Las dos crisis de legitimidad plutocrática en Chile: 1924 y 2019
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Luis Barros y Ximena Vergara, en la obra El modo de ser aristocrático. El caso de la oligarquía chilena hacia 1900, analizan críticamente el resultado de la crisis de los años 20: para ellos no constituye una crisis de crecimiento, de expansión y superación, sino que, por el contrario, es una crisis de estancamiento y de descomposición: “es la reacción frente a un orden de cosas que ha entregado todos los privilegios a una minoría cerrada absolutamente en sí misma, al extremo de dejar sin definición social al resto…” (Barros y Vergara, pág. 184).
“…Es cierto que una de las reformas de corte liberal fue el voto universal, pero las condiciones de miseria e ignorancia en que se mantenía el grueso de los sectores populares, quitaron todo viso de realidad a esta medida…Un día sin que el pueblo lo tuviera, sin que él supiera lo que se le daba, porque no se le había enseñado, se le dijo que tenía derecho a voto, que podía elegir representantes, que era soberano. Él – el pueblo – no pudo comprender el alcance de semejante concesión…” (opcit:176)
El escritor Alfonso Calderón, en su libro 1900, citando el diario católico El Chileno que, en su tiempo se le llamaba “el de las costureras, pues era muy popular por sus telenovelas, (tipo Corín Tellado), decía: “El problema básico, ahora, es el cohecho que el pueblo debiera rechazar como sus peores enemigos a los politiqueros que, para arrancarle un voto, lo embriagan, lo envilecen y lo reducen a un estado peor que el de las bestias” (Calderón: 260)
Para los oligarcas de los años 20 bastaba con casarse con una novia rica para que pudiera entrar en la corte aristocrática del Club de la Unión; el dinero, como signo de estatus, era extraído de la hacienda o de enclaves salitreros, recién conquistados a costa de Perú y Bolivia en la guerra del salitre.
Para Barros y Vergara la aristocracia de comienzos del siglo XX disimulaba el origen de la riqueza, fruto del trabajo de sus padres y abuelos para convertirla en un lujo ocioso, acompañado de container de champagne, importados desde Francia, (Chile, a comienzos de siglo, fue el principal importador de este exclusivo licor).
La Constitución de 1833, en sus artículos 21 y 26 exponen claramente que los diputados no pueden tener ningún sueldo – en el caso de los senadores lo dejaba en vago -. En las elecciones de 1924, Arturo Alessandri Palma, “el tribuno de la plebe”, había logrado robar varios sillones parlamentarios que pertenecían a la combinación de Partidos, la Unión Nacional, (integrada por liberales de derecha y conservadores), por derecho propio. Así, robando urnas, haciendo votar a los muertos, (y hasta el nombre del gato), Alessandri logró la mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados.
En los años 20, después de la Primera Guerra Mundial, Chile se arruinó por la aparición del salitre sintético, y Santiago, la capital, se llenaba de mineros cesantes, y el dinero aprobado por el Estado para alimentar a los albergados se lo robaba la “execrable camarilla”, es decir, los alessandristas, que se aprovechaban del dinero fiscal.
Los militares, como siempre, eran los hijos más tontos de las familias aristocráticas, (así como las niñas menos agraciadas y, además, pavas, eran destinadas a convertirse en monjas), y si el vástago no era muy hábil para jugar en la Bolsa podría seguir la vocación de cura, y hasta llegar a obispo.
Los militares y los profesores vivían del sueldo fiscal que, al 2 de septiembre de 1924, ya llevaban meses sin su salario. El llamado “tiraje de la chimenea” no existía: un coronel, por ejemplo, Carlos Ibáñez del Campo, tenía que esperar varios años a fin de que, para su suerte, muriera un general y él poder ocupar su lugar. Como bien lo explica el historiador Gabriel Salazar, desde Lircay los oficiales eran mercenarios de la casta en poder, bien regada por el dinero de los comerciantes, (entre ellos, Diego Portales).
En el período del Presidente Juan Luis Sanfuentes, un especulador de la Bolsa, (mucho más inteligente y leal con sus amigos que el Presidente Sebastián Piñera), los militares dirigidos por Guillermo Armstrong, (1919), intentaron un golpe de Estado en que dejarían al Presidente como un rey sin poder, convocando al historiador de la Guerra del Pacífico Gonzalo Bulnes para que ocupara el cargo, pero por suerte no aceptó.
Don Arturo Alessandri, con mucha razón, estaba inclinado a que diputados y senadores recibieran un sueldo, a fin de que aquellos que no eran herederos de grandes fortunas pudiesen servir al Estado a tiempo completo, y para ello, había que reformar la Constitución, (tan pétrea como la actual), de 1833. Para lograr este objetivo se exigía que se aprobara la derogación de los artículos 21 y 26, en los cuales estaba consignado que los diputados no podían recibir remuneración alguna, por consiguiente, habría que esperar hasta 1927, en que comenzaría la legislatura siguiente.
“Donde está la ley, existe la trampa”, aplicable a nuestra aristocracia chilena hasta hoy; en la época de la colonia ya se decía que “la ley se acata, pero no se cumple”, y a Portales le gustaba “violar” las leyes y las Constituciones.
Al estar vedada la palabra sueldo para los parlamentarios se destinaron $2.000 de la época disfrazados de “gastos de representación o indemnización”, pero todos estaban de acuerdo en que si el Congreso se auto-confiriera una indemnización, a todas luces, era ilegal, (pero al igual que hoy la plutocracia ha sido suicida), pero aun así continuaron con el debate sobre el tema.
