Vaticano, autoritarismo y antisemitismo (III)
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Luego de la pérdida de los Estados Pontificios en 1870, el Vaticano recrudeció sus posturas conservadoras, intolerantes y antisemitas. Esto se expresó fundamentalmente en la revista quincenal y semioficial vaticana La Civilta Cattolica, dirigida por jesuitas, y que desde 1880 a 1938 publicó, entre artículos largos y crónicas breves, 430 textos antisemitas. Es decir, más de siete anuales (ver Jean Meyer.- La fábula del crimen ritual. El antisemitismo europeo (1880-1914); Tusquets Edit., México, 2012; p. 54). Así, en su primer artículo de la serie el jesuita Giuseppe Oreglia, La agitación antisemita en Alemania del 11 de diciembre de 1880, “explica las causas de esta agitación nacida y propagada en el seno del protestantismo para contrarrestar la enorme influencia política de la ‘asociación internacional de la Alianza Israelita’”, y señala: “los hebreos son, literalmente, dueños de la fortuna pública (…) usureros insolentes, arruinan a las familias cristianas” (Ibid.; 56).
Y el carácter claramente antisemita –y no sólo antijudío- lo demostró el mismo Oreglia, al agregar: “¡Oh, cuán equivocados y engañados están quienes piensan que el judaísmo es solo una religión, como el catolicismo, el paganismo o el protestantismo, y no de hecho una raza, un pueblo y una nación! Mientras es cierto que otros pueden ser, por ejemplo, a la vez católicos e italianos, franceses o ingleses (…) es un gran error creer que lo mismo es verdad respecto de los judíos. Porque los judíos no son solamente judíos por su religión (…) ellos son judíos especialmente debido a su raza” (David Kertzer.- The Popes against the Jews. The Vatican’s Role in the Rise of of Modern Anti-semitism; Vintage Books, New York, 2002; p. 137). Y en 1890, el jesuita Raffaele Ballerini señaló en la misma revista que “toda la raza judía está conspirando para lograr su reino sobre todos los pueblos del mundo” (Ibid.; p. 143). Afirmación íntegramente compartida por Hitler y los nazis pocas décadas después…
Asimismo, en 1881, Oreglia afirmó que “todo el nervio del judaísmo moderno (…) consiste en su dogma fundamental según el cual el judío no puede reconocer como su prójimo sino al judío y ve en todos los hombres cristianos y no cristianos (…) enemigos que debe odiar, perseguir, exterminar” (Meyer; p. 57). Y prosiguió: “El judío, como el diablo, (está) condenado por su rebelión contra Cristo”, y “el odio judío es satánico del mismo modo que es judío el odio satánico contra Cristo y la Iglesia” (Ibid.). El mismo año, a través de numerosas crónicas sin autor identificado, la revista comenzó a denunciar los “crímenes rituales” de los judíos. Así, el 7 de julio, precisó que los judíos necesitan al niño cristiano “para emplear su sangre en la confección de los ázimos en la fiesta de Pascua, según la ley fundamental del Talmud y practicada por los judíos, como consta en muchos procesos” (Ibid.; p. 60). Asimismo, el mismo año el propio Oreglia tituló una crónica: “Cómo de un proceso auténtico e inédito, que se conserva en los Archivos Vaticanos de la Santa Sede, se demuestra de manera indudable que los hebreos no pueden celebrar santamente (sic) su Pascua si no es con sangre cristiana” (Ibid.; p. 215).
