¡Proletaries del mundo, uníos! (¿O no?)
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¿Habría que decir que los mayores grados de unidad popular de la historia de Chile se verificaron durante la Unidad Popular?
Sí, pero antes es necesario decir que lo más rescatable de las primarias recientes es la evidencia de que las cosas no son como venían siendo.
Lo más importante: la derecha pinochetista se bate en retirada; Piñera se apresta a desaparecer de la historia decente de este país y un sujeto simplón y oportunista le gana a toda la derecha diciendo que no es de derecha.
La ExConcertación se cae a pedazos, sin un discurso ni soluciones, sin líderes creíbles ni desgastados o a salvo de la corrupción. Queda una candidata salida de la nada que no calentó a nadie, nunca, y la senadora Provoste que mide cada paso que da, al aguaite típico democratacristiano.
Algo está cambiando. ¿Algo huele mal?
Mientras tanto, cerca de ahí, la izquierda, todos sus retazos y colores, dimensiones e intensidades, cruza su propio calvario acusándose de esto y de lo otro.
En el bando ganador se habla de unificación de programas, de coincidencias discursivas, de proyectos, miradas de futuro y sensibilidades comunes, que abarcan desde el Frente Amplio, pasando por el PC y llegando a Narváez y sus sopaipillas y, quizás, más allá.
También, hay que decirlo, hay una izquierda que aborrece a Boric y que se va a resistir a votar por el diputado llegando el momento, incluidos muchos PC.
Pero, también hay que decirlo, mucha de esa izquierda crítica y enojada hasta ahora no ha sido capaz de hacer la pega que sí hizo Boric y sus muchachos, quienes aprovecharon la pasada y le sacaron lustre al diputado, quien, como otros, es un síntoma de estos tiempos confusos.
Uno podría no estar de acuerdo con el diputado, sus variaciones cromáticas y sus intentos por evitar tener enemigos, pero que hizo la pega, la hizo. Cosa diferente fue que la votación de la exConcertación y de sectores de la derecha de Las Condes, Vitacura y Providencia fuera en contra de Jadue al apa de Boric.
Entonces, en ese escenario trizado, ¿dónde cabe la unidad tan voceada, palabra de las más recurrentes de la izquierda en todo el mundo?
Boric en su discurso triunfador habló de la unidad, Jadue en su relajado discurso de derrotado, habló de la unidad, en la exConcertación sus náufragos dicen lo mismo, en los corrillos de las redes sociales muchos anuncian la necesidad de la unidad.
¿Pero es posible la unidad? ¿Cómo se hace eso? Pero, ante todo, ¿qué es eso?
De entrada, digamos que la unidad de la izquierda no es producto de la voluntad de algunos, incluso de muchos, por muy empingorotados o notables que sean. La unidad no se decreta ni obedece a decisiones de politburós ni de equipos coordinadores ni de mesas políticas ni del dedo de expresidentas o voceros: la impone la realidad y su correcta lectura.
Los más enterados en cosa del marxismo dirán que la unidad es una función de la lucha de clases.
Entonces, ¿qué permite, impulsa, estimula e impone la unidad?
Los esfuerzos unitarios que se acometen en estas horas poselectorales estarán buscando ampliar la base política para lograr un gobierno que tenga algún sustento. Más que unidad, lo que se requiere es un pacto político. No es lo mismo.
Un pacto que permita cierta gobernabilidad en un eventual gobierno no es un programa que defina un país diferente encaminado a una sociedad de mayor altura humana, aunque sea un paso, un avance necesario y esperado.
El sistema no estará en riesgo, a contrario sensu, se va a robustecer por medio de las reformas superficiales que harán mucho más pasable el neoliberalismo. Lo que no estaría mal de haber un proyecto mayor.
Hay una izquierda invisibilizada que deberá decir lo suyo.
Mucha de esa votó por Jadue aunque parte importante de sus simpatías están con la Lista del Pueblo, de la que esperan alguna propuesta que fuerce la mirada izquierdista hacia ese lado y revuelva el gallinero. Y en ese trance quizás las traqueteadas organizaciones sociales caigan en cuenta que deben asumir sus responsabilidades mucho más allá de, o junto con, o a propósito de la chaucha y el reajuste.
La discusión presidencial evidencia la incapacidad de la izquierda respecto de lo que debería competirle con mayor propiedad: el poder.
Se hace necesario que en la izquierda haya una crisis que ponga las cosas en su lugar y eso pasa porque se levante con mucha fuerza un proyecto que vaya mucho más allá de un gobierno o varios, y que ofrezca seriamente superar la idea de la alternancia, y que comience en el seno de la gente una discusión con altura y seriedad respecto del rol de la izquierda en el actual estadio de desarrollo de la humanidad y sus numerosos peligros.
Una izquierda que cobije a todo el que esté por ese camino, con independencia de sus colores o entusiasmos, desde el amarillo más fulgurante al rojo más insurgente, desde el más acelerado, al más remolón.
Una izquierda que destierre sus prejuicios o que por lo menos los administre con cierta soltura, y en la que haya cabida para todos, aun cuando no nos guste el del lado.
Una izquierda enojada y alegre, que sume y no reste, que multiplique y no divida, así sea que no sean todos como uno.
Una izquierda que no se permita un día más sin ofrecer al pueblo una causa por la que luchar y no se quede en la consigna desgastada y el desfile estéril.
Una izquierda que practique la autocrítica una vez por día hasta hacerla una costumbre y no le eche la culpa al empedrado y a las condiciones objetivas y subjetivas.
Una izquierda que recuerde que fue en las celdas en donde desaparecieron las diferencias entre reformistas, amarillos, ultras y traidores y que no esperemos ese trance para compartir con la misma solidaridad.
Una izquierda que seduzca el alma de la gente y que no la obligue a optar por lo menos malo de la oferta porque en esa nos hemos llevado casi medio siglo.
La unidad nace y fluye de la conciencia libre de la gente y es imposible imponerla como una orden, por el cálculo o para el breve plazo de lo inmediato. Lo contrario es una dictadura o un regimiento.
Sucede entonces que, condición necesaria para la irrupción de una izquierda con más argumentos, es que ofrezca un camino de lucha por el poder, entendido como la cuestión sin la cual la política pasa a ser una esgrima inofensivo.
Y que esa idea de poder nazca, se reproduzca y sea compartida por la mayoría del pueblo.
Cierto.
Los mayores niveles de unidad del pueblo se verificaron durante la Unidad Popular como una exigencia que iba más allá de las reflexiones de los teóricos y dirigentes. Fue una imposición de la cruda realidad que exigía pelear juntos o caíamos juntos. Una herramienta que se hacía indispensable sobre todo cuando ya no estuvo.
Y ya vimos lo que pasó.
Por Ricardo Candia Cares