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Lanzamiento del libro El Siniestro Barco Lebu en la ex cárcel de Valparaíso

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El sábado 20 de agosto del 2022 se realizó el lanzamiento del libro “El Siniestro Barco Lebu” en la Sala de Estudio del Parque Cultural de Valparaíso (ex Cárcel Pública). Esta publicación, junto a una serie de documentos, elementos, registros audiovisuales y una maqueta, forman parte del “Proyecto Lebu”, cuya instalación e inauguración se realizó el 11 de diciembre de 2021 en el pabellón de la ex galería de reos del Parque Cultural de Valparaíso permaneciendo la exposición en dicho recinto por más de dos meses, para desde allí comenzar a navegar por distintos lugares del país, partiendo por el Museo de la Memoria en Santiago, continuando después hasta la localidad de La Ligua y desplazándose posteriormente hasta Petorca, donde permaneció hasta el sábado pasado. Desde allí regresa nuevamente a Valparaíso con la idea que esta vez comience a navegar por establecimientos educacionales de la V Región.

 

Más de cincuenta personas acudieron hasta la sala de estudios para escuchar los testimonios de Alejandra Montoya, escritora y docente, nieta de Enrique Montoya Quintana e hija de José Enrique Montoya Martínez, ambos prisioneros del Lebu, junto a Igor Goicovic, historiador y académico, hijo de Hernán Goicovic Echavarría, preso político que también estuvo recluido en el barco Lebu.

Transcribo a continuación las presentaciones realizadas por ambos expositores.

ALEJANDRA MONTOYA:




“Hoy entregaré mi testimonio como hija y nieta de víctimas de prisión y tortura en el Barco Lebu. No es fácil hablar de una parte de la historia en que la familia de muchos chilenos y chilenas fue fragmentada por la violencia y la represión. En el caso de nuestra familia paterna, mi abuelo fue preso cuando era oficial mercante en Valparaíso, pasó por algunos centros de detención, por el Lebu y finalmente terminó en Pisagua donde estuvo durante unos meses. Mi padre estuvo detenido en el Buque Lebu, donde fue torturado, para luego de unos meses ser liberado, pero se le prohibió trabajar durante un año. Posteriormente, pasan algunos años, y en la madrugada de un cumpleaños el año 81 mi padre deja sus últimos rastros de vida embarcado en el buque Lago Lanalhue, antes de desaparecer hasta estos días.

Nuestra familia fue perseguida y amenazada cuando recién aprendí a leer y a escribir. En esos años, mi madre evitó todo tipo de conversación alusiva a la desaparición de nuestro padre. Su herida se había tornado insoportable. Crecí pensando en que las persecuciones eran producto de mi imaginación. Tenía 8 o 9 años y esa era mi percepción de la realidad. Más adelante me llegó un sobre desde el extranjero con documentación del caso de mi padre. Me la envío su hermano Roberto, mi tío Roberto. En el sobre venían noticias de periódicos internacionales, cartas de agrupaciones de derechos humanos chilenas y extranjeras, de Amnistía Internacional y de la CUT Internacional. La foto de mi papá aparecía en la primera página de diarios franceses, suecos y alemanes, atribuyendo su desaparición como un crimen provocado por los agentes del Estado. En los periódicos chilenos, sin embargo, solo La Estrella publicó información al respecto, en un pequeño espacio, en las últimas páginas, atribuyendo la desaparición de mi padre como un supuesto suicidio, sin pruebas ni una investigación periodística profesional. Tiempo después, el abogado sugirió a mi madre que, por el bien y la integridad de ella, y de nosotras, sus hijas, no continuara con el caso judicial. Fue cerrado sin novedades, sin culpables. Hasta el día de hoy el estado de mi padre continúa registrado en el diario oficial como muerte presunta.

Por medio de esta encomienda, de este sobre que me llegó desde el extranjero, me enteré del secreto que había guardado nuestro padre a nosotras. Sin embargo, creo que a Roberto y algunos de sus compañeros sobrevivientes les debe haber contado de su estadía en el Lebu. Él se llevó el secreto hasta el fondo marino, porque él fue arrojado al mar a la altura de Brasil. En su detención lo habían amenazado diciéndole que, si contaba sobre su paso por los centros de tortura, mi madre, mi hermana y yo correríamos peligro de muerte.

 

 

El año pasado realicé la presentación “Palabras Migrantes”, una antología de escrituras de la experiencia haitiana, de su diáspora acá en Valparaíso, este fue un proyecto que desarrollamos con mis estudiantes migrantes. La presentación fue en este mismo espacio, en el Parque Cultural. Ese día al llegar fue para mí una gran sorpresa ver que al lado de donde nosotras íbamos a lanzar el libro se estaba realizando una exposición alusiva al Barco Lebu. Fue algo que no me esperaba, me impactó ver la maqueta del barco y la representación de los prisioneros en su interior. Imágenes, noticias, fotografías, complementaban este cuadro de registro de la memoria. Me produjeron tantas emociones que fue difícil hacer mi presentación ese día, no pude dejar de sentirme conmovida. Ahí fue donde conocí a Antonio, gestor de este proyecto, que gentilmente me invitó a participar en este reencuentro con la historia, con mí historia y la historia de tantos compatriotas.