Luego, la revista “los días 6 de abril, 10 de mayo, 7 de junio y 22 de julio de 1882 (…) ‘documenta’ ‘el uso de la sangre en los ritos de la Sinagoga moderna’ con base en la ‘abundante’ correspondencia que ha recibido de ‘eruditos’ a consecuencia de sus artículos” (Ibid.; p. 61). A su vez, el jesuita Francesco Saverio Rondina en 1893 escribió que respecto de los judíos “en lugar de perder el tiempo demostrando lo que se sabe (…) hay que probar lo que muchos ignoran y otros se niegan a creer (…) el misterio de la sangre”. Y “lo ‘demuestra’ en cuatro capítulos muy repetitivos, con bibliografía, una cronología de ‘crímenes rituales’ desde 1071 hasta 1891” (Ibid.; p. 65). Además, en 1895 la revista reseñó favorablemente un folleto del judío converso Rocca d’Agria (Cesare Algranati), La eucaristía y el rito pascual moderno, señalando que “confirma y aclara el rito de la sangre cristiana desde el año 425; el autor confiesa haber participado durante veinte años en el rito, antes de su conversión” (Ibid.; p. 66).
Por otro lado, en junio de 1890, la revista pasó al “antisemitismo político”, al celebrar una derrota electoral de los liberales en Hungría y una victoria de los cristiano-sociales (declaradamente antisemitas) en Viena: “En esta lucha extrema entre el Occidente y su cultura cristiana y el Oriente con su inmoral Talmud, la idolatría del becerro de oro y las armas de la prensa corruptora y terrorista, los ‘cristianos reunidos’ (…) han ganado una espléndida victoria (…) cazando a todos los semitas y sus criaturas (…) para sacudir el yugo aborrecido de Israel” (Ibid.; p. 65). Postura que se vio reforzada por un artículo de Raffaele Ballerini de abril de 1897 en que sostuvo respecto del “pueblo judío” que la “novedad es que en unos pocos años, una vez emancipado civilmente, ha logrado un poder extraordinario, lo que es causa del antisemitismo. ‘Nación entre las naciones’, se encuentra siempre y en todas partes detrás del poder aparente. Si la cosa sigue así en cincuenta años más, todos los grandes Estados europeos pasarán bajo su control, gracias a la libertad promulgada por la Revolución francesa” (Ibid.; pp. 66-7). El mismo temor expresado por Hitler y los nazis décadas después…
A su vez, el Vaticano mismo e involucró en el antisemitismo en 1892 a través de una serie de artículos de L’Osservatore Romano que manifestaron preocupación por la ola de simpatía internacional a los judíos provocada por la mortífera persecución contra ellos desarrollada por el zarismo en Rusia. El autor del primero de ellos (del 1 de julio) se preguntaba ¡si no serían los propios judíos los causantes de su persecución!: “Viéndose de estar a punto de ser gravemente atacados por la opinión pública y la población en general (por el creciente “temor” hacia ellos), el judaísmo … provoca demostraciones hostiles… para que la gente simpatice con las víctimas y olvide quienes son sus reales perseguidores”. Y continuaba: “No estaríamos muy lejos de la verdad si decimos que los grandes golpes dirigidos por el imperio moscovita a los hijos de Judá le han hecho el juego al judaísmo, porque ha engendrado compasión por los judíos, contra los cuales el mundo cristiano y civil ha comenzado a rebelarse por buenas razones” (Kertzer; p. 147).
Además, el artículo ¡distinguía el “buen” antisemitismo del “malo”!: “El antisemitismo debiera ser la natural, sobria y reflexiva reacción cristiana contra el predominio judío” (Ibid.). “Pero desafortunadamente, escribió el periodista del Osservatore romano, había una diferente forma de anti-semitismo no cristiano que estaba atrayendo más atención últimamente, uno que amenazaba con desacreditar el verdadero antisemitismo cristiano. La nueva forma de antisemitismo no era en verdad ‘más que una forma artificial de judaísmo, que lo ha introducido y mantenido de tal forma que sea imposible que el verdadero antisemitismo se organice, se ponga en acción y triunfe’. El verdadero antisemitismo explicó el diario vaticano ‘es en sustancia nada más que cristianismo, completado y perfeccionado en el catolicismo’” (Ibid.; pp. 147-8).
Al día siguiente, el diario señaló que los judíos estaban tratando desesperadamente de protegerse contra “la reacción que estaba cerca de explotar en todas partes contra su rapaz tiranía”. Además, el artículo les advirtió: “No jueguen con fuego. La ira de la gente, que hasta el momento ha sido enfriada por sentimientos de caridad cristiana y por la tierna influencia del clero católico, puede en cualquier momento entrar en erupción como un volcán y golpear como un rayo”. Y terminó con la ominosa amenaza de que: “un cuarto de hora puede ser todo lo que se necesite” (Ibid.; p. 148). Y con ocasión del famoso “caso Dreyfus” en Francia, L’Osservatore Romano señaló en 1898, respecto de los violentos desórdenes antisemitas en dicho país y del crecimiento de los partidos antisemitas en Europa, que “la masonería y el judaísmo, que surgieron juntos para combatir y destruir el cristianismo en el mundo, deben ahora defenderse juntos en contra del despertar del cristianismo y de la ira del pueblo” (Ibid.).
Tal llegó a ser el impacto del antisemitismo vaticano, que en noviembre de 1899 “las tres personalidades católicas más importantes de Inglaterra le piden al Papa (León XIII) una condena definitiva de la acusación de crimen ritual como una fantasiosa y mortífera calumnia antisemita” (Meyer; p. 115). Ellos fueron el arzobispo de Westminter, Herbert Alfred Vaughan; Lord John Russell y el duque de Norfolk, Henry Fitzalan-Howard. En una tardía respuesta, el 4 de agosto de 1900, el Papa, a través de su secretario de Estado, Mariano Rampolla ¡no accedió a lo solicitado! Es más, en los Archivos de la Inquisición, se encontró una nota que acompañaba la decisión que decía que “el asesinato ritual constituye una certeza histórica (…)
Además tal asesinato ha sido acusado y condenado varias veces en los tribunales civiles de Austria (…) Dado todo esto la Santa Sede no puede dar la declaración requerida, la cual, si bien podría dar gusto a unos pocos engañados en Inglaterra, provocaría amplias protestas y escándalo en otras partes” (Kertzer; p. 221). Y lo más revelador es que la Inquisición seleccionó como consultor especial, para estudiar la respuesta, al arzobispo español Rafael Merry del Val (que sería designado por Pío X como secretario de Estado en 1903) porque “él tiene dentro de sus antepasados a un niño crucificado por los judíos y venerado en los altares de la Iglesia –Dominguito del Val- y por ello es el hombre más apto para la tarea” (Kertzer; p. 220).
Sin embargo, es importante resaltar nuevamente que significativos sectores de la Iglesia fueron claramente contrarios a estas horrendas calumnias antisemitas. De partida, es importante destacar que los jesuitas de otros países no acompañaron para nada a los vaticanistas de La Civilta Cattolica. Así, Jean Meyer señala que “he recorrido las revistas jesuitas de Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos entre los años 1881 y 1914 y no he encontrado nada semejante (…) Es más, los bolandistas –jesuitas organizados por el flamenco Jean Bolland (1596-1665) para estudiar en profundidad el santoral católico- (…) en su mayoría flamencos, como Francois van Ortroy, Hippolyte Delehaye y Francois Halkin, desmantelan piedra por piedra el edificio del crimen ritual” (Ibid.; p. 169). Además, en 1898 Herbert Thurston negó tajantemente la existencia del crimen ritual en la revista de los jesuitas ingleses, The Month (ver ibid.; p. 170). Y en 1912 y 1913 los eruditos católicos franceses Elphége Vacancard y Féliz Vernet publicaron artículos demostrativos de la inexistencia del crimen ritual. Y también en 1913 el sacerdote e historiador francés, Louis Duchesne lo describió como “una fábula absurda y peligrosa porque por ella se mata” (Ibid.; p. 136).
Por Felipe Portales