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Calamares en su tinta ideológica

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A eso que hoy se llama éxito de audiencia o rating, con argumentos cuantitativos casi siempre unilaterales, hay que reclamarle definiciones de fondo. Si es éxito sólo porque muchos lo ven, sin importar lo que entiendan u opinen esos muchos, su idea de éxito expresa, también, la decadencia de sus parámetros. Es un truco publicitario reiterado hasta el hartazgo, arengar éxitos para multiplicar audiencias. Que millones de personas consuman irracionalmente productos chatarra está lejos de ser un éxito porque eso realmente es una derrota. Reina la anti-política.

En el Juego del Calamar, archi-publicitada serie de la empresa Netflix, se repiten todos los estereotipos narrativos para vendernos una emboscada ideológica hegemónica como si fuese crítica a un sistema de injusticias y desigualdades. Despliegue narrativo saturado con tácticas dilatorias para convertir en interesantes situaciones anodinas y de relleno. Son nueve capítulos (por ahora) que pudieron ser contados en la mitad o menos. Estirar escenas no equivale a incrementar riqueza expresiva. La empresa Netflix también aplica el Juego del Calamar a su propia audiencia donde los crímenes contra la inteligencia social se suceden para que caiga el dinero mientras gana la desesperanza, la cursilería y no poco idealismo filantrópico depresivo. Sus méritos técnicos o actorales no consiguen disfrazar la sintaxis del horror al que nos tienen acostumbrados.

A eso le llaman éxito. Un discurso unilateral, monotemático y moralista bañado con violencia gratuita y efectismo. Trata de convencernos de que así es cierta realidad aunque se la disfrace de ficción envuelta en metáforas que suponen ser críticas. Maniqueísmo de simplismo rutilante en el que un puñado de sicópatas son los malos (VIP) con super-poderes perversos, localizados en Corea del Sur, para divertirse con la desgracia de personas empobrecidas y endeudadas hasta la desesperación. El capitalismo reducido a individuos. La explotación y la miseria reducidas a una ensalada de hambrientos, tan ambiciosos y crueles como sus verdugos poderosos. En uno de sus ribetes ideológicos más aberrantes llegan a decir que son lo mismo, que en los extremos todos somos iguales.

A eso le llaman éxito y, para que funcione su historia, excluyen toda posible referencia al sistema económico y al de valores de la clase dominante expresada en sus empresas, sus negocios y sus estructuras de gobierno. Para que funcione su historia hay que borrar de la cabeza de los oprimidos (los jugadores que ponen el pellejo) toda conciencia de clase, de lucha organizada o de victoria no reducible al golpe de suerte, al individualismo o a las traiciones rentables.

Como estrella de la serie está el dinero que se acumula con la progresión de las muertes (como ocurre con la industria bélica mundial). Cuelga en una esfera transparente donde se coagulan las ambiciones y las perversiones maceradas en lágrimas y penurias insondables. Ahí, donde cuelga la esfera transparente cargada con millones y millones de billetes, se crea un clima casi religioso de adoración monetaria y deificación de la violencia. Dicen que son metáforas. Y toda la historia fluye alrededor de la esfera fetiche. Explícitamente caen los muertos y cae el dinero. Sube la avaricia.

Algunos creen que es suficiente con elaborar metáforas audiovisuales, hacer series, películas o cualquier otro producto de masas para consolidar una forma de protesta o denuncia. Pero gana la ambigüedad y con ella el negocio que transita en su delgada línea de la rentabilidad para que a nadie de los monopolios mediáticos e ideológicos se ofenda. Ganar-ganar… pero entre ellos.

Esta serie sirve para la desolación y la desmoralización si uno se distrae y no lee en profundidad lo que dice y cómo lo dice. Están ahí los ingredientes de un modo de pensar que se ha expandido exponencialmente en todo el espectro de la lucha de clases y que se profesa en boca del poder económico y se repite en bocas de no pocas personas que, para alimentar a su prole, no cuentan más que con vender su fuerza de trabajo a precios de miseria y en condiciones infrahumanas. Tal paradoja se hace carne en esta serie y la tarea difícil consiste en desarmar las metáforas, hacerlas transparentes, para alcanzar a ver y pensar, movilizándonos críticamente, ante el Juego del Calamar ideológico aplicado también por Netflix sobre sus abonados.

Ellos dicen que es una serie exitosa y nosotros podríamos decirles que exitoso, realmente, es aquello que genera corriente de pensamiento crítico, aquello que ofrece riqueza para todos, incluyendo riqueza de análisis para no caer en emboscadas mediáticas que con sus metáforas pretenden adoctrinarnos para la resignación ante la irracionalidad reinante. Éxito será cuando movilice al sentido común contra las perversiones monopólicas, incluyendo las de Netflix, y éxito será cuando se democratice la comunicación y sus medios para que se escuchen otras historias narradas por los pueblos que luchan por emanciparse de todos los Juegos del Calamar que jugamos sin saberlo diariamente bajo las reformas laborales, los engendros de las ultraderechas y el fetichismo del dinero imperial. Para eso, también necesitamos una semiótica emancipadora y emancipada, que nos ayude a combatir la manipulación simbólica y nos ayude a construir la emancipación comunicacional y cultural que tanto urgen. Esto no es un juego.

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Fuente: La Jornada



Filósofo y director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride, Universidad Nacional de Lanús

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