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Telescopio: La ultra-derecha y la salud

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Esta vez no estoy enfocando mi telescopio hacia el lejano país, sino que más bien lo dirijo a este, en el que resido: Canadá, aunque –por la naturaleza del tema– el foco de todos modos puede alcanzar a otras latitudes.

Debo admitir que con todo lo que ocurre a nivel internacional, es muy probable que los acontecimientos que culminaron en la capital de este país, Ottawa, este pasado fin de semana, no hayan acaparado mucha atención. No obstante lo anterior, lo ocurrido aquí es significativo porque revela un hecho muy inquietante: el surgimiento de una extrema derecha muy agresiva, con un alto grado de organización en sus movilizaciones, con cierto nivel de coordinación internacional y –sobre todo– con abundantes recursos financieros.  Y además, aunque esta movilización llamada “Convoy de la Libertad” fue probablemente la de mayor impacto, ella se inscribe en el marco de similares manifestaciones montadas por la ultraderecha en otros países también, todas centradas en el rechazo a las medidas sanitarias implementadas para contener la pandemia de COVID 19.

Si se me permite dar un cierto contexto, Canadá fue lugar de destino para muchos exiliados en los años de la dictadura. Por cierto, todavía hoy sigue atrayendo a otros chilenos, pero por otros motivos: hacer una mejor vida como inmigrantes o en algunos casos, hacer estudios universitarios o aprender inglés o francés.

En nuestro exilio, tuvimos una experiencia de primera mano de la solidaridad y generosidad del pueblo canadiense. Así, aunque en la percepción de mucha gente, Canadá aparece como una versión “light” de Estados Unidos –incluso en un episodio de la popular serie The Simpsons se lo mostraba de ese modo– los que vivimos aquí sabíamos que este país era diferente y claramente distinguible del vecino del sur. Por de pronto, pensábamos que un individuo como Donald Trump nunca llegaría a ser primer ministro aquí, y –a mucha honra y a diferencia del vecino– no está en la vocación de esta nación andar invadiendo otros países.

Por otro lado, aunque episodios de racismo en algún momento oscurecieron la historia del país, en particular en el trato dado a los pueblos originarios, el Canadá que conocimos, posterior a los años 70 y 80 del siglo pasado era un Canadá de rostro amable y tolerante. Un país que habitualmente se sitúa en los primeros lugares como uno de los mejores para vivir, y no sólo por sus condiciones de desarrollo económico, sino también por sus aspectos socio-culturales. Por supuesto, esto no significa que fuera una sociedad perfecta, ninguna lo es, pero sí una en que se puede vivir de un modo agradable y hasta feliz (aunque definir “felicidad” es una tarea difícil sobre la cual no siempre hay consensos).

Ha sido por todo esto, que la situación que se vivió principalmente en Ottawa, pero también en otras ciudades y en pasos fronterizos, no ha dejado de sorprender: fue un rostro poco conocido de Canadá el que se desplegó en el llamado Convoy de la Libertad. Este fue una iniciativa de algunos camioneros, con apoyo de grupos de extrema derecha principalmente del oeste canadiense, y sustanciales apoyos de grupos similares estadounidenses. Pero eso no era todo, el Convoy de la Libertad proporcionó también un despliegue desconocido, al menos por su magnitud, de expresiones principalmente de odio racista, aunque también contra minorías sexuales y otros grupos.

El “caballito de batalla” de la movilización fueron las restricciones sanitarias, que, como prácticamente todos los gobiernos en el mundo, se han debido imponer para hacer frente a la pandemia. En el caso de los camioneros, específicamente la obligatoriedad de presentar pasaporte de vacunación en los pasos fronterizos (Estados Unidos es la única frontera terrestre de este país). Eventualmente, las demandas de los manifestantes fueron extendiéndose contra todos los mandates (se puede traducir como “mandatos” aunque una traducción más correcta es “directivas” u “órdenes” en relación a la pandemia, como las vacunas mismas –aunque éstas sólo han sido obligatorias para reducidos segmentos de la población–, el requisito del pasaporte de vacunación para acceder a ciertos sitios, e incluso la portación de mascarilla, especialmente en recintos cerrados).

Naturalmente, las restricciones de toda índole que los gobiernos han impuesto a través del mundo, han causado incomodidad y hasta irritación a mucha gente. Ya mucho antes hubo manifestaciones en Alemania, Francia, España y los Países Bajos. Canadá también las había tenido pero sin mucho impacto. Sin embargo, en la medida que el tema sanitario permanece –el próximo mes se cumplirán dos años desde que fuera oficialmente declarada la pandemia– los sectores más extremos de la derecha vieron en ello una buena oportunidad de la cual sacar provecho.

El rechazo de la derecha y de sus ramas más extremas a medidas de corte sanitario, por lo demás, calza muy bien con su molde ideológico. Tradicionalmente, en la derecha el tema de la salud como asunto público, siempre ha sido algo que la hace sentir incómoda. Por cierto, a regañadientes los sectores derechistas en el mundo, desde finales del siglo 19 y especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, aceptaron la idea de que pudiera haber políticas de salud pública. Si uno analiza la historia de muchas sociedades, en sus comienzos los hospitales, por ejemplo, eran levantados por las iglesias o por fundaciones privadas, en el marco de programas de caridad. La idea del Estado a cargo de hospitales o de programas más o menos integrales de salud pública, es un fenómeno relativamente nuevo y el cual la derecha –en todas partes– siempre ha tratado de sabotear, sea mediante cortes presupuestarios que resultan en deterioro de servicios y su consiguiente descrédito, forzando a la gente a buscar soluciones privadas, o derechamente socavando la salud pública mediante la promoción de sistemas paralelos de salud privada.

