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Vaticano, autoritarismo y antisemitismo (XXVI)

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Respecto de los bienes saqueados por los nazis y ustachas durante la segunda guerra mundial, un informe suplementario del gobierno de Estados Unidos del 2 de junio de 1998, “proveyó más evidencias de que países neutrales, incluyendo el Vaticano, habían profitado ocultando el oro nazi en sus bancos centrales. Refiriéndose a la Iglesia, el informe señaló que desde ‘la postguerra la disposición del tesoro croata de tiempos de guerra permanece oculto… Hay preguntas sobre aspectos de los antecedentes vaticanos durante e inmediatamente después de la guerra, cuyas respuestas sólo pueden estar en los archivos vaticanos’” (Gerald Posner.- God’s Bankers. A History of Money and Power at the Vatican; Simon & Schuster, New York, 2015; pp. 388-9). Durante la conferencia de prensa en que se reveló el informe, Stuart Eizenstat, nuevamente instó a la Iglesia y al IOR (Banco Vaticano) a abrir sus archivos. La administración Clinton le dio ese mes al Vaticano otra chance de contribuir a los fondos para las víctimas del Holocausto, no porque estuviese legalmente obligado a hacerlo sino como un ‘gesto moral’ (…) Sin embargo, el Vaticano fue despectivo. ‘No tengo nada que añadir a lo que se ha dicho en el pasado’ dijo Joaquín Navarro Valls (vocero del Vaticano)” (Ibid.; p. 389).

 

Luego, a fines de agosto, 31 países habían desclasificado documentos y se obtuvieron nuevas informaciones de bancos privados. Y se hizo “un llamado conjunto para obtener mayor cooperación internacional con el fin de ubicar y distribuir el dinero a las ya ancianas víctimas del Holocausto para el fin del siglo (…) El lord británico, James Mackay resaltó y fustigó al Vaticano por no abrir sus registros o proveer alguna información sobre lo que su banco hizo con los saqueos que recibió” (Ibid.). Y a fines de septiembre, cuando finalizó su cometido, la Comisión Tripartita para el Oro reveló que “había sido incapaz de dar cuenta de impactantes 177 toneladas de oro que desaparecieron de los territorios ocupados por los nazis. Y que no pudo estimar cuánto del oro obtenido de las víctimas por privados se había mezclado en lingotes que habían llegado al final de la guerra a bancos centrales de once naciones. El subsecretario de Estado, Stuart Eizenstat, citó el informe para implorar de nuevo al Vaticano a abrir sus registros” (Ibid.; pp. 389-90). Y nuevamente sin resultados…

 

Para mayor menosprecio de la sensibilidad judía, mientras el Vaticano se negaba obstinadamente a cualquier reconocimiento y reparación por la acogida de fondos del régimen genocida ustacha por el Banco Vaticano; Juan Pablo II, visitaba a comienzos de octubre Croacia para presidir la beatificación del controvertido arzobispo de Zagreb en tiempos de guerra, Aloysius Stepinac. Más allá del hecho de que Stepinac no puede considerarse “criminal de guerra” –como lo condenó el régimen de Tito en 1946- dado que incluso protestó varias veces públicamente por los crímenes del gobierno de Pavelic; fue también un hecho que –como la generalidad del episcopado croata- le dio un respaldo a su régimen que le permitió a éste blasonar de constituir a la nueva Croacia como un Estado “católico”.

 

Incluso Juan Pablo rechazó un llamado de último minuto del Centro Simon Wiesenthal de posponer la beatificación “hasta el término de un estudio exhaustivo de los registros de tiempos de guerra de Stepinac basado en un completo acceso a los registros vaticanos” (Ibid.; p. 390). A ello se le sumó el hecho de que en la Navidad de ese año “cuando prelados croatas ofrecieron dos especiales misas de réquiem en honor del asesino líder croata, Ante Pavelic, el Papa no emitió ninguna crítica o reproche” (Ibid.).




 

Las presiones sobre el Vaticano aumentaron cuando en noviembre Argentina finalmente aceptó hacer públicos sus archivos respecto del nazismo, a lo que siempre se había negado (ver ibid.). Suiza también se allanó a formar “una Comisión Independiente de Expertos no sólo para hacer públicos sus propios archivos, sino también para echar una luz sobre lo que otras naciones neutrales como el Vaticano hicieron durante la guerra a través de Suiza” (Ibid.; pp. 390-1).

 

Por otro lado, en noviembre de 1998, Israel publicó una lista de archivos de países o instituciones que respecto del Holocausto “habían rehusado o no habían sido cooperativos en compartir información”,  incluyendo “los archivos nacionales del Vaticano, Francia, Rusia y Polonia, como también más pequeños y específicos como el del británico M15, el Conservador Británico de la Propiedad Enemiga y documentos mantenidos por el Museo Judío de Praga”. Y el gobierno israelí señaló: “Apelamos a cada una de las instituciones indicadas a abrir sus archivos de modo que podamos aprender porque la sociedad civilizada ha fallado en sus compromisos básicos de asegurar la salud, las vidas, la libertad y la propiedad de nuestro pueblo” (Ibid.; p. 391). A lo que “el Vaticano ignoró el pedido” (Ibid.).

