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Las secuelas de un sismo político

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“No hay hechos, sólo interpretaciones” escribió en su oportunidad el filósofo Friedrich Nietzsche. Con ello, no estaba afirmando que los ‘hechos’ no existieran en tanto eventos que ocurren en el mundo físico o social, sino que más bien apuntaba a que ellos eran percibidos por los seres humanos y por lo tanto se les asignaba un cierto significado que—naturalmente—variaría según quien fuera el individuo que los percibiera. Su noción de perspectivismo vino a contrastar principalmente el positivismo surgido en el siglo 19, el cual ponía énfasis sobre los llamados hechos objetivos.

Lo interpretable que son los hechos—incluyendo por cierto los que ocurren en el ámbito de la política—parece adquirir gran importancia a propósito de las declaraciones del presidente Gabriel Boric en las cuales adelantó lo que podría ocurrir en la eventualidad de la derrota del opción Apruebo en el plebiscito del 4 de septiembre. Como se sabe, esas declaraciones provocaron una suerte de sismo político cuyas secuelas las seguimos viendo en estos días y sus efectos siendo materia de debate tanto en la izquierda como en la derecha.

Por mi parte, ya adelanté en una anterior nota mi evaluación crítica de esa intervención, pero ahora corresponde ocuparse de las secuelas que ese sismo político ha dejado, tanto para quienes estamos apoyando la opción del Apruebo, como para quienes trabajan para su derrota.

Como se era de esperar, en la izquierda y en general en todo el amplio espectro de gente que respalda la opción Apruebo así como en el gobierno mismo, se ha buscado hacer de las palabras de Boric, no una mala jugada para su propio sector, sino una reafirmación de que pase lo que pase el día del plebiscito, el país eventualmente se dotará de una nueva constitución. El proceso constituyente no se detendría por ese eventual traspié. “Control de daños” se suele decir cuando se trata de reparar un error, aunque algunos dirán que no ha sido un error sino—por el contrario—una jugada que indirectamente puede ayudar al Apruebo, ya que si éste triunfa el camino que seguiría sería el de poner en marcha el nuevo marco institucional del país, una situación de mayores certezas. Un triunfo del Rechazo, en cambio, abriría una serie de incertidumbres respecto del camino a seguir. Se cree que eso podría hacer que muchos votantes se inclinaran por el Apruebo, aunque sólo fuera para cerrar el tema.

En definitiva, y retornando a cómo aquí entran a jugar las interpretaciones de los hechos, una eventual victoria del Rechazo no cerraría el debate. Por de pronto, en los círculos de gobierno y entre los que apoyan el Apruebo se ha sostenido que una derrota de esta opción obligaría, de todas maneras, a proseguir el proceso constituyente, para lo cual se ha mencionado incluso la idea de formar una nueva Convención Constitucional, aunque también hay voces que plantean otras posibilidades. El problema es que para que ello ocurra, se necesitaría una nueva reforma constitucional como la que dio lugar a la Convención que redactó la actual propuesta. A su vez, para que esto ocurra, se requeriría el apoyo de sectores de la derecha (el gobierno no tiene mayoría en el Congreso) y de algunos que se identifican como centro-izquierda pero que tienen muchas objeciones a la propuesta presentada. Esto significa que cualquiera iniciativa para reeditar un proceso de redacción de un nuevo proyecto constitucional, contará con muchos obstáculos para que  se materialice en los términos amplios y democráticos que tuvo la pasada Convención.

Por lo demás, la idea de que el proceso constituyente continúe, aun en la eventualidad de derrota del Apruebo es simplemente una interpretación. El llamado Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución suscrito en 2019 no dice nada respecto a qué ocurriría si la propuesta constitucional fuera rechazada en el plebiscito de salida. Señala el artículo 8 de ese acuerdo: “Una vez redactada la nueva Carta Fundamental por el órgano constituyente esta será sometida a un plebiscito ratificatorio. Esta votación se realizará mediante sufragio universal obligatorio”. Y en su artículo 10 sólo alude a lo que serían ajustes, sin ser parte del acuerdo mismo: “Los partidos que suscriben el presente acuerdo designarán una Comisión Técnica, que se abocará a la determinación de todos los aspectos indispensables para materializar lo antes señalado. La designación de los miembros de esta Comisión será paritaria entre la oposición y el oficialismo”.

