El dulce Oasis de Matilla: pura tradición y sabor
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A unos 90 km de la ciudad de Iquique y a unos 1.160 metros de altitud se encuentra la pequeña ciudad de Matilla, famosa por que su agua ha permitido que limones, naranjas y guayabas llenen el aire con su aroma y se puedan hacer los mejores jugos de frutas que sacian la sed, de todo aquel que llega a la ciudad desde el desierto de Atacama.
Matilla, se puede considerar uno de los primeros sitios donde comenzó la producción agrícola en Chile. Además, un cielo límpido y un sol que brilla todos los días del año, crean el marco perfecto para sus habitantes que son amables, acogedores y generosos.
Según el último censo, son 380 los habitantes de esta ciudad lo que no les impiden mantener una preocupación por mantener y cuidar sus tradiciones.
Entre estas están las fiestas que recuerdan su ascendencia hispana como son es la del patrono de la ciudad, San Antonio de Padua que celebran todos los 13 de junio; Navidad, Pascua de Resurrección y las que hacían las poda, vendimias y los destapes del vino cuando en Matilla había una importante producción vitivinícola que abastecía a las salitreras e incluso a Potosí, Bolivia.
Esta mantención de la herencia cultural tiene relación con el sentimiento de unión entre la gente del pueblo.
Fue el marqués de Matías y Umbría, don Gaspar de Loayza quien fundo la ciudad en el año de 1547 poniéndole el nombre de su ciudad natal. Pero ya, en 1536 había sido descubierta la localidad por los españoles rezados de la expedición de Diego de Almagro que, en su viaje, pasaron por el lugar.
Según el artículo El vino en Tarapacá: Herencia del Virreinato del Perú, escrito por Gonzalo Rojas en febrero de 2021 “este fenómeno habría estado impulsado, en un primer momento, por la demanda creciente del cercano yacimiento de plata de Huantajaya. Pocos años más tarde, a fines del siglo XVI, la explotación de yacimientos de plata en la Provincia de Potosí, en el Alto Perú, desplazaría esta gran demanda de productos agrícolas, en especial, el vino. Hacia fines del siglo XVI, la demanda de vinos experimentó un gran crecimiento y esa bonanza económica atrajo a los “de pura estirpe española” a asentarse en el lugar, haciendo crecer la hacienda de Matilla.” (Daponte, 2006)”.
Desde el siglo XVIII en adelante aparecen los datos cuantitativos de la producción vitivinícola de la zona: “Autores como Billingurst, Echeverría y Morales, afirman que la cantidad de botijas producidas al año para el siglo XVIII en toda la zona fue de 15.000, lo que equivaldría a 350.000 litros de vino aproximadamente y que fue disminuyendo paulatinamente, hasta la primera mitad del siglo XX”.
Una de sus construcciones más distintivas es la iglesia de San Antonio de Padua cuya construcción, se remonta a 1721 de la cual se conserva solo el campanario. La edificación actual, que reemplazó a la original destruida por el terremoto de 1877, fue reconstruida en 1887, con la técnica de tabiquería de cañas y revocada con cal y tiza. Y, una característica muy particular fue la construcción de la bóveda de cañón corrido que la cubre.
Su fachada es de estilo neoclásico haciendo uso del arco de medio punto en el vano del acceso y en las dos ventanas laterales, mientras que el nivel superior es coronado por un frontón triangular. El sólido campanario, que fue parte del templo original, se erige separado del cuerpo de la iglesia, como ocurre en muchas de las iglesias coloniales de Tarapacá. Tiene capacidad para contener ocho campanas. De planta cuadrada y dos cuerpos, fue construido con bloques pequeños de cal, tiza y bórax.
La iglesia y el campanario del pueblo de Matilla fueron declarados Monumentos históricos el 6 de julio de 1951.
Otro sitio muy atractivo y muy identitario del lugar, es el Lagar de Matilla.
El Lagar de Matilla o Lagar de Medina Hermanos fue un inmueble utilizado para prensar uvas.
Durante el siglo XVIII, la principal actividad productiva de Matilla fue la producción de vinos, para lo cual existieron 35 lagares en el lugar, de los cuales sólo se conservan 15. Ahí se desarrollaban las labores de vendimia y posterior fermentación del vino.
