Quiebre en la hegemonía burguesa: La onda expansiva de la rebelión ciudadana y popular del 18/O
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Porque las cifras no hablan por sí solas…
La desconexión con la realidad aparece en las palabras que nombran las ansias políticas frustradas. La Democracia Cristiana, viejo partido del humanismo maritainiano, clave en la historia del Chile contemporáneo, cuyo accionar llevó directo al golpe de Estado, acontecimiento político que es la matriz del régimen político actual, está ideológicamente derrotada. Le queda la plata del Estado para financiarse en tanto casta política que mueve por inercia la máquina partidaria burocratizada.
La orgánica partidaria de Zaldívar y su cocina; de Jorge Burgos, el saboteador interno en la Nueva Mayoría y nunca denunciado por los otros partidos; la de los Frei, Aylwin, Boeninger antes, y ahora de los Walker Chahuín, Rincón, Burgos y Provoste, miembro con el PS, PPD y radicales de la autollamada “Unidad Constituyente” obtuvieron dos delegados a la Convención Constitucional, de los 155 representantes electos. Solo dos. Así, la DC quedó impedida y psicológicamente anonadada como partido para influir directamente en la “constituyente” y en el orden constitucional que regirá Chile. Su pléyade de abogados y juristas que como Jorge Correa Sutil o la ex ministra concertacionista Mariana Aylwin – que no arrastra la sombra benigna del padre en los electores de derecha – y de economistas como el neoliberal ex ministro del trabajo René Cortázar (aceptado sin chistar por el PS y el PPD en la época de Aylwin para continuar con la lógica neoliberal de laminar y fragilizar sindicatos) cortaban las huinchas por ser “constituyentes”. Fracaso político mayor. Peor que la derrota electoral que llevó a Pablo Iglesias en España a retirarse a los cuarteles de invierno de la academia después de haber querido gobernar España, arrimado al PSOE neoliberalizado de Pedro Sánchez y luego desear ser Alcalde de Madrid.
El mismo ejercicio de memoria política activa haríamos con los PS y PPD que abandonaron la defensa del pueblo y se arrimaron a los intereses de la oligarquía empresarial al punto de ser financiados por ésta.
El triunfo espectacular del Apruebo el 25 de octubre del 2020 fue un preámbulo, algo incierto, por supuesto, pero demostró la coherencia lógica que más tarde se instaló en la inteligencia colectiva y que no se dejó desorientar: para tener una nueva Constitución que exprese la soberanía popular hay que votar por gente de confianza y entregarle la tarea a quienes den prueba de independientes con fibra popular.
Entre tanto hubieron hechos concretos. Como el significativo asesinato por un carabinero del joven malabarista Francisco Martínez Romero en Panguipulli e infames persecuciones y escuchas telefónicas a periodistas y fiscales por el Ejército. La Red TV contrató a periodistas que contribuyeron a mostrar la vigencia de un clima de corrupción y de enfrentamiento con el Gobierno de Piñera y las movidas para beneficiar a los casinos de Enjoy. Mientras el Estado no cumplía su función de garante del bien común en tiempos de pandemia y muerte. Se consolidó la percepción que todo seguía igual, pero que era imperioso que hubieran cambios. Sentido común que transformó en victoria la iniciativa de la Lista del Pueblo. Un dato no menor es que de la Lista del Pueblo, de 50 candidatos, 22 obtuvieron un escaño de los 155 de la Convención Constitucional que podría transformarse en una auténtica Asamblea Constituyente si se trabaja con astucia. Esa virtud necesaria en la política según el Maquiavelo del texto y no en el de la imagen deformada que implantó el poder del Vaticano desde el siglo XVI.
Así, antes ya había ganado el arrojo con sensatez. Se había impuesto la necesidad de transformaciones. Se mantuvo un halo de ruptura democrática con el régimen político y su modelo de mercado capitalista en un importante segmento social compuesto de clases medias asalariadas y de una parte de los sectores populares proletarios y juveniles escolarizados. Estuvo presente sobre todo la actividad consciente y reticular de pequeños grupos de activistas; casi de la micropolítica a la Deleuze y Foucault para convencer. Estas virtudes políticas populares se expresaron en las urnas. La batalla electoral arrojó sus frutos porque fue percibida como una consecuencia lógica del gran despertar iniciado por el “evade” de los torniquetes y los consiguientes actos de rebelión inaugurados por la vanguardia del movimiento estudiantil secundario. Se trataba de pasar al acto, a lo constitucional.
La Lista del Pueblo, con trabajo de base ecologista, feminista y con relato neoliberal y anticapitalista, se conectó con su pueblo ciudadano. O, mejor dicho aún: activistas territoriales implantados en el tejido social levantaron la Lista del Pueblo. Su triunfo, nadie lo vio venir. ¡Carajo que nadie! Lo que hubo fue fidelidad en la lucha, al espíritu del 18/O. Hábiles tácticos con olfato político, esos aún desconocidos líderes y liderezas realmente de abajo aprovecharon que las máquinas partidarias que componen la casta política estaban totalmente desconectadas del mundo real y subjetivamente afectadas por la pérdida de puntos de referencia estratégicos y programáticos. Por la profunda crisis de hegemonía de los dueños reales del poder y de la riqueza, para repetir una bien consabida idea…
Eppure se movía … Y sin embargo, los signos estaban en el aire. El malestar social no había amainado sino aumentado en pandemia. Y por mucho que la casta política apareciera emplazando al Gobierno de Piñera, la operación de búsqueda de Agenda de mínimos comunes de la presidenta del Senado no engañó a los electores, lo más probable es que les demostró que nada puede esperarse da la casta política. Aunque fue emprendida con bombos y platillos mediáticos por Yasna Provoste, no cambió en nada la impresión endurecida que la casta política no debía meter mano en la elección de la convención constitucional.
A los dignos y dignas de la Lista del Pueblo les fue bien porque zafaron de la imagen de la vieja política. Esa que se resume en el “No son treinta pesos, son treinta años”. Habían estado en las marchas y plazas del país. Pelao Vade y la Tía Pikachú figuras emblemáticas de la Rebelión y la Dignidad son hoy convencionales.
Por el lado de las castas, el FA no logró contaminarse completamente con la imagen de Gabriel Boric pactando. Hasta el punto que logró inscribirse con apoyo mediático tradicional e introducirse en el ritual propio de los partidos que participarán en primarias en un intento de disputar con Daniel Jadue, el líder teflón del PC (le han resbalado las campañas de la prensa de derecha). Militante del Partido Comunista, que es visto como más íntegro que los candidatos de los otros partidos. Como vimos, Pamela Jiles se niega a presentar programa, apuesta a sus talentos histriónicos y no logró capitalizar políticamente un caudal de simpatía hacia Pablo Maltés, su jefe de gabinete.
Recordemos que de los rebeldes del 18/O Octubre 2019 resultó el acto multitudinario el 25 de octubre de ese mismo año. Vale la pena considerar esa mística ciudadana: millones de cuerpos y voluntades en rebeldía democrática, de género, cultural, proletaria en las calles replanteando las grandes demandas de bienes públicos y comunes levantadas contra la lógica neoliberal por los diferentes movimientos sociales y ciudadanos desde hace al menos 20 años. Y reclamando esa tan subjetiva dignidad que significaba basta de tanto abuso recurrente y de corrupción sistémica, de nepotismo en el Estado, de consensos, pactos y cocinas entre las castas política. De operaciones de salvatajes sui generis y de agendas de mínimos cuando está claro que la derecha y el gobierno oligarca y autócrata de Piñera ya no tienen nada en común con la vasta mayoría ciudadana. Ese fondo común de recepción para darle sentido a la realidad política no varió.
Los sectores de derecha y de centro “izquierda” con los puentes cortados con las masas populares, movilizadas e impugnadoras (qué placer retomar ese vocabulario que los Tironis y Correas habían declarado muerto junto con la figura sociológica de la clase trabajadora), con sus analistas, opinólogos poco razonables y medios tradicionales despreciaron el factor subjetivo que en dos años se impuso en las consciencias ciudadanas. Creyeron que todo era tan “líquido” a la Zygmunt Bauman, y tanta la” incertidumbre” en la “complejidad” a la Edgard Morin, que nada quedaría de inmanente en la decisión tomada por la ciudadanía a partir del 18/O de que no había que cejar “hasta que la dignidad se haga costumbre”.
Pues bien, la dignidad se mantuvo y resurgió, esta vez de las urnas (aunque ronda por ahí, como una eterna idea juvenil el “si las elecciones cambiaran algo, ya las habrían suprimido”). Pese a los millones gastados por la oligarquía para financiar a sus candidatos a la Convención. Cabe mencionar el gráfico que mostraba a quienes iba la plata del patronaje a la Juan Sutil, Bernardo Larraín Matte, Luksic, los Solari etc. Un dibujito con montos, flechitas y nombres de candidatos derechistas a la CC hizo su efecto. Estaban dadas las condiciones para su recepción en un terreno mental fertilizado por las multitudinarias manifestaciones de octubre. Cuando las masas se mueven, se auto afectan. Se empoderan se dice hoy, “las multitudes se potencian ellas mismas” escribía Baruch Spinoza a fines del siglo XVII. Y en semanas, aunque con pandemia y en duras condiciones de existencia, no olvidaron. Se mantuvieron las razones de cambios.
Nuevamente cabe recordar. Poco antes del antidemocrático pacto firmado entre la derecha y sectores de oposición el 15/N 2019, un paro de trabajadores demostró la fuerza potencial de los que producen las riquezas y hacen funcionar la economía exportadora del país. Con esos antecedentes se acordó una paz que nunca llