Poder y Política Opinión e identidades

La democracia es un bien escaso y se puede perder

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Hace medio siglo, en la mañana del  11 de septiembre de 1973, perdimos la democracia, de la cual estábamos muy orgullosos. En ese entonces, Chile, Uruguay y Costa Rica eran la excepción de gobiernos civiles en un mapa de América teñido del color de dictaduras militares: la democracia en Chile parecía un bien que nos iba a durar para siempre: Chile, ingenuamente, trataba de asimilarse a los sistemas de partidos políticos de Europa, pues teníamos una 1) Democracia Cristiana que pertenecía a la Internacional, liderada por la Democracia Cristiana Alemana (CDU);  2) un Partido Comunista, (el más fiel a Moscú, y nunca dudó de apoyar las invasiones soviéticas, por ejemplo, a Hungría y Checoslovaquia), seguía la línea de la alianza acordada en el V Congreso de la Internacional, es decir, unirse  con los partidos políticos burgueses para combatir al fascismo. Este Partido, incluso, en plena clandestinidad luego de la aplicación de la Ley de Defensa de la Democracia, (1948), se negó a adoptar la vía violenta, propuesta por el Reinocismo, una fracción de la juventud inclinada por la vía violenta; 3) el Partido Socialista era la única combinación política que tenía inspiraciones doctrinarias propiamente latinoamericanas, criticando, a la vez, la II y III Internacional, (Socialdemócrata y Comunista, respectivamente).

Chile fue el único país de América que creo el Frente Popular, (1938), que, a diferencia de Francia y de España, en el mismo año, no fue derrotado por la derecha y la guerra civil Franquista.

A pesar de imperar un régimen presidencial borbónico y de una inflación galopante, la democracia en Chile se mantuvo, incluso, durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, que cerró el paso a las aventuras militares de “la línea recta”. Chile era una probeta del sistema político que había resultado exitosa, incluso, una vía política inédita al socialismo, liderada por el Presidente de la República, Salvador Allende.

Las dictaduras de “Seguridad Nacional” pintaron de rojo al continente latinoamericano: Augusto Pinochet y Rafael Videla, por ejemplo, marcaron un récord de dictaduras criminales salvajes.




Luego de casi dos decenios de vigencia de las crueles dictaduras, los países latinoamericanos fueron recuperando, paulatinamente, la democracia, (Argentina, en 1985, se convirtió en el único país que sometió a juicio los militares, por crímenes de lesa humanidad), y la mayoría de estos tiranos y sus cómplices han gozado de impunidad, por ejemplo, la derecha chilena abandonó a Pinochet sólo cuando se descubrieron sus robos al erario público, dinero depositado en el Banco Riggs, en Estados Unidos, bajo distintas identidades, pero en otra oportunidad, cuando fue despertado por la policía inglesa, acusado de crímenes de lesa humanidad, tuvo el apoyo de la derecha, incluso, del respaldo irrestricto durante el gobierno democratacristiano, liderado por Eduardo Frei Ruiz-Tagle, y secundado por su Ministro, José Miguel Insulza.

En la eterna e imperfecta transición a la democracia en Chile, del “transar sin parar”,  y en “la medida de lo posible”, poco aprendimos de los decenios en los cuales perdimos la libertad. El sistema político-monárquico siguió siendo “el todo o nada”: el poder se repartía entre las dos combinaciones neoliberales, unos pinochetistas, (aunque renieguen de su amo), y los otros, pactando con los militares ante el terror de asomo de una nueva aventura.

El sistema político chileno sin ciudadanía y con instituciones débiles fue ganándose el desprecio de los electores, (antes, catervas de vencejos), tratados como clientes por políticos, por señores feudales que, tenían por seguro, el seguir enriqueciéndose con sueldos millonarios y, sobre todo, por el cohecho de las grandes empresas), ciudadanos que, poco a poco, fueron perdiendo la fe y la esperanza en el sistema político. Los distintos presidentes de la república no tenían luna de miel a causa de la decepción de quienes los eligieron. Y qué decir de los partidos políticos y el Congreso que han logrado, a través del tiempo, apenas un dígito de apoyo ciudadano.

La anti política se convirtió en hegemónica en la opinión ciudadana: el apoyo a la democracia, tal como la perciben los ciudadanos, ha sido cada vez más magro, y la tentación de favorecer a un aventurero de la política se hace cada vez posible, (en Perú, por ejemplo, la segunda vuelta presidencial se dio entre dos candidatos ajenos al sistema político, Keiko Fujimori, ´hija del tirano´, perseguida por la justicia  por cohecho, asociación ilícita y otros delitos, y de un profesor chotano, analfabeto político, e incluso, funcional; en Chile, se turnaron Sebastián Piñera y Michelle Bachelet, ante la carencia de liderazgos políticos y de partidos doctrinarios), pues los ciudadanos ya no creen en los partidos políticos, ni en el Congreso.

La nueva ola de gobiernos progresistas en América Latina se ubican en un contexto muy distinto al del socialismo del siglo XXI: ya no hay los buenos precios de los commodities, que permitían llevar a cabo algunas políticas sociales que pudieran acortar la brecha de la enorme desigualdad entre ricos y pobres, y a su vez, los gobiernos de derecha, como el de Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera y Mauricio Macri, dejaron una herencia de miseria y abusos, incluso crímenes y acentuación de las desigualdades, a lo cual hay que agregar la tragedia que trajo consigo la pandemia del Covid19, sumado a la guerra ruso-ucraniana.

En el caso de Brasil, Luíz Inácio Lula da Silva, hereda un país devastado a causa de las políticas neoliberales, implementadas por el expresidente Bolsonaro; Gustavo Petro recibe un país en conflictos permanentes de atropellos a los derechos humanos, heredados del gobierno del Presidente Iván Duque; Alberto Fernández, heredó una Argentina arruinada por el neoliberal presidente Mauricio Macri;  Gabriel Boric, sucesor del Presidente Piñera, tiene que luchar contra la derecha herencia del desgobierno del ex Presidente Piñera, y con un Parlamento contrario, balcanizado y rechazado por la ciudadanía.

Las crisis de las instituciones de gobierno y de los partidos políticos, a los que hay que agregar el poder legislativo, abren camino a aventureros que, en el caso de Chile, por ejemplo, son aglutinados, entre otros, por Franco Parisi y su Partido de la Gente; en el caso del Proyecto constitucional, rechazado el 4 de septiembre de 2022, la hegemonía de partidos políticos sin Dios ni Ley, como el Del Pueblo, dominado por el infantilismo refundacional, ha sido una muestra del cómo los aventureros de la política pueden destruir un buen proyecto, sólo por el gusto de figurar.

Por Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

06/02/2023

 

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Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



Historiador y cronista

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  1. Partido del pueblo…..de la gente……de la pobla……porque la ciudadanía no es tomada en cuenta (salvo para contar votos y cobrar en el servel en el sistema espurio actual) por los partidos uuff «Tradicionales» y tratan de organizarse de algún modo
    hasta que, huaso pillo, le ve el lado $$ al conjunto y zás! vuelta a lo mismo de los odiados conspícuos.En un país de pillos (mayoría manda) no es posible «sacarse la suerte» entre iguales, aunque algunos son más iguales que otros…..mire la justicia a la shilena y se sonrojará….de vergüenza….ó de rabia, porque no le toca la vuelta de la pirinola.Buen artículo del «viejo pillo», sin duda.

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