Piñera en la víspera de una decisión anunciada
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Movido por sentimientos de genuina espiritualidad, y debemos reconocerlo, el presidente Sebastián Piñera, se ha convertido ahora en fervoroso creyente. Después de años, entre coqueteos mundanos y frivolidades, ha decido regresar al redil. Se había olvidado de haber sido hombre de fe, al enfrascarse en negocios y viajes de ultramar, mientras rezaba al dios dinero y le rendía tributo. De él se hizo devoto y nada hacía sin consultarlo.
Al despertar una mañana, descubrió cuan errado estaba en sus principios cristianos. ¿A tanto había llegado su amor al idolatrar los bienes terrenales de este mundo, en desmedro de los espirituales? Había dejado de rezar el rosario en familia y apenas si comulgaba los domingos. Si en una época le apetecía ir a las procesiones, vestido de monaguillo, encargado de llevar el agua bendita, ahora se entregaba a disfrutar de los placeres mundanos.
Como su gobierno hace agua, semejante a chalupa a la deriva, aunque el agua escasea, se ha dedicado en estos días a la imploración, como postrero recurso. Esa imploración —pedir con ruegos y lágrimas una cosa— que los devotos invocan a los santos, cuando se enfrentan a una catástrofe, por norma, vinculada a las enfermedades. Quizá, el jefe aún no despierta después de haber presenciado hace meses, el eclipse de sol, próximo a La Serena, y todavía vive la falencia de la luminosidad que nos entrega el astro rey, sin el cual, no sería posible la vida.
Este viernes anunció en la Moneda, como quien anuncia una encíclica, mientras suspiraba: «Yo le quiero pedir a la Virgen de Fátima, que su visita nos ayude a unir a los chilenos, como lo dije, que tranquilice, que apacigüe el corazón de los violentos, que inspire y fortalezca el espíritu de los hombres y mujeres de buena voluntad». Solo un ser dotado de genuina espiritualidad y elocuencia, logra expresar este sermón dotado de poesía, que hace recordar a Gabriela Mistral. Nadie puede sospechar de los buenos propósitos del presidente, que al comprobar el descalabro en el país, se somete a los designios de la providencia.
Ahora, desprovisto de la soberbia de quien aun se cree mesías, sumiso invoca la ayuda celestial, para resolver la sequía, el cambio climático, el bochorno de una seguida de robos a granel, saqueo del Estado con poruña incluida, e incapacidad para detener la avalancha. De ahí surge, según su criterio, que la única solución para salir del embrollo, debe traducirse en rezos, penitencias e invocaciones al Altísimo. Realizar procesiones, rogativas, votos de templanza, castidad y visitas a cada uno de los santuarios de Chile, para implorar la ayuda celestial.
De producirse un incendio forestal, no deberían los bomberos concurrir a sofocarlo, sino dedicarse a rezar en una capilla, para que llueva. Así ahorran agua y no ponen en riesgo sus vidas. En las sociedades salvajes el “hacedor de lluvias” es un personaje de vital importancia que utiliza la magia para hacer llover. Es el encargado de regular el abastecimiento del agua celestial y muy bien sabe, por su larga experiencia familiar en la materia, cuando podría empezar a llover. Si no llueve, arriesga a ser destazado.
En Australia, de haber sequía extrema, sus habitantes aborígenes lamentan a voz en cuello su desgracia, mientras invocan a los espíritus de sus antepasados. Bien podría ser una excelente práctica para ser imitada por el gobierno. Entonces los ministros, pajes y orejeros del régimen, desde la azotea de la Moneda, bajo la batuta del jefe, canten a coro: “Que llueva, que llueva, la vieja de la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan…” Por desgracia, la juventud de hoy ignora esta divertida y nostálgica canción infantil premonitoria que, tanto gustaba cantar a la niñez, mientras veían llover a chuzos.
Quizá hoy todo esto no sirva de nada, pues el mal se encuentra en la soberbia e incapacidad de una administración ciega, sorda y muda, que engañó al electorado por segunda vez. Supieron cómo seducir a los borregos, ofreciéndoles la panacea. Al final, estos son quienes definen las elecciones. Como solución, urge llamar sin tardanza a los creyentes —incluidos los ateos, pues somos quienes más oramos en privado— y rogarles que desde hoy, empiecen a rezar en los templos y santuarios del país.
Suplicarle a la Santísima Trinidad que ilumine al jefe, instándolo a renunciar a la brevedad. Chile se incendia por los cuatros costados, desde arriba y desde abajo, y no hay ni una gota de agua disponible para apagarlo. A nadie sorprendería que al finalizar el año, don Sebastián colmado por la candorosa beatitud, después de renunciar a la presidencia del país, ingrese a perpetuidad a una abadía, a hacer votos de silencio.