Leer las primeras páginas del libro “El Siniestro Barco Lebu” significó volver a palpar la cicatriz, a recorrer un pasaje de mi historia inconclusa, como mencioné antes, la historia de chilenas y chilenos que sobrevivieron a estos centros de tortura flotantes. Estos oscuros años de opresión no lograron opacar los relatos testimoniales de quienes sobrevivieron, los prisioneros y las prisioneras del Barco Lebu y de otras cárceles flotantes, o también de otros campos de concentración.

Cito un fragmento del poema del músico y escritor Mauricio Redolés, incluido en el libro: “No lloré porque soy hombre/tú llorabas al lado mío/en ese barco desnudo/acurrucado en los colchones y las estrellas/a las seis menos cinco comenzaba el golpeteo del cabo de turno”. Intento imaginar esta rutina que tuvieron que vivir los prisioneros del Barco Lebu, a mi padre cantando el tango junto a otros como él adentro, contando chistes o jugando ajedrez en el confinamiento, como así también intento no pensar en los suplicios que vivieron, las torturas y el dolor al que fueron sometidos en esta prisión flotante.

Intente buscar sus rostros, el de mi abuelo, el de ellos, en este valioso libro, pero sin resultados, como si encontrarlos en esta publicación fuera a calmar la sed de justicia que padecemos quienes somos familiares de detenidos desaparecidos.

Antes de terminar quisiera leer un poema que escribí durante el estallido social y que se relaciona con nuestro pasado lejano y reciente; cómo se configura esta fusión de hechos históricos en nuestro país; el rescate de la memoria se mantiene a través de la escritura, retratado en este Proyecto Lebu, y la literatura la sostiene como parte de su lenguaje.

El poema se llama HERENCIA:

Heredé el insomnio de la dictadura/Noches de pie al lado de la ventana/desvelos contando las luces encendidas de los blocks de la KPD de Avenida Frei/imaginar que detrás de cada luz alguien más espera/permanecí inmóvil para aguardar al padre y a los que no volvieron/heredé el miedo de los adultos disidentes/en tiempos donde la denuncia se tornó invisible/toques de queda trazaban el límite de nuestras noches/la emergencia de encontrarnos entre la oscuridad/cacerolas iluminadas por barricadas/o reconocernos en la opacidad del silencio/no fue fácil sobrevivir en este territorio reprimido/no es fácil volver a respirar por estos días el mismo aire nauseabundo de tiempos lacrimógenos/pero perdimos el miedo y nos volvimos fuertes/a veces nos sentimos enfermos/despertamos con la sensación del cuerpo hecho pedazos/cada acto de violencia nos remueve las vísceras y la memoria como antes/como hoy.

Este libro, esta publicación, representa un significativo aporte testimonial, un proyecto que rescata nuestra memoria y, además, es un homenaje a todos quienes fueron recluidos en este espacio, en esta cárcel flotante. Creo que la fuerza de la historia permanecerá con ellos. Los testimonios de los que quedamos, los relatos de los sobrevivientes y ellos mismos, los hermanos, los hijos, los nietos de quienes fueron víctimas de la violencia y de la tortura en barcos como el Lebu y tantos otros centros de detención, esperan ser testigos y agentes de cambios para darle tiempo a la verdad y a la justicia tan necesaria para este país.”

 

Igor Goicovic y Alejandra Montoya

 

IGOR GOICOVIC:

“El 11 de septiembre de 1973 mi padre tenía 38 años, yo tenía 12 en esa época, hoy día tengo 61. Ha pasado muchísimo tiempo y estamos ad portas de conmemorar el próximo año cincuenta años del golpe de Estado de 1973.

Pareciera que muchas cosas han cambiado, muchas se han transformado, pero otras siguen manifestando o presentando una muy fuerte latencia y una de ellas es, sin lugar a dudas, la impunidad. La sensación de impunidad que nos sigue acompañando después de tanto tiempo.

Eso exige, por una parte, que seamos capaces, como en este caso fue capaz el equipo que lidera Antonio, de recuperar la memoria histórica de aquellos lugares en los cuales se llevaron a cabo acciones de violencia política en contra de personas indefensas. Pero, que también seamos capaces a partir de esos testimonios de re elaborar los sueños, los proyectos, los programas sobre los cuales se fue construyendo una parte importante de la historia de nuestro país.