El Lagar de Matilla consiste en una planta cuadrada con muros de adobe, dotado de una prensa con un grueso tronco de algarrobo que, accionado por un cabestrante, efectuaba un movimiento de báscula. El licor obtenido se guardaba en tinajas de greda que también se conservan en el lugar y eran enterradas parcialmente, con el objetivo de que el vino mantuviera una temperatura uniforme y que todavía se pueden apreciar en el museo de sitio y la apertura de las primeras tinajas se realizaba todos los años el 13 de junio durante la fiesta de San Antonio de Padua y la última vendimia fue en 1937, cuando dejo de funcionar.
Con el paso del tiempo sufrió un constante deterioro hasta 1968, cuando fue restaurado por parte de la Universidad de Chile. En 1977 fue declarado Monumento Histórico Nacional, al ser uno de los pocos testimonios materiales de la actividad vitivinícola de Atacama. En 2005 sufriría el colapso parcial de sus muros de adobe debido al terremoto de Tarapacá, dejando vulnerables las estructuras de producción del vino siendo restaurado por parte de la municipalidad de Pica 7 años después.
Su importancia radica en que es uno de los pocos testimonios materiales del desarrollo vitivinícola de esta región que aún perviven, cumpliendo en la actualidad el rol de museo de sitio.
Según el artículo “Matilla. Apuntes etnográficos”, escrito en por Alba Valencia publicado por la Universidad de Chile, en el año de “1890 existían 2.625 botijas correspondientes a las heredades «Botijeria, Sicuya, Tributo, Viña Grande, Las Quince, Viña de Arriba, La Poroma, Jaramillo, Olivo, Olivito, Cotova, Viñita y Mariquilla”. Y en cuanto a las viñas existentes, las más importantes fueron «Viña Grande, propiedad de Zavala; Viña Rivas, de Medína y Henriquez; Bodega del Estado, de Rovellac y Orriola; Bodega Botijerla, de Riveros Hermanos; Bodega Santa Teresa, de Loayza y Mariana; Bodega Jaramillo, de Contreras, Cancoto y Morales».
En cuanto a su gastronomía, al igual que en todo Tamarugal, a base de quínoa, caldos, carne de animales altiplánicos junto a los frutos del oasis, en Matilla se pueden encontrar platos ancestrales con sabores únicos.
Para comenzar la quinua, acompaña asados y guisos y también se echa en las sopas o como acompañamiento de asados, especialmente del de machorra, se sirve papas a la huancaína, que son papas cocidas, enteras, cubiertas de una pasta hecha de mayonesa con queso de cabra rallado, nueces molidas y bastante ají.
También se consume la calapurka, una sopa que lleva carne de gallina, pato y cordero; papas, cebolla de rama, cilantro y ají. El sabor especial, se lo da a esta sopa la forma de cocción: se calientan al rojo unas piedras porosas y se colocan dentro de la olla para que hierva el caldo.
Sin embargo, lo que identifica a Matilla en todo el Tamarugal, son sus alfajores, un dulce producido en base a mermeladas y finas hojas de masa.
Los alfajores tienen un origen árabe que se fueron incorporando al paladar nortino, durante el apogeo de las salitreras por los sureños que viajaron a trabajar en la Pampa.
Y aquí va la receta: 6 huevos enteros; 3 tazas de harina; 5 cucharadas de agua tibia o destilado blanco (aguardiente); pizca de sal; 1 cucharada de manteca; 2 tazas de azúcar granulada; 4 cucharadas de harina; canela al gusto, clavo de olor; 2 tazas de agua hirviendo
Para hacer la masa, se incorporan la harina con la pizca de sal, los huevos, aguardiente y manteca. Se amasa hasta que esta lisa y se le pasa un rodillo para darle esa textura suave, plegando la masa en dos cada vez que se estira cada cara. Cuando este muy delgada se cortan círculos de 6 cms de diámetro aproximadamente y se hornean a 200 grados por 3-5 minutos aproximadamente.
Luego rellenar tres capas de masa con alguna de las ricas mermeladas de guayaba, mango, membrillo o naranjas hechas por las manos de Matilla. Finalmente, terminar con polvillo de masa por los lados del alfajor.
Otro de los atractivos turísticos de Matilla, es la “Ruta del Limón de Pica” que es administrada por Wladimir Santos López, criado y nacido en Matilla.
Esta ruta, lleva a conocer la ciudad, pasando por el Lagar de Matilla, la iglesia patronal, la plaza, el cementerio y muy importante, el Faro que antaño guiaba hacia la ciudad, a los viajeros que por la noche viajaban por el desierto.
Este tour culmina en Tambo Pacha, un espacio donde se recibe a los turistas con pisco sour hecho con el legítimo limón de Pica y donde uno puede conocer la cultura, la vestimenta y la religiosidad del altiplano.