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La yihad chilena

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Cuando de un salto despiertas luego de la pesadilla, el agotamiento enfrenta la paradoja de un cuerpo en alerta, destinado a defenderse. Así ha sido el #ChileDesperto, más aún cuando nunca se dio de baja una sociedad militarizada que nos saca los ojos, para aún parecer dormidos en el pavor del Shock. 

 

 

En este despertar, el difuso monstruo del inconsciente onírico, se materializa, cómo le sucede al protagonista de Brazil, Sam Lowry, en la joya fílmica de Terry Guillian, inspirada en la realidad distópica de Orwell, 1984. Pero la realidad supera largamente a la ficción. La brutalidad ejercida por el “paco” Piñera, que amparado como Ibáñez del Campo en el monopolio de la violencia, es un nuevo trauma histórico que pone fin al cinismo de la transición. El estallido, no fue solo el rugido que acabo con el silencio e inacción al cual le han llamado paz. También es la revelación de que el lumpen estatal uniformado, no cumple con el deber de dar eficacia al derecho, conduciéndose en base a las leyes, reglamentos y protocolos. La omnipresente burocracia represiva, consume el 2% del PIB, el “más bajo de la región” según se notifica, pero con el solapamiento de la Ley Reservada del Cobre, se compra armamento de guerra para combatir en contienda desigual, a un enemigo interno, siempre pobre y desarmado, ya sea en la “Araucanía” o la Plaza de la Dignidad.

 

 

Somos residuo de la Dictadura. Hemos sido despojados de cualquier herramienta “institucional”, derecho social o proyecto nacional. Ante esta condición, hemos debido empoderarnos artesanalmente, recurriendo a la creatividad y el arrojo cuasi-kamikaze, o más bien, cuasi-talibán. Porque entendámonos. Se desató una “Guerra Santa”, entre el Dios Dinero, y el básico instinto de dignidad. 

 

 

El clásico Espartaco en medio de la sociedad digital, devela dos cuestiones: el evangelio del oscurantismo mesiánico de la hegemonía posmofeudal, consagrada al valor de lo exclusivo y excluyente, con cruzados de chaleco amarillo, que a balazos apoyan a las huestes profesionales dedicadas a la protección de la propiedad privada. Y como contrapartida, un poder popular cristiano-secular, en códice hegeliano, donde reside el valor de pertenencia en su expresión ritual de protesta, tejiéndose en la calle, una comunidad donde no es lo material, sino lo humano, lo “de todes”, lo “público”, su proyecto. Esta mística establece la recuperación de una herencia indígena, insólitamente arrojada, creativa y valiente que ha permitido un nuevo Pathos. 




 

 

Somos parte de una Yihad chilena, donde el Estado Capitalista y asesino confeso, masacra desproporcionadamente a quienes se atreven a expropiarle al amo, su propia vida. Una hasta ahora en el sinsentido de la zombificacion neoliberal. Entonces, más que suicidas, esta catarsis revolucionaria habla de la voluntad de sentirnos vivos, rescatando el Sí a la vida Nietzscheano, que pone en jaque la privatización de la existencia.

 

 

Definitivamente el enemigo es peligroso, poderoso e insaciable. Es nuevamente el reaccionario proyecto de la plutocracia vampírica, que renueva su “contrato social”, alimentándose de la sangre derramada en la lucha de clases, en donde siempre habrá una correlación de fuerzas obscenamente desproporcionada. Esto resulta ser inadmisible e incalculable. Pues estando en el lugar de los hechos, no podemos entender el alcance de lacrimógenas vencidas, cancerígenas e inflamables, y balines que como un pellet, repartirán una dosis permanente de plomo para colonizar nuestros cuerpos y reeditar el horror de la milicia policializada, que en la total oscuridad e impunidad, nos vuelve a tirar al Mapocho. 

 

 

Torturades, mutilades, violades, muertos y muertas. Por nuestros viejos y viejas que sobreviven en la miseria, por generaciones abandonadas, enfermes que reciben salud como caridad o simplemente no la reciben, cesantes invisibilizados por las estadísticas. Y a pesar de esa evidente, deseable (para la élite) y construida precariedad, ponemos en “riesgo” el sistema. Sobre todo cuando el guerrillero urbano se pregunta ante la ausencia de soluciones ¿qué se saca con el civismo? ¿Cuál es la ganancia de comportarse como “adulto”, en el Chile del 1%? ¿Qué ventaja tenemos manifestándonos “pacíficamente”? 

 

 

Es así como resulta darse un todo o nada, que nos cuesta “un ojo de la cara”, o los dos, o la misma vida, disponible para mantener en pie una revolución permanente, que por medio de la ira más profunda, busca la justicia social como única respuesta.

 

 

 

 

Por Karen Hermosilla



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