Ningún país industrializado está preparado para una recesión que es inminente
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Los augurios no son nada halagüeños. Se avecina el final del ciclo de negocios que siguió a la crisis de 2008. Los expertos hablan ya de que es el momento de tomar precauciones. Porque los ‘números rojos’ volverán dentro de 12 o, a lo sumo, 18 meses. Dos de cada tres estadounidenses no están preparados. Europa se ha dotado de más corazas, pero sigue cruzando los dedos. Igual que las empresas.
El ex secretario de Estado del Tesoro, Larry Summers, lo planteaba recientemente en un debate oficial del FMI. Las potencias industrializadas no están bien preparadas para afrontar la próxima recesión. A su juicio, yerran en el diagnóstico esencial: «La excesiva preocupación por el control inflacionista es un grave error; las subidas de precios no son, ni de lejos, el riesgo prioritario» de las grandes economías. Los asuntos más acuciantes son cómo mantener el dinamismo y alcanzar el pleno empleo. «La contracción económica sucederá y cuando ocurra, se iniciará una carrera por recortar los tipos de interés, pero por estas decisiones monetarias no se conseguirá margen de maniobra para encender la mecha de un nuevo ciclo de negocios». Summers lo justifica de la siguiente manera. En los últimos 600 años, el repunte medio de la inflación mundial apenas ha sido del 1%, mientras que el precio del dinero se ha situado rozando el 5%. Y se pregunta: ¿Quién eligió el rango del 2% como cota máxima para declarar una economía en estado inflacionista?
La respuesta a la cuestión central del Summers, al menos en Europa, tiene un destinatario claro, Alemania, y su temor a que en la UE se reprodujera el fantasma de la hiperinflación que asoló el país en el periodo de entreguerras. Estipuló este límite en los estatutos fundacionales del BCE a imagen y semejanza del mandato con el que opera el Bundesbank. Y a diferencia de la Reserva Federal, que mueve los tipos de interés en función de tres parámetros: el ritmo de crecimiento del PIB, la creación de empleo y la inflación; eso sí, sin corsés innecesarios porque, a día de hoy, los analistas han asumido que la presión de los precios se considera en el Comité de Mercados Abiertos como detonante de un proceso de calentamiento económico -y, por tanto, el factor que reclamaría subidas de tipos de interés- si salta algunas décimas por encima del 3%. Entorno al 3,5%, precisan otros economistas. Europa, además, tiene el dudoso honor, desde la época de François Mitterrand, de haber institucionalizado otro tope de austeridad, el del déficit fiscal. Fue en mayo de 1981, una década antes de que la UE lanzara en Maastricht su proyecto monetario, cuando su director de presupuestos Pierre Bilger, departió con él la instauración de una fórmula que ayudara a corregir el enorme agujero en las cuentas públicas francesas. «Debe ser algo muy simple», le ordenó Mitterrand. Bilger se sacó de la chistera la idea de relacionar el déficit con el tamaño de la economía. Un 1% es imposible de conseguir, un 2% nos exigiría demasiada presión, así que… quedó instaurada la sacrosanta norma del 3%.
Los ciudadanos no han tomado cautelas
El eje franco-alemán, en consecuencia, moldeó el doble cinturón de seguridad que impide, en teoría, lanzar a gobiernos y al BCE estímulos económicos y monetarios para capear temporales económicos como el que, parece, que se avecina. En el próximo año o año y medio, según alerta el consenso del mercado. Doble motivo que explica el retardo en la reacción de las autoridades en afrontar episodios de vacas flacas y tensiones financieras. El problema es que es la sociedad civil la primera que soporta los rigores de estos inviernos económicos. En EEUU, por ejemplo, un sondeo de opinión de Harvard Business School Online y City Square Associates, realizado a partir de una muestra de 1.000 encuestas, determina que dos de cada tres estadounidenses no están preparados para esta inminente recesión. Patrick Mullane, director ejecutivo de la escuela de negocios norteamericana, asegura a Business Insider que «la apatía creada en el subconsciente colectivo del país por la prolongada fase de crecimiento es la causa principal, pero debería ser también la razón por la que tendrían que estar ya en estado de alerta». Mullane admite que «no puede adelantar en qué momento se producirá [la recesión], pero acontecerá».
Los académicos de esta institución apuntan varios consejos para prepararse adecuadamente a los malos tiempos. En el terreno laboral, «demostrar tu valía profesional»; no es momento de cambios de compañía. Hay que impedir el despido. En segundo término, activar tu red de contactos. De los datos recopilados en la encuesta se deduce que la mitad de los encuestados admiten tener un nivel «moderado o débil» en el uso de su agenda profesional, cuando el 85% de nuevos puestos de trabajo suceden mediante esta estrategia. En tercer lugar, procurar obtener alguna fuente de ingresos adicional, aunque sean esporádicas y procurar hacer algún programa académico de especialización. Además, sugieren la supresión de gastos innecesarios y empezar a engendrar -o a engordar- algún fondo de emergencia, que sólo dicen tener el 27% de la muestra, y admitir la posibilidad de un reciclaje profesional en caso de ser expulsado del mercado laboral.
