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Crónica de una historia anunciada

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Por todas partes se escucha lo mismo. Ya sea en Le Monde, Der Spiegel o The New York Times, el pronóstico es gris y, por lo pronto, pesimista. Sus nombres varían: algunos le llaman recesión; otros –sin rodeos– depresión. En suma y una vez más, lo que se aproxima en 2023 son tiempos difíciles. Aun cuando la economía trata, en principio, de las relaciones entre las cosas, y de la forma en que los seres humanos ingresan en estas relaciones, cada día se asemeja más a las ciencias de la comunicación o, más bien, del conductismo. Imposible separar en ella los problemas que formula del lenguaje en el que se formulan. Y ese lenguaje expresa hoy un duelo anticipado.

Ahora bien, su distintivo actual no reside en su contenido, sino en sus interpretaciones. Una habla de cómo el realismo puede llegar a ser un eficaz método para arrancar de la realidad lo que resta de resignación. Dice así. La pandemia, esto es, el encierro y la detención de las maquinarias de la sociedad, habrían obligado a los estados a emitir cantidades desorbitadas de dinero para mantener los mínimos de la vida social. Una vez reiniciada la normalidad, la gente se volcó a gastar y endeudarse. Por su parte, las cadenas de producción no logran hasta la fecha retomar el ritmo anterior. El resultado ha sido una inflación a punto de alcanzar dos dígitos, aun cuando se solicitan trabajadores por doquier. La guerra de Ucrania llevó al gas y el petróleo a los precios de los años 70, y a los alimentos adonde nunca habían estado. De seguir así, la inflación será incontrolable y la caída también. Ergo: es preciso inducir una recesión. Sólo que hay un argumento nuevo: para detener la espiral es preciso aumentar rápidamente ¡el desempleo! Con 10 por ciento de desempleo súbito, el trauma duraría sólo un año.

Ya nadie lo recuerda, pero en los años 60 del siglo pasado, el argumento era exactamente el opuesto: para salir de la crisis se requiere crear empleo a través de las finanzas públicas. De este keynesianismo se alimentó la época más dorada del capitalismo. ¿En qué momento inducir desempleo se convirtió en una vendimia curativa de un sistema social? Zizek llama a esto, no sin razón, la violencia sistémica del orden, el cual se niega a reconocer que cada vez funciona menos para restaurar el propio orden. Además, declarar al trabajo responsable de la crisis es otra manera de ocultar que sólo se quiere proteger la tasa de utilidades.

Si se separa a China de las estadísticas mundiales, el andamiaje capitalista mundial ha crecido en los últimos 11 años a un ritmo de 1.9 por ciento. Es decir, en términos del crecimiento de la población y de las necesidades actuales, casi nada; o, más bien, nada. En el ínterin, hemos asistido a dos recesiones y una depresión. ¿De qué tamaño será la siguiente? ¿Por qué separar a China? Por la sencilla razón de que es el único caso que ha crecido de manera permanente con la estrategia exactamente opuesta: una política industrial destinada a ampliar las oportunidades de trabajo y orientada, en su mayor parte, al mercado interno.

En el último siglo y medio todo ha cambiado: la tecnología, la educación, la guerra, la comunicación… Sólo una misteriosa cifra se ha mantenido constante e invariable: las ocho horas de la jornada de trabajo. Impresionante, ¿o no? No fue un sindicalista, ni un economista radical, sino Carlos Slim el que sugirió cómo evitar las recesiones de otra manera simple y radical: reducir la jornada de trabajo a tres días a la semana y aumentar la edad de retiro a 75 años ( El País, 21/10/20). Alemania y Francia adoptaron ya (en algunas ramas industriales) la primera parte de la propuesta con bastante éxito. La segunda está en camino. Por el simple motivo de que las expectativas de vida se han alargado en las últimas dos décadas. ¿Qué tendría que pasar para aplicar la propuesta de Slim de manera global? ¿No se han acumulado ya demasiados mártires de Chicago?

Einstein dijo alguna vez que la locura consistía en repetir siempre lo mismo creyendo que se podría llegar a resultados distintos. No sé si los sistemas sociales puedan enloquecer, pero es evidente que repetir la misma fórmula podría acabar en tragedia.




El gobierno de Morena en México, y ahora Boric en Chile, que acaba de enviar una propuesta para reformar la ley de impuestos, optaron por aumentar la recaudación para transferir ingresos efectivos a los que menos tienen. Sin duda, una manera de salvar del hambre a muchos. Por cierto, una fórmula que recomienda el mismo Fondo Monetario Internacional. Evidentemente, no basta. Sin una política industrial, esos nuevos consumidores quedarán devorados por la inflación (que siempre equivale a un impuesto informal de Estado). Además, así los países no crecen.

 

Por Ilán Semo



La Jornada

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