#ColapsoNeoliberal: Piñera conduce a Chile a una crisis sin precedentes
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Piñera ha llevado al país a una situación que avanza sin control. El fin de semana decretó el estado de emergencia, el toque de queda y le declaró la guerra a la población. Una serie de gravísimas torpezas, de nula comprensión de las causas y de peor decisión política que solo ha aumentado la crisis. Hay 14 personas muertas, de abusos policiales y de militares disparando a un enemigo artificial, que no es otro que una ciudadanía indignada.
“Estamos en guerra contra un enemigo poderoso” dijo el domingo por la noche en un punto de prensa el presidente Sebastián Piñera, expresión, evaluación, comentario o exabrupto que puso a toda la población en la más absoluta perplejidad. De partida, porque no definió con claridad quién es el enemigo. En segundo lugar, porque a las antiguas generaciones se les apareció el fantasma de Pinochet. El dictador justificó las tremendas violaciones a los derechos humanos por el enemigo interno. Piñera y su gobierno, no logra ocultar los deseos de responsabilizar por la crisis social en Chile a su oposición política.
Las declaraciones del presidente son una muestra más de la lejanía que tiene él y su clase para comprender los motivos de la crisis. Aquella misma noche el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, un influyente liberal, daba su diagnóstico en televisión. Para Peña el origen de la crisis son jóvenes, “una rabia acompañada del fulgor juvenil”, porque no son capaces de canalizar de forma correcta sus demandas imposibles y superficiales. Ante ello, propone arrojarles todo el poder y peso del aparato represivo del Estado.
Si las mentes supuestamente más lúcidas de la élite hacen evaluaciones que acotan la crisis a una rabieta adolescente, los políticos están enceguecidos o se esconden en un cerrado cinismo. Por interés, sin duda, evitan mencionar que la explosión social deriva de los efectos de un orden económico y político que ha abusado de la población durante generaciones.
Piñera ofreció otra rueda de prensa el lunes por la noche y no dijo nada nuevo. Ganar tiempo, convocar a reuniones con la oposición, levantar algunas reformas que hagan un poco de ruido, como las que ha propuesto para el sistema de pensiones que, en los hechos, deja todo tal cual es. Ha dicho que escucha al pueblo, sin embargo la población le pide el desmantelamiento del orden de mercado sobre las vidas precarizadas. Las organizaciones hablan de estatizar los servicios públicos, de nacionalización de los recursos naturales, de asamblea constituyente, demandas que un neoliberal como Piñera jamás podrá realizar, siquiera imaginar.
Este lunes Santiago y otras ciudades intentaron volver a activarse tras un fin de semana explosivo bajo estado de emergencia y toque de queda nocturno. Un amanecer con menos gente en las calles, pocos vehículos particulares en circulación, el Metro cerrado y escasa locomoción colectiva. El gran comercio prácticamente cerrado temeroso de nuevos ataques y saqueos y largas filas de personas para comprar en tiendas y farmacias de barrios.
Durante este lunes millares de personas volvieron a protestar en plazas y a marchar por las principales vías. Un hecho inédito ha sido el cambio de dirección de las marchas. Este lunes una larga caravana ha desafiado a la policía pese a los gases lacrimógenos y caminado varios kilómetros hasta Las Condes para detenerse frente a la Escuela Militar. Algo similar ha realizado otro grupo por la calle Apoquindo y el barrio financiero. Hasta hoy, las manifestaciones en Chile se habían realizado en el centro de Santiago. Hoy, no solo allí, sino se extiende hacia donde está el poder económico.
Santiago es una ciudad sitiada. Por la noche se escucha el vuelo de los helicópteros con sus haces de luz rastreando las calles, detonaciones y sirenas de vehículos de emergencia. Por las redes sociales circulan imágenes aterradoras. Decenas de tanquetas, militares que han comenzado a disparar no solo al aire, escenas de golpes a detenidos. Abusos. Es una situación que al gobierno se le va con las horas de las manos. Hasta la madrugada del martes, oficialmente las personas fallecidas, varias de ellas a bala, sumaban catorce.
El golpe al poder económico se sintió por otros lados. Este lunes la bolsa de Santiago tuvo una caída de más de un cinco por ciento arrastrada por las acciones del retail, que cayeron un promedio de un siete por ciento. En un día se esfumaron más de siete mil millones de dólares de estos activos en tanto el peso sufría una fuerte devaluación respecto al dólar.
Chile, el otrora modelo neoliberal para la región, estaba expuesto a la mirada oblicua de todos los mercados externos y las críticas al gobierno de Piñera fueron directas. El Financial Times de Londres criticó el decreto de estado de emergencia y el toque de queda y The Economist hace una dura crítica al gobierno a la vez que constata que los disturbios masivos sin duda que dañan la imagen del país. Un golpe a la economía, sin duda, que todavía no expresa todos sus efectos.
Si desde hace meses el gobierno de Piñera estaba obsesionado con elevar la tasa de crecimiento del PIB, no mucho más de un dos por ciento para el año en curso y una cifra similar para el siguiente, la magnitud de las movilizaciones llevarán al país a una situación cercana al colapso. El lunes por la mañana el presidente del banco central chileno no quiso poner aún más nerviosos a los mercados e inversionistas al declarar que no tomará medidas especiales, pero es evidente que a partir de ahora la economía chilena también ha estallado.
Desde ayer por la noche los sindicatos han comenzado a anunciar que iniciarán jornadas de movilizaciones. Los llamados lo han hecho desde la Unión Portuaria y el principal sindicato de la minera Escondida, la principal organización de trabajadores de la minería privada. Su llamado es a paralizar la actividad minera y las exportaciones portuarias. De concretarse estas acciones en el llamado a paro nacional este miércoles y jueves, el colapso de la economía chilena sería ya un hecho y pondría en una situación extremadamente al gobierno.
Las manifestaciones, lejos de amainar, escalan. Y lo mismo, la represión, que ha sido la única reacción del gobierno. Prácticamente todas las zonas urbanas del país están en diversos grados de estados de excepción. Hasta este martes por la madrugada, a los catorce fallecidos en diversas circunstancias, hay decenas de heridos, miles de detenidos. Pese a ello, a una represión claramente en ascenso y fuera de control, la población no retrocede y miles no acatan el toque de queda. Con las manos en alto, centenares de jóvenes en todo el país encaran a gritos a los militares.
No hay miedo.
PAUL WALDER