 

 

Quienes vivieron y experimentaron la violencia política en 1973 y los años inmediatamente posteriores al golpe de Estado, eran hombres y mujeres que de una u otra manera había heredado un proyecto histórico de transformación social, política y cultural que se había venido gestando desde comienzos del siglo XX, de la mano o bajo el liderazgo, entre otros, de Luis Emilio Recabarren, que había transitado a partir de la década del cuarenta en un proyecto que en esa época encarnó lo que se conoció como Frente Popular y que supuso, entre otras cosas, ampliaciones importantes desde el punto de vista de las coberturas educacionales; en ese sentido le modificaron la calidad y la condición de vida a muchos hombres y mujeres de este país. Luego se transformó en un proyecto político que lideró el FRAP, Frente de Acción Popular, a partir de mediados de la década de 1950, que se propuso ya, en esa época, avanzar hacia la construcción del socialismo en Chile. Y terminó de madurar, precisamente con el abuelo, el padre, en este caso de Alejandra, con el mío, con el de ustedes, con sus padres, con sus abuelos, en el proyecto de la Unidad Popular de 1970.

Lo que se produce con el golpe de Estado -y lo que en consecuencia las clases dominantes y sus serviles mandatarios las fuerzas armadas intentaron hacer en ese momento histórico tan trágico- fue precisamente establecer un corte, un corte profundo en la historia de nuestro país, en la historia de la construcción del movimiento popular y de su proyecto de transformación.

Quienes sufrieron las torturas, quienes fueron asesinados, quienes fueron hechos desaparecer, quienes purgaron muchos años en prisión, lo hicieron no porque eran, en estricto rigor, personas inocentes que iban pasando por la vida a las cuales accidentalmente les ocurrió u hecho traumático o violento. La gran mayoría de ellos eran portadores de un proyecto de transformación, la gran mayoría de ellos tenían sueños, tenían esperanzas, tenían expectativas, estaban fuertemente comprometidos, estaban fuertemente involucrados en las luchas del campo popular. Eso fue lo que los llevó a ese destino trágico que en ese momento se desarrolló y se construyó en la historia de nuestro país.

Por eso el tema de la impunidad sigue siendo un tema tan relevante, porque no solo se han violado sistemáticamente los derechos humanos en 1973 y los años inmediatamente posteriores. Los genocidios en contra del pueblo se han venido desarrollando prácticamente desde el momento mismo que se inicia el proceso de colonización y conquista en América Latina; tiene que ver con los conflictos actuales en el Wallmapu, que se heredan de una tradición previa, que no solo tiene que ver con la colonización española, sino que también con la expansión del Estado Nación chileno a partir del siglo XIX. No es un problema nuevo, es un problema tremendamente antiguo, que tiene una densidad histórica puntual, y de ello se hizo cargo entre otras cosas el proyecto de la Unidad Popular también en su minuto.

Las matanzas obreras de 1903 en Valparaíso, de1905 en Santiago, de 1906 en Antofagasta, de 1907 que todos conocimos a través de la Cantata del grupo Quilapayún de la Escuela Santa María en Iquique, son expresión de ese proceso, pero no se interrumpe ahí. Este rol represivo, genocida, que las fuerzas armadas han ejercido sistemáticamente a lo largo de la historia volvió en el año 1925 en La Coruña, volvió en Ránquil en 1934, se convirtió en institucionalidad con la Ley de Seguridad Interior del Estado de 1937, continuó con Gabriel González Videla y el Campamento de Pisagua a partir de 1948, siguió con la matanza en la Población José María Caro de 1962, con la matanza del gobierno del primer Eduardo Frei en El Salvador, Pampa Irogoin en 1969, por lo tanto, y esto es importante tenerlo presente, las violaciones a los derechos humanos no solo se cometieron en dictadura, hay un antecedente previo muy largo, marcado a su vez por la impunidad, y hay antecedentes posteriores que tienen que ver con la transición a la democracia que nosotros hemos tenido, y con la revuelta popular de octubre del año 2019.

En ese sentido nuestros testimonios son valiosos, son potentes, son relevantes, pero también sirven como aprendizaje, aprendizaje para asumir y entender que cada vez que nosotros levantemos o enarbolemos las banderas de la transformación social, de la transformación económica y del cambio político, vamos a enfrentar, sin lugar a dudas, la oposición, la resistencia de las clases dominantes y probablemente, en el punto más álgido de ese enfrentamiento, la represión y la violencia política. No podemos ser ingenuos en ese sentido, no podemos seguir llorando a nuestras víctimas, tenemos que seguir avanzando en nuestros sueños, nuestras esperanzas, en nuestros programas, en nuestros afanes de cambio, pero tenemos que ser capaces de prepararnos para las circunstancias más dolorosas que probablemente van a acompañar todo el proceso de esa naturaleza.”

 

 

Guillermo Correa Camiroaga, Valparaíso 22 agosto 2022



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