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La guerra de Cuéllar

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El general Cuéllar no tiene el aspecto del estratega capaz de entender ni siquiera la responsabilidad que las leyes le dan a cargo del estado de emergencia que ostenta en el wallmapu.

Más bien parece estar en el barrio enfrentando con su pandilla a la del otro lado de la calle.

No parece conocer la historia de su propio Ejército a juzgar por sus palabras que habrán detonado en muchos de sus exgenerales y oficiales una cierta nostalgia de aquellos lejanos tiempo en que precisamente, el Ejército jamás vencido se afanaba en matar a personas civiles desarmadas, hombres mujeres y niños habría que agregar, y a quienes en muchos casos lanzaban desde helicópteros en alta mar.

Los únicos que en la historia de Chile se ha ensañado con personas inocentes asesinándolas de la manera más cobarde, ha sido las fuerzas armadas, especialmente el Ejército.




La violencia que impera en el wallmapu y que nadie quiere, tiene raíces muy profundas en la historia de Chile y, cosa curiosa, es inseparable de la historia del Ejército.

Para el general Cuéllar parece ajeno el hecho de que la incursión del Ejército en su vergonzosa cruzada que la historia oficial nombra Pacificación de la Araucanía, fue no más que una guerra de rapiña exigida a diario por los poderosos en los periódicos de los magnates de entonces.

Fue saqueo, no pacificación. Fue genocidio, no la imposición de una supuesta civilización.

Pues ese rol de brazo secular a cargo de la parte sangrienta que jugó el Ejército de Chile durante casi cincuenta años en el intento de exterminar al pueblo mapuche, es lo que reclama sus fueros contemporáneos.

Desde esos aciagos tiempos hasta ahora, la mirada de la cultura chilena impuesta por la escuela, la iglesia y los historiadores, ha elevado a condiciones de héroes nacionales a los generales que asolaron a un pueblo pacífico que reclamaba, y sigue haciéndolo, su derecho a ser.

Y esa mentira bien alimentada por la cultura oficial en un siglo y medio de gestión de los herederos de los poderosos de entonces, es lo que estalla en forma de aguda violencia en el sur del país.

Cuéllar es un heredero legítimo de los infantes de bronce que robaron, mataron, mutilaron, quemaron, humillaron y arrasaron con un pueblo que hasta poco antes de que avanzaran las tropas de Cornelio Saavedra, vivía en relativa paz.

En menos de cincuenta años la configuración del territorio que va desde el Biobío hasta el Toltén, había cambiado de fisonomía por la vía de la imposición de sus nuevos dueños que simplemente se robaron esas tierras, violando incluso las propias leyes nacionales de entonces.

Nunca se sabrá cuantas hombres, mujeres y niños fueron asesinados en esa campaña vergonzosa. Se habla de entre cincuenta y setenta mil seres humanos que cayeron bajo el fuego de modernos fusiles y poderosa artillería.

La lógica lineal y pragmática que dirigió al ejército del siglo XIX para despojar al mapuche de sus tierras, es la que reproduce, burda y torpe el general Cuéllar y no es extraño que así sea: fue formado en las academias militares en las que se enseña ese genocidio como una gesta de la que hay que enorgullecerse.

La violencia en el wallmapu no es un fenómeno que se pueda restringir a las acciones de resistencia y recuperación que impulsan colectivos de mapuche, como quiere hacer creer el Estado y cierta prensa.

Violencia es haber permitido plantaciones de especies que matan la tierra y el agua y que fueron pensadas con un criterio de gran negocio, pero también como elemento contrainsurgente: resulta menos conmovedor eliminar un pueblo por la vía de matar su tierra, que por el bombardeo preciso de una escuadrilla de F 16.

Violencia es inocular mentiras históricas por la vía de una escuela que intenta avergonzar al mapuche por ser.

Violencia es ocultar la verdadera historia por la vía de contar mentiras con rasgos de verdad definitiva.

Violencia es la que viene de los altares que imponen creencias de sometimiento y culpa.

Una de las más grandes y trágicas deudas históricas que el país tiene con sus gentes es precisamente la que evidencia la formulación rasca de un general de la república que, cual matón de barrio, invita a pelear para resolver algo que ni siquiera entiende.

Jamás habrá un real pacificación de los ánimos ni se podrá enfrentar un real proceso de desarrollo del país ni el pueblo podrá levantar un proyecto de país distinto si quienes tienen el monopolio de las armas son formados en esa lógica de pendencieros.

 

Por Ricardo Candia Cares

 



Escritor y periodista

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  1. Saludos a todos,

    Ojalá que la Nueva Constitución subordine a las FF.AA. al poder civil en tiempo real y que los textos de estudio de esa Academia sean revisados e insertados temas en materia de derechos humanos.

    Desde el 11 de marzo será ministra de Defensa Maya Fernández Allende (una veterinaria en defensa y una médica en interiores y seguridad, es broma).

    Considero que ha sido muy mal aconsejado el presidente electo en estos dos nombramientos claves.

    Gracias.

  2. Gino Vallega says:

    Cierto, el milico matón Cuéllar resulta la negación de la paz en el walmapu. Las inteligencias gubernamental , militar,policial….aún no saben quienes son los «pendencieros» allí?………..ó , pretenden no saber y seguir acusando al débil a quien pueden acosar con sus armamentos? La Sra. Maya Fernández, como ministra de Defensa del presidente Boric, tiene un futuro difícil con estos «monos con navaja».

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