados y catalogados como menos viriles, por no ser capaces de ser padres por si solos.
En otras palabras, el daño que nos genera la masculinidad hegemónica queda al descubierto con el caso de la infertilidad en los hombres, la cual la llevamos en soledad y desconectada completamente de nuestras emociones, ya que siempre se nos ha dicho que los hombres no lloran y que son las mujeres quienes son más delicadas, sensibles, frágiles e inestables mentalmente.
Por lo mismo, nuestro cuidado físico y psicológico lo postergamos a niveles extremos, ya que una instancia psicoterapéutica, que es en donde podemos relatar nuestro dolor y sufrimiento, preferimos evitarla porque nos obliga a replantearnos nuestra propia masculinidad, la cual en algún momento estalla, a través de la rabia y la frustración.
No es casualidad por tanto que los hombres vayamos mucho menos al psicólogo que las mujeres y que nuestro propio autocuidado lo veamos como una pérdida de tiempo, al estar insertos dentro de una cultura insostenible de la producción, la competencia, el éxito y del esfuerzo individual, que nos obliga a estar siempre a la ofensiva.
Dicho lo anterior, el desafío es dejar atrás el tabú de la infertilidad, de manera que mujeres y sobre todo varones puedan plantear con libertad sus sentires, tanto en las familias, escuelas, lugares de trabajo y de esparcimiento, para de ese modo vincularnos desde la confianza y la cooperación mutua para quienes se encuentren en tratamientos para tener hijos, sean la orientación sexual que sea.
Pero para eso, es importante dejar bien atrás mandatos de masculinidad y feminidad rígidos e idealizados históricamente, que solo perpetuán la injusticia, la discriminación y la violencia de género, para abrirse a construir sociedades mucho más felices, en donde prime el amor en su sentido más amplio.
Por Andrés Kogan Valderrama