Esto significa que si bien uno puede decir—y con mucha fuerza—que el resultado del primer plebiscito, con un aplastante apoyo para la opción de darse una nueva constitución redactada por un órgano integrado por ciudadanos, respaldaría la idea de que esa expresión de voluntad todavía estaría vigente, por lo que, tanto el ejecutivo como el legislativo deberían facilitar que esa expresión del deseo ciudadano se pudiera concretar. ¿Pero va a estar la derecha en esa parada? Recuérdese que sus votos serían necesarios en el congreso. Y no sólo la derecha, aunque la DC en su junta nacional acordó por amplia mayoría apoyar la opción Apruebo, hay varios connotados militantes como Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ximena Rincón y Matías Walker que han hecho público su apoyo al Rechazo.

Definitivamente las declaraciones de Boric, abriéndose a la posibilidad del triunfo del Rechazo, desencadenaron secuelas que pueden repercutir negativamente sobre la opción Apruebo. Esa es una interpretación válida de ese hecho, aunque algunos piensen lo contrario. Veamos en qué sentido.

Como ya señalé, la idea que el proceso constituyente continúe, aun cuando se rechace la propuesta emanada de la Convención Constituyente es—por así llamarlo—una interpretación optimista de ese hecho hipotético. Esto, porque en la derecha y otros sectores contrarios o dudosos respecto de los cambios que Chile necesita, la interpretación puede ser muy diferente. La derecha dura—cuyo caudal de apoyo popular expresado en la votación de José Antonio Kast en primera vuelta no debe menospreciarse—ha insistido en que un triunfo del Rechazo cancela todos los escenarios previos, usando la lógica de los resultados de una elección, que en efecto, pueden cambiar el panorama político. Para ese sector seguiría vigente la constitución pinochetista, aunque, según admitía su vocero Cristián Valenzuela en el programa Estado Nacional, “podría hacerse las reformas que fuera necesario”.

La derecha de Chile Vamos, por su parte ha indicado que sí estaría de acuerdo con un cambio constitucional, aunque no son muy explícitos si se trataría de un nuevo texto o de reformas de fondo a la actual.

La derecha puede ser más previsible en sus posturas, lo que abre un camino más complejo y quizás retorcido, es qué pudieran hacer sectores de la llamada centro-izquierda que han manifestado sus dudas e inquietudes respecto del texto propuesto por la Convención. Un personaje en particular puede intentar influir los hechos de modo determinante, no tanto por su presencia real en respaldo popular (recuérdese que cuando quiso postularse de nuevo como candidato presidencial su apoyo no pasó del 4%) sino porque aun tiene autoridad entre ciertos sectores de las elites políticas y económicas del país: Ricardo Lagos había hecho una declaración días antes de las del presidente, en la que sin pronunciarse abiertamente en contra del texto aprobado por la Convención, adelantaba una serie de objeciones que en la práctica lo acercaba más al Rechazo que al Apruebo. Curiosamente, Lagos podría estar repitiendo una táctica que utilizó en tiempos de la dictadura y cuando el Partido Socialista se hallaba dividido en al menos cinco facciones diferentes, haciendo parte de un grupo conocido como “los suizos” por apostar a mantenerse neutrales en ese debate interno.

En un escenario en que triunfara el Rechazo y se desencadenara—como sería seguro—un período de incertidumbre, he aquí que el ex presidente querría aparecer como una suerte de figura mesiánica: por un lado tratando de salvar la expresión de la voluntad popular de darse una nueva constitución, mientras al mismo tiempo,  asegurándole a las elites políticas y económicas del país su rol dominante.

En su mismo razonamiento, el mecanismo para darse esa nueva constitución tendría que parecerse más a las “tradiciones de Chile”, léase arreglos negociados, concesiones a ciertos sectores como los pueblos indígenas pero más simbólicas que reales, dar al traste con eso de la plurinacionalidad, que el ex comunista, ahora émulo de Marcos Chamúdez, José Rodríguez Elizondo, ha ligado a un presunto complot boliviano, dejar intacto el Senado y devolverle el título de Poder Judicial, a lo que los convencionales llamaron, más prácticamente, Sistemas de Justicia.