«La sombra del desempleo se ha prolongado mucho más en el tiempo que la recuperación»
Christian Weller, catedrático de la Universidad de Boston Massachusetts y analistas del Center for American Progress, escribía recientemente en Forbes que la próxima recesión está próxima y que afectará al trabajo, con la vuelta a despidos, a las rentas y a los patrimonios de numerosas familias de clase trabajadora, además de perjudicar seriamente las condiciones financieras de las pensiones y de los productos de retiro privados. A su juicio, la Casa Blanca debería acometer cambios en los programas sociales para «facilitar a los ciudadanos el acceso a mayores ventajas y beneficios de los que ahora disfrutan». Porque vienen de haber sufrido, durante la crisis, que sitúa especialmente entre 2007 y 2009, un duro revés financiero y patrimonial y porque, en los últimos treinta años, los trabajadores han sentido experimentado, mucho más que las empresas, los rigores de las etapas de recesión. «La sombra del desempleo se ha prolongado mucho más en el tiempo que la recuperación de los beneficios empresariales, porque las compañías siempre priorizan sus ajustes a corto plazo, con objeto de devolver dividendos lo antes posibles a sus accionistas y, así, tenerles contentos». El sector privado, los negocios -aclara- han ganado mucho más poder en las décadas recientes, entre otras cuestiones, porque la influencia de los sindicatos ha decaído y los salvavidas sociales, de los estados de bienestar, se han ido diluyendo.
Las empresas se asoman a la pista de aterrizaje
Martin Reeves, socio de Boston Consulting Group en Nueva York y director del BCG Henderson Institute, el think-tank de esta firma, cree que las empresas, en cualquier caso, deben prepararse para un aterrizaje, que se producirá en el transcurso de los próximo 18 meses. Siguiendo la tesis que impera en el mercado. Porque, a pesar de que el PIB de EEUU esté en la ola más prolongada de crecimiento de su historia, ya ha dado síntomas de debilidad, mientras los indicadores de actividad se han debilitado por casi todos los rincones del planeta, las bolsas están en estado de volatilidad constante y se acumulan demasiados riesgos económicos, comerciales y geopolíticos en el horizonte. «Los ejecutivos deberían estar considerando salidas y alternativas para afrontar el endurecimiento de las condiciones económicas que se aproximan» porque se mantienen en unos índices de financiación y de deuda que superan los niveles históricos de la pasada crisis, añade en un artículo aparecido en Harvard Business Review.
A su juicio, en su búsqueda de oportunidades en un escenario de brusca ralentización como la que se atisba, sus garantías más sólidas pasas por incrementar sus inversiones en innovación, ganar más competitividad y productividad y diversificar sus flujos de capital en el exterior. No es imposible, enfatiza. Algunas de las 5.000 empresas americanas que ha estudiado con su equipo de BCG, las más competitivas, llegaron a elevar en un 14% sus ventas trimestrales y en un 9% las anuales en los duros años del tsunami de 2008, con márgenes de beneficios, antes de impuestos, del 3%. Ahora, sin embargo, los procesos de reestructuración están todavía en pañales. «Están atendiendo el corto plazo, los asuntos más acuciantes para mantener las ratios de solvencia de sus firmas, aunque la competitividad exige una visión panorámica y de largo alcance, que oriente la capacidad de supervivencia de la compañía y sus nichos de negocio». No sirve sólo con ajustes puntuales de plantilla y de recursos de capital.
Europa, también en ojo del huracán
En medio de este panorama, con la Reserva Federal admitiendo que va a iniciar una fase más bien prolongada de bajada continuada de tipos de interés para espolear la actividad perdida y el descenso, aún leve, en la generación de empleo, e incertidumbres monetarias y económicas en China y el resto de los grandes mercados emergentes, incluido Turquía, y comerciales por las batallas arancelarias, sin descuidar los puntos geopolíticos calientes -Irán se ha erigido en casi el único punto de mira de todos los análisis geoestratégicos- y sus efectos sobre la energía, Europa sigue en una especie de limbo. Christian Odendahl, economista del Centre for European Reform (CER), un instituto de investigación crítico pero defensor de la integración plena de la EU, admite que los socios comunitarios -y en especial, los monetarios- han reforzado sus herramientas tanto fiscales como monetarias, pero volverán a tener un «uso limitado». En su opinión, y ante los vientos de recesión que llegan a Europa, se necesita reacciones «tempranas, arriesgadas y agresivas» si no quiere «sufrir una crisis política» que puede acabar con su propia existencia.
El experto del CER propone romper un tabú, de origen genuinamente germano: «Acabar con el estricto mandato dado al BCE de mantener a raya la inflación, con un control de precios por debajo del 2%». La autoridad monetaria -explica- «debe sentirse libre de esta atadura». Y dar mayor protagonismo al crecimiento económico y a la creación de empleo, a imagen y semejanza de la Reserva Federal y como recomienda Summers. «Europa ha salido del decenio posterior a la crisis financiera con una divisa más fuerte, pero demasiado dividida políticamente», alerta.