 

Luego, en diciembre, cuarenta y cuatro naciones se reunieron en una conferencia en Washington para “indemnizar confiscaciones injustas” hechas por los nazis y “modos para encontrar sus dueños de preguerra y hacer restituciones, sea que se encontrasen o no sus herederos” (Ibid.). En ella Rusia anunció que finalmente cooperaría con historiadores y organizaciones dedicadas al Holocausto para encontrar bienes saqueados y liberar sus archivos. Asimismo, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, -que había sido educada como católica y que solo el año anterior había descubierto que sus abuelos checos habían sido víctimas judías de los nazis- les hizo un emotivo llamado a los representantes del Vaticano: “No podemos devolver la vida ni reescribir la historia. Pero podemos  hacer que el libro de cuentas esté un poco menos desbalanceado dedicando nuestro tiempo, energía y recursos en la búsqueda de respuestas, la restitución de propiedad y el pago de las justas reclamaciones” (Ibid.). El portavoz Navarro-Valls insistió que el Vaticano no tenía archivos relevantes sobre el Holocausto y nada en absoluto sobre el oro croata.

 

Asimismo, en el contexto de un juicio entablado en contra del Banco Vaticano y la Congregación Franciscana de haberse apropiado del oro ustacha, salió a luz un informe de 1948 de la Inteligencia del ejército de Estados Unidos que “confirmaba que 2.400 kilos del oro ustacha fueron transferidos secretamente del Banco Vaticano a una de las cuentas secretas de la Iglesia en bancos suizos” (Ibid.;392). Asimismo, en diciembre de 1999 el gobierno y empresas privadas alemanas, y los bancos suizos hicieron nuevos aportes. Finalmente, “el Vaticano fue la única nación que se negó a hacer cualquier cosa al respecto” (Ibid.).

 

Tanto o más penoso fue el hecho que el documento del Vaticano en que se analizó en 1998 las relaciones históricas entre el Vaticano y el judaísmo (Nosotros recordamos) ¡ignoró completamente las sistemáticas doctrinas, normas y prácticas antisemitas desarrolladas por el Vaticano desde Constantino! achacándolas a pecados de “hijos de la Iglesia”. Por lo que solamente manifestó “su profundo pesar por las faltas de sus hijos e hijas en las diversas épocas” respecto de los judíos, señalando que “se trata de un acto de arrepentimiento pues como miembros de la Iglesia, compartimos tanto los pecados como los méritos de todos sus hijos” (www. Nosotros recordamos una reflexión sobre la shoah). Y “resolvió” el tema de fondo al recordar las palabras de Juan Pablo II de 1997: “En el mundo cristiano- no digo de parte de la Iglesia en cuanto tal (sic)- algunas interpretaciones erróneas e injustas del Nuevo Testamento con respecto al pueblo judío y a su supuesta culpabilidad han circulado durante demasiado tiempo dando lugar a sentimientos de hostilidad en relación con ese pueblo”. Y añadió el documento: “Esas interpretaciones del Nuevo Testamento fueron rechazadas, de forma total y definitiva, por el Concilio Vaticano II” (Ibid.).

 

Muy bien hecho esto último, ¡pero es muy lamentable que el documento haya negado una verdad más grande que una catedral! Esta es, que la Iglesia en cuanto tal -a través de numerosos concilios, y de documentos y expresiones papales- fue la autora de esas “interpretaciones erróneas e injustas del Nuevo Testamento” respecto de los judíos. Y, peor aún, que fue la Iglesia en cuanto tal, la que estableció todo tipo de discriminaciones y vejaciones contra los judíos; guetos; sermones forzados insultantes y quemas del Talmud. Y la que instauró la Inquisición que torturó y quemó en la hoguera a muchos de ellos; o que les quitó niños judíos a sus padres, si por alguna circunstancia hubiesen sido bautizados; o que beatificó niños reales o legendarios, reconociendo formalmente la “realidad” del asesinato ritual de los judíos a niños cristianos…

 

Y ¡qué contraste el de Nosotros recordamos, con el de la Declaración de arrepentimiento de los obispos franceses de 1997!: “Es un hecho bien probado que, durante siglos, hasta el Concilio Vaticano II, una tradición antijudía grabó su impronta de diferentes modos en la doctrina y en las enseñanzas cristianas, en la teología, la apologética, la predicación y la liturgia. En este suelo logró florecer la planta venenosa del odio hacia los judíos. De ahí la gravosa herencia que seguimos arrastrando en nuestro siglo, con todas las consecuencias tan difíciles de erradicar. De ahí nuestras heridas aún abiertas” (Daniel Goldhagen.- La Iglesia Católica y el Holocausto. Una deuda pendiente; Taurus, Buenos Aires, 2003; p. 247).

 

Y con las expresiones de 1994 del obispo de Plymouth (Inglaterra), Christopher Budd: “Hemos de ponderar con auténtico pesar que a aquel a quien aceptamos como el Mesías (…) lo hemos utilizado a veces, no para traer la paz y la justicia, sino el dolor y la injusticia y la destrucción de muchos de nuestros congéneres humanos y, en particular, el pueblo judío. La muerte de Jesús y la muerte de millones de judíos durante este siglo se hallan trágica e inextricablemente ligadas. Durante siglos los judíos han sido difamados, perseguidos y acusados por la muerte de Jesús. La acusación de deicidio o de asesinato de Dios se lanzó contra ellos y sirvió de suelo fértil en el que echó raíces el mal del nazismo con tan catastróficos efectos” (Ibid.; p. 248).

 

Por Felipe Portales

 



Historiador

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