La ira de Greta
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Todas las grandes acciones y transformaciones de nuestra historia han exigido ideas, voluntad y mucho arrojo. Un firme e intransable propósito de superar los obstáculos que siempre se les oponen, ejerciendo mucha fuerza e, incluso, una saludable irreverencia. Sin descartar, además, una buena dosis de radicalidad y legítima violencia. Por algo es que siempre los cambios son promovidos por la juventud, esto es por los que no tienen intereses creados respecto de lo que hay que modificar o revolucionar. Hasta en el avance de la ciencia y el arte es dable comprobar la tozudez de sus grandes cultores; una suerte de necesaria locura, como se reconoce. Nos es extraño, entonces, que muchos de los líderes que venera la memoria de los pueblos sean reconocidos como héroes, santos o mártires. Y su vida de haya extinguido en el calvario, la prescripción o el ostracismo. Aunque tantas veces sean vindicados por el reconocimiento postrero.
La joven y famosa ecologista sueca, Greta Tunberg, adquiere en la actualidad un universal prestigio y reconocimiento. A sus cortos años ya es una líder mundial, ante la cual se encantan con entusiasmo millones de seres humanos y, aunque de forma oportunista, muchos de los más altos dignatarios políticos de la Tierra. Con sus denuncias, ella tiene atónitos a los que serán inevitablemente sus duros enemigos u oponentes, esto es los grandes responsables del fenómeno del calentamiento global y del peligroso cambio climático del planeta. Cuanto los promotores de la ideología que proclama el consumo y la explotación inadecuada de los recursos naturales como un factor del “progreso y el desarrollo” de la humanidad.
A sus 16 años, Greta ya fue a las Naciones Unidas y pronunció un discurso que saca ronchas en los gobernantes del mundo, como entre los poderosos y abusivos empresarios. En toda es cáfila de burócratas internacionales, asimismo, que se llenan la boca y ganan mucho dinero con el discurso medioambientalista, pero sin la convicción y el brío para golpear la mesa de los poderosos que, entre otras instancias, sostienen un foro mundial como el de las Naciones Unidas que claramente ya no sirve de mucho. Por lo mismo, ella hizo bien en no ubicarse en primera fila durante la Asamblea General de este organismo sin amilanarse lo más mínimo en sus reproches a las generaciones más antiguas. Tal como les sacara el cuerpo, también, a tantos políticos hueros y aprovechados, como nuestro propio Mandatario, que buscan posar con ella para los medios de comunicación y se las quieren dar de salvadores del Planeta. Mientras se niegan a firmar un tratado tan fundamental como el de Escazú y siguen tolerando en sus países la existencia de las termoeléctricas y tantas empresas francamente ecocidas de las cuales Chile hace tanta gala.
Los primeros detractores de Greta ya la empiezan a acusar de fanática y voluntarista. Repudiando el “tono” de sus denuncias, sin atreverse a reconocer su consistencia moral y la certeza de sus contenidos. Juicios de una estudiante que son avalados por la comunidad científica mundial y la simple evidencia que todos tenemos de cómo se nos descompone el medio ambiente en esa retahíla de catástrofes cotidianas, desde los incendios de la Amazonía, los huracanes que se multiplican en frecuencia e intensidad, cuanto los desastres de la agricultura, el envenenamiento de nuestros océanos, ríos y mares. El agotamiento de nuestros manantiales de agua dulce a causa de los abusos que se cometen, además, contra los pescadores artesanales y los medianos y pequeños labradores de la tierra.
Sería muy conveniente que en su viaje a América, Greta se informe de quienes lograron la hazaña de nuestros procesos independentistas y de cómo en nuestro continente sus moradores originarios fueron capaces de amar y cuidar la naturaleza sin trazarle esas fronteras limítrofes o políticas que nos hacen derrochar millonarios recursos para afrontar guerras y diferendos fratricidas. En la hipócrita idea de velar por nuestras respectivas “soberanías territoriales” cedidas paradojalmente a dominio de las grandes potencias y empresas transnacionales. Situación que tiene a Chile, por ejemplo, convertido en uno de los principales paradigmas del neoliberalismo o capitalismo salvaje, la inversión foránea y la camisa de fuerza de los tratados de libre comercio, cuyas cláusulas y cancerberos se encuentran en Estados Unidos, Europa y, ahora, en los denominados tigres asiáticos.
Ojalá que la joven Greta se llene de energía en su paso por América y alimente aún más su enorme causa. Que no vaya a ceder ante los políticos “ponderados” que la llenan de halagos en su intención de someterla y morigerar su discurso. En su afán de sentarla a esas mesas de diálogo universal, donde nada se obtiene realmente si no es solo desencantar a los pueblos, desprestigiar nuestras pretendidas democracias y estimular la arrogancia de los Trump y Bolsonaros que, en su delirio, creen que su países podrían escapar de la hecatombe climática que se nos avecina; más amenazante, todavía, de lo que se predecía treinta o cuarenta años atrás. Cuando es la suerte de todas las fuentes y expresiones de la vida las que están en peligro por más armas y ejércitos que se tengan y se usen para aplacar el descontento mundial.
Quiera Dios que la juventud y los adultos conscientes se entusiasmen y se movilicen a su paso, reconozcan su liderazgo y se animen a luchar como ella contra el viejo orden a objeto de que éste se desmorone lo antes posible, evitando con ello que todo el planeta se precipite a un caos sin retorno. Que anime a los jóvenes de todas las condiciones a emprender una lucha soslayando las viejas estructuras controladas por los poderes fácticos y los gobernantes dóciles o cómplices. Porque oponerse a los despropósitos ambientales debe ser asumido como condición fundamental, urgente e ineludible, para servir a la redención de los pobres y la igualdad entre los pueblos, la causa de todos los humanismos. Tarea en que Greta ha escogido la calle y la acción de las multitudes para expresar su justa ira, concientizar al mundo y salvar la casa de todos.