En Estados Unidos, donde recién se estableció un sistema de salud nacional –con muchas concesiones al sector privado– durante la administración de Barack Obama, la concepción ideológica prevaleciente era que la salud se entendía como un tema de responsabilidad personal, en el cual el Estado no tenía rol alguno (eso era “socialismo” y “comunismo” como se lo denostó cuando Obama presentó su plan). Dentro de esa mentalidad, a lo más podían caber sociedades de ayuda mutua o cooperativas, siempre operando como entidades privadas y en base a las contribuciones de sus afiliados o a la filantropía.

El fundamento o premisa central de esta ideología era el de la “libertad” que cada individuo debía tener para hacer sus propias opciones de vida, incluyendo el derecho a cuidar de su propio cuerpo de la manera que “libremente” le pareciera. Súmese a eso una desconfianza en el Estado, también como parte de esa estructura ideológica. Por cierto, ambas argumentaciones de la derecha de EE.UU. fueron siempre muy incoherentes y contradictorias: el derecho a controlar libremente su cuerpo –argumento central de la mayoría de los anti-vacunas– no se aplicaba, y aun hoy algunos lo niegan, a las mujeres en relación a su derecho al aborto. La desconfianza en el Estado, por otro lado, no incluye las decisiones que en su nombre se toman en situaciones de incursiones militares. La palabra clave es por cierto, “libertad”, no en vano los organizadores de la caravana canadiense la bautizaron así, ya que tiene un fuerte contenido emocional y por cierto sirve “para un barrido y un fregado” como coloquialmente se dice. (Recuérdese en Chile al grupo fascista “Patria y Libertad”.)

Lo que en definitiva nos llevó a muchos en Canadá a inquietarnos, ha sido justamente hasta qué punto mucho de esa ideología estadounidense en materia de salud, súbitamente vino a penetrar en al menos algunos sectores de la población. Si bien, los participantes en el autodenominado Convoy de la Libertad eran una minoría en la sociedad, incluso dentro del propio gremio de camioneros donde el 90 por ciento está vacunado, y su mayor peso fue irrumpir en la ciudad con vehículos de alto tonelaje, su accionar ha sido motivo de preocupación. Esto porque, de alguna manera ese rostro amable de Canadá, el de la tolerancia y la solidaridad que nosotros sentimos cuando fuimos recibidos aquí, se vio súbitamente alterado y desfigurado por la presencia de estos –principalmente hombres– profiriendo insultos, desplegando símbolos racistas, como la bandera de la Confederación (los estados esclavistas en la Guerra Civil de EE.UU. en el siglo 19) e incluso banderas nazis.

Históricamente, grupos de extrema derecha, como el fascismo en sus diferentes encarnaciones, fueron siempre minoritarios, pero con capacidad de movilización, organización y consiguiente impacto político. Sin desconocer, por cierto, el financiamiento, que en el caso del autodenominado Convoy de la Libertad, provino en cerca de la mitad, de donantes de la extrema derecha estadounidense. En EE.UU. donde rara vez se presta mucha atención a sucesos políticos extranjeros, medios de esa misma orientación como Fox News, dieron amplia cobertura y tribuna a los organizadores del Convoy y –¡cómo no!– el ex presidente Donald Trump entregó un fervoroso apoyo público a los camioneros canadienses.

Los tiempos se vienen complejos y este fenómeno de la extrema derecha en Canadá no es algo a ignorar: crecimiento de movimientos de extrema derecha se observan también en otras partes del mundo: en España,  en Francia, donde su candidato presidencial ve subir su apoyo, similares tendencias en Europa del Este, y un Trump que aspira a volver a la Casa Blanca en 2024. En este contexto internacional, la ocupación del centro de Ottawa se inscribe como un llamado de alerta más ante el peligro de un resurgir fascista a nivel mundial.

 

Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)

 

Desde Montreal, Canadá

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  1. Hay que recordar que USA-UK, tras darle refugio a los Nazis Ucranianos en EEUU en 1946-47, y ser duramente criticados por la comunidad Judía de New York City, opto por «esconderlos» en Canadá, donde hoy son una comunidad fuerte y agresiva. En Canadá siempre han existido los Monárquicos Ingleses y Nacionalistas Franceses en constante oposición de unos contra los otros…….además de una política anti Pueblos Originarios igual o peor a la de EEUU…. Si se examina un poco más allá o tras las bambalinas, Canadá nunca fue o ha sido ni es, una «Version Light de EEUU». USA tambien acepto refugiados desde Chile (con excepción de miembros del PC). Desde USA donde vivo desde el 1974.

  2. Poco interés por lo que es de ese país. Cada país es diferente y
    lo que allá suceda no repercute en Chile.
    Que sean de derecha o izquierda, da lo mismo y no repercute
    en este país del sur que es Chile—Nada más…

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