Almas Muertas: de la literatura a la política
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Nikolái Gogol, el gran escritor ruso de comienzos del siglo XIX, dio cuerpo a una novela sorprendente, que se ubica entre la sátira y el costumbrismo descriptivo y moralizante. Esa novela se tituló “ALMAS MUERTAS”.
Su héroe (o anti-héroe) Pavel Tchitchikof es un funcionario retirado que conserva el título de “Consejero colegiado”. El personaje ostenta la condición ahora de terrateniente, seguramente de mediana importancia.
Lo curioso está en que este hombre se traslada a una ciudad de provincias. “N”, como la nombra Gogol, y luego de introducirse hábilmente en los salones de la sociedad, ubica a los dueños de tierras y de siervos. Su objetivo era la compra de siervos. Pero lo admirable está en que este curioso Consejero ofrecía la compra de los siervos ya muerto. Pagaba una suma baja por tales siervos difuntos al antiguo propietario, quien debía firmar ente la autoridad respectiva dicha transacción.
De esta manera, el Consejero se hizo de una buena partida de “almas muertas”, y lo hizo con la intención de aparecer como propietario de una enorme cantidad de siervos, lo que le valdría para avalar créditos y transacciones de mayor cuantía.
Esta obra nos pone frente a la fértil imaginación humana, que no repara en el respeto de los difuntos y pretende usar sus almas, ya derivadas a otras dimensiones, para propósitos tramposos o alevosos. Esos siervos, explotados durante sus vidas terrenas, siguen siendo abusados en su calidad de “almas muertas”, por esas personalidades que no trepidan en despreciar al hombre, ya sea como materialidad o en su inexistencia. No aflojan el cepo de la explotación, cuando el interés se antepone a la moral, incluso en esta forma de trascendencia existencial.
En Chile se ha dado recientemente un caso de registro de “almas electorales”, es decir de ciudadanos, ante un notario inexistente, es decir: una “alma muerta”, la que ha sido usada y abusada para testificar un compromiso jurídico que, como “alma muerta”, ya no puede realizar.
Tchitchikof registra cientos de “almas muertas” ante un testigo existente y acá, en Chile, se inscriben miles de almas vivas ante una alma muerta. Se invierten los términos pero la estafa es la misma, el dolo se hace equivalente.
Gogol, en esta obra, trata de moralizar sobre las más diversas formas que tienen las personas para disimular, disfrazar y ocultar sus vicios, sus dolos, sus trampas, sus pequeñeces. En el relato, el abogado defensor de Tchitchikof, arma un enredo de sospechas que involucran a cada una de las autoridades, donde cada uno de ellos reconoce sus faltas como un peligro para sus respectivos honores como para sus cargos.
El malicioso abogado, hace llegar ante el Príncipe, que debe enjuiciar a su defendido, todas esas acusaciones cruzadas que afectan a los altos funcionarios de esa ciudad de provincia. El príncipe se siente abrumado por tal bochornosa situación, ánimo que aprovecha el abogado en cuestión, para aconsejar al príncipe que es preferible, en las cosas de los juicios a los humanos ser compasivo y comprensivo, pues el hombre nace con la falta original, pero que finalmente con las lecciones que les propone la vida, terminan enderezando sus conductas.
El Príncipe de “N”, hombre honradísimo y justo, que se enfurece ante las fechorías de Pavel Tchitchikof y le corresponde juzgarlo, emite una reflexión que vale la pena reproducir:
“Estoy convencido de que la corrupción no puede extirparse por ningún medio, ni por el terror ni por los castigos, que tiene raíces muy hondas. La costumbre deshonrosa de aceptar sobornos se ha hecho necesaria e inevitable, aún para aquellos que no son de natural corruptos. Sé que para muchos es poco menos que imposible oponerse a la tendencia general. Pero ahora es mi deber, como en momento decisivo y sagrado, cuando nos corresponde salvar a la patria, cuando todo ciudadano ha de aguantar todas las cargas y hacer todos los sacrificios, es mi deber ahora apelar a la conciencia de aquellos de vosotros que todavía conservéis un corazón ruso y alguna noción del significado de la palabra honor”……”Lo importante es que nos incumbe salvar a la patria, que la patria se halla en peligro, no por la invasión de veinte razas extranjeras, sino por nosotros mismos.”……”Y no existe gobernante, aunque fuese más sabio que todos los legisladores y gobernantes, que pueda atajar el mal, por mucho que coarte la acción de los malos funcionarios. Todo será en vano hasta que no nos despertemos a la necesidad de que, del mismo modo que en la época del alzamiento de todos los pueblos, tomamos las armas contra el enemigo, ahora hagamos frente a la corrupción.”
La novela no es capaz de ponerse en el caso de la tormenta perfecta: que es la perversión no sólo de los ciudadanos, sino también del Príncipe.
“Resulta, de todos modos, más conveniente que un subordinado se adapte a la forma de ser de su jefe, que no el que un jefe se adapte a la manera de ser de sus subordinados. Es más en armonía, con el orden de las cosas y más fácil, porque el subordinado tiene un solo jefe, mientras que el jefe tiene cientos de subordinados.”
Lo que plantea Gogol, muy sabiamente, es que cuando la corrupción o la virtud se instala en los dirigentes, hace mucho más peligrosa su reproducción, simplemente por el efecto de irradiación numérica y, también, porque la autoridad tiene un sentido de ascendencia ético y moral sobre los súbditos o ciudadanos, induciendo su emulación virtuosa o corrompida.
¿Quién es más culpable? Es la pregunta que se hace el Príncipe. Pero el Príncipe-en la obra de Gogol- afortunadamente es un hombre justo, y su justicia está expuesta en esa duda, a pesar que el juicio es sobre los súbditos y no sobre su persona. Pero de todos modos la autoridad debe autocuestionarse, sacudiendo la soberbia del poder.
Por Hugo Latorre Fuenzalida