Sorpresivamente apareció en las tribunas una serie de oficiales de distintas ramas militares que hacían sonar sus sables y aplaudían a los senadores, que criticaban el proyecto de instauración de dieta parlamentaria. En un momento dado, el senador Víctor Celis dijo: “Yo quiero saber, señor presidente, si estamos legislando bajo el dominio de las armas, o si nos encontramos en una Cámara libre, de una República libre…” (Vial:374).
Los militares se retiraron haciendo sonar sus sables contra el mármol de la escalera, atravesaron la calle y se reunieron en el Club Militar, ubicado frente al edificio del Congreso.
El ministro de Defensa, Gaspar Mora intentó entrar al mencionado Club, pero le impidieron diciéndole: “Gaspar Mora, sano, completamente sano, saliste del ejército. Ahora…no mereces estar en nuestro hogar. Convives en la pudrición de la política y estás contaminado. Te hemos borrado de los registros del Club…” (op. Cit.)
Muchos de los políticos querían castigar a los oficiales rebelados, sin embargo, Arturo Alessandri trató de cooptarlos aprovechando que muchas de sus reivindicaciones formaban parte de su programa político.
Seguidamente convocó a La Moneda a los principales cabecillas de la rebelión, y cuando el teniente Lazo leía la lista de reivindicaciones, y él mismo, interrumpiendo la lectura, expreso: “no hemos venido a pedir, sino a exigir”. Alessandri se puso blanco ante semejante desacato y dijo: ´Mi puesto y mi vida…están en manos de ustedes, porque tienen la fuerza. Dueños son, si quieren arrebatarme y pisotearme el tricolor nacional que mis conciudadanos me entregaron como insignia del mando. Pero hay algo, para mí, que vale mucho más que la vida y el puesto: mi dignidad personal. Esa la defiendo yo: es mía. Ni ustedes, ni nadie me la pueden arrebatar, valen más que la vida, y la última palabra empeñada me impide continuar en esta conferencia. Hemos terminado´. Y se retiró a su dormitorio y se echó al bolsillo una pistola cargada” (op cit 388).
Superando su ataque de furia retornó a la sala y continuó la reunión en un ambiente menos caldeado. Al fin, decidió incorporar al jefe del ejército, Luis Altamirano, como ministro del Interior.
Según la costumbre parlamentaria de la época el jefe de gabinete debía presentar su programa político al Parlamento, y era tal el miedo y servilismo del presidente del Senado, Eliodoro Yáñez, y el de la Cámara, Gustavo Silva, que se apresuraron a salir al encuentro de Altamirano y del resto del gabinete sin un mínimo de sentido del honor y de la dignidad.
El programa fue aprobado por todos los parlamentarios, salvo el diputado radical, Pedro León Ugalde: “Yo lamento…que se nos haya traído a este recinto por la fuerza de la bayoneta…Yo me rebelo ante esta manifestación de fuerza que ejecutan los militares de mi tierra, ante reto horrible al pueblo chileno…Tenéis las armas, tenéis los soldados, pero os falta la más grande de las fuerzas, la fuerza de la razón”. (Vial op cit 397)
En ese tiempo las noticias se publicaban en grandes pizarrones; en la sede del Diario Ilustrado, del Partido Conservador, (hoy la Intendencia de Santiago), aparecía en el pizarrón que la junta militar no se disolvería, en consecuencia, Alessandri comprendió, de inmediato, que ya no mandaba, y procedió a enviar su renuncia al Senado, que le fue rechazada, cambiándola por un supuesto permiso para viajar al extranjero.
Con el Presidente Alessandri fuera del país y el Parlamento cerrado, los militares quedaban con la totalidad del poder. En el local del Diario Ilustrado se celebraba la caída de Alessandri, y su director, Rafael Luis Gumucio Vergara, enemigo mortal de Alessandri, cristiano de carta cabal, le desagradaba la venganza en contra del caído, sin embargo, Jenaro Prieto le dijo, proféticamente: “Ud., está contento porque, como es cojo, no ha hecho el servicio y, por eso, no conoce a los militares. Yo lo he hecho y le aseguro que dentro de poco estaremos arrepentidos de lo que hoy celebramos”. (Diario Ilustrado,4 de diciembre de 1931, cit. por Vial:401).
Ayer, 27 de noviembre, por unanimidad los diputados aprobaron un artículo transitorio por el cual reducían su dieta en un 50%, junto al poder ejecutivo y a las empresas del Estado, hecho que corresponde a un adelgazamiento de la billetera por 60 días, lapso en el cual una comisión compuesta por tres miembros del Banco Central, tres miembros del consejo de la Alta Función Pública y uno nominado por el Presidente de la República deberán decidir sobre la materia. El Poder Judicial y los alcaldes no entrarían en este Acuerdo.
Personalmente, tengo una gran estima por Gabriel Boric, y no dudo de la honradez de quienes también firmaron este proyecto de ley; me encantaría que la unanimidad mostrada para la aprobación fuera auténtica y no como la de los parlamentarios de 1924.Por lo menos el miedo a sus representados los llevó a votar la rebaja de su dieta parlamentaria. Esta vez las eventuales pillerías no tienen la efectividad de las de comienzos del siglo pasado.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
28/11/2019
- Barros y X. Vergara, El modo de ser aristocrático, Aconcagua
Manuel, Rivas Vicuña, Historia política y parlamentaria de Chile, Biblioteca Nacional, 1964
Gonzalo, Vial, Historia de Chile 1891-1973, Vol.3, Santillana.
Alfonso, Calderón, 1900, Pehuén, 1999