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¡Renuncie ahora…!

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No hay otra alternativa. La acelerada velocidad de los acontecimientos que se viven en Chile, al describirlos hoy domingo de madrugada, pueden ser añejos el lunes. Sebastián Piñera, quien se expresa en jerigonza y gesticula, anuncia en tono plañidero: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Frase temeraria en boca de un jefe de Estado. La expresión guerra, tiene connotación trágica, donde la muerte es el principal personaje. Olvidó Piñera que hace algunos días, para demostrar la bonanza del país, había manifestado entre acartonadas sonrisas: “Chile es un oasis de paz, ejemplo en América Latina”. ¿Acaso se mentía, envuelto en su ególatra personalidad? ¿De dónde surgen las contradicciones de quien dirige el país a puntapiés? Al enterarse de la “Multitudinaria movilización social” —así lo señaló TV Nacional, para darle el carácter de paseo familiar, kermesse o un bingo— no “un estallido social”, donde concurrieron a protestar este viernes, alrededor de dos millones de personas en Santiago, se aterrorizó. Mientras en otras ciudades se repetían las protestas masivas, Piñera imaginó que se realizaban para apoyar sus medidas de hambre.

 

El portazo en las narices que le dio el pueblo en estos días de cólera, al expresar su legítimo descontento debido a la pésima conducción del país, lo sumió en el descontrol. Ahora si se mirara al espejo de la verdad —no de la vanidad— debe reconocer que vive el ocaso de su mandato, “El otoño del patriarca”, mientras sobre su cabeza caen las hojas del desprecio. Ha perdido esa risita bobalicona de quien cree ser gracioso, dueño del oportuno chascarro, para divertir a su corte de monaguillos —también a los borregos— pero se atropella con las ideas. Empieza a farfullar mientras se ataranta, dominado por la verborrea. En su expresión se han acentuado las arrugas y estrías de una máscara de carnaval, llevada desde años, al creer que llegaba a la presidencia del país, para volverse a enriquecer.

 

La historia lo empieza a transformar en cadáver político, al cabo de varios días de protestas. Cualquiera advierte el hedor. Se ha escrito su epitafio, en la lápida de los sepulcros blanqueados. El legítimo levantamiento popular de estas jornadas, expresión de un pueblo humillado, oprimido por las deudas y la miseria, le explotó en la cara. Piñera jugó con fuego igual a travieso chiquilín e incendia el país. Vencido por su irresponsabilidad extrema, ningún criterio de estadista, hizo trampas con cartas marcadas, sin embargo, fue sorprendido en su fullería. Chile habla con rabia y claridad: basta de humillaciones, falsas promesas, mentiras envueltas en frases almibaradas. ¿Necesita otras evidencias para entender la voz del pueblo? ¿O debe asesorarse por algún lingüista? Dentro de su gabinete los hay, pero tienen lengua de trapo y apenas saben hablar en público.

 

El lunes recién pasado, por cadena nacional, pronunció un discurso calcado de lo que siempre expresa. Llorón, plañidero, propio de beata. Nada nuevo, algo destinado a entusiasmar, sentir la mínima esperanza, y cómo las protestas del pueblo lo han perturbado, gime su desolación. Al día siguiente, aterrorizado por la continuidad de las protestas, ofreció migajas, sin tocarle un pelo a los intereses de la oligarquía, su amante. Mientras prometía un sueldo mínimo de 350 mil pesos al mes, su socio Luksic hablaba de 500 mil. ¿Establecer 40 horas semanales? Ni por asomo. ¿Una nueva Constitución? Nada. ¿Fin a las AFP? Menos aún. ¿Impuestos a las utilidades a las grandes empresas? No se oye padre. ¿Educación gratuita? Ni pensarlo.




 

¿Quién le prepara señor Piñera los discursos? ¿A tal extremo ha llegado su incomprensión de la realidad, para repetir como charlatán, una fraseología hueca, destinada a idiotas? Se equivoca si piensa que nuestro pueblo va a volver a ser humillado. Usted defiende un modelo económico sanguijuela, que no piensa modificar ni una coma. Se escuda en la pirotecnia y cree así, cautivar a su “Clase Media”. No hay ni habrá jamás voluntad suya, destinada a enmendar rumbos de su gobierno, el cual pertenece a la oligarquía y a los abusadores de su familia. Cayó el telón. 

 

Como lo expresé en el artículo: “Se desató la adormecida furia”, usted señor Piñera, debe renunciar ahora, si aún posee un mínimo sentido de dignidad. ¿No advierte que su permanencia en el gobierno bien puede conducir al país a un callejón sin salida? Se acabaron las mentiras, las falsas promesas, el espectáculo de circo de pacotilla, donde los payasos hacen llorar. Beba el acíbar que usted mismo preparó, engolado por tanta veleidad.

 

Al estallar la revuelta popular, incubada desde hace treinta años, se piensa que alguien se beneficia de la crisis y la estimula. No quiere perdonarle a Piñera y familia, el acercamiento a la República Popular China. No siempre la verdad tiene una misma lectura.    

 

 



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