¡Ah qué tiempos aquéllos! dirán algunos que ya visualizan el retorno de las viejas prácticas en la redacción de una nueva constitución o en rehacer, pero a su gusto, lo que otros ya han hecho. Incluso no han faltado quienes plantean la posibilidad de que la nueva constitución la redacte un “panel de expertos” como ha sugerido Matías Walker. Para otros lo ideal sería volver a darle poderes constituyentes al Congreso,  con el concurso agregado de algunos ciudadanos especialmente calificados. Ya nos imaginamos a Andrés Zaldívar saliendo de su retiro y ofreciendo su cocina para esos menesteres en los cuales destacó como un digno aspirante de Master Chef.

En buenas cuentas, echarle “agua al vino”, tomar ciertas cosas del trabajo de la Convención (para contentar a algunos), tomar otras pocas del fallido intento constitucional del gobierno de Michelle Bachelet, traducir algunos incisos de constituciones de “países serios” y echar todo eso en la batidora, parece ser la fórmula que Lagos y Cía. estarían gestionando. “Una constitución que nos una”, “La casa de todos”, lugares comunes que se han estado repitiendo y que en este caso sirven sólo para emborrachar la perdiz, como se diría coloquialmente.

La única alternativa para quienes genuinamente quieren cambios de fondo en la sociedad chilena es asegurar el triunfo de la opción Apruebo. Lamentablemente, todos los otros senderos hipotéticos están más basados en la política-ficción que en la realidad concreta.  Y como no hay hechos sino interpretaciones, el especular sobre la posibilidad de concretar esos cambios profundos aun en el caso de un triunfo de la opción Rechazo, simplemente choca con las interpretaciones de los adversarios de todo cambio. Gente, por cierto, con mucho poder y que de acceder a poner en marcha un nuevo proceso constituyente ahora va a estar en situación de imponer sus condiciones. No hay que dejarse llevar por las ilusiones que todos los caminos conducen a que Chile se dé un proceso constituyente aun en el caso del triunfo del Rechazo. Sólo la victoria del Apruebo puede garantizar tal cosa.

 

Por Sergio Martínez (Montreal, Canadá)

 

 

 

Montreal, Canadá

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  1. Felipe+Portales says:

    Estimado Sergio: El gran problema -¡del cual la generalidad de la población ni siquiera está informada!- es que con el triunfo del «Apruebo» tampoco podrá transformarse el «modelo chileno». Esto porque en una decisión inédita en procesos constituyentes mundiales (¡y gratuita, ya que la mayoría progubernamental y de izquierda de la CC pudo perfectamente no adoptarla con sus dos tercios!) la CC acordó prorrogar el actual Congreso hasta 2026, ¡donde la derecha tiene mayoría (50% del Senado) como para impedir toda ley que busque aplicar el texto constitucional y que estime que va contra sus intereses! Es decir, AL IGUAL QUE EN 1989, nuestra «centroizquierda» le está regalando la mayoría parlamentaria -y por ende, la mantención del modelo neoliberal- a la derecha. Triste pero cierto…

    • Sergio Martinez says:

      Tienes razón en cuanto a que incluso con el Apruebo será difícil implementar algunas de las medidas de la nueva constitución, pero ciertamente lo será más complicado con el Rechazo. Hubo por cierto varias insuficiencias en los acuerdos de la CC. Se pudo haber avanzado más en concretar algunas de esas medidas mediante el mecanismo de haber creado algunas «leyes de rango constitucional» como tenía la constitución pinochetista (aunque el precedente no es bueno, claro está). Algo así como «estatutos orgánicos constitucionales» que hubieran podido poner en marcha de inmediato cambios en áreas específicas, identificaría cuatro: salud, educación, fuerzas armadas, y seguridad ciudadana y lucha contra el crimen. Sin embargo es posible que eso hubiera sido objetado y habrían acusado a la CC de asumir un rol legislativo que no estaba contemplado en la reforma constitucional que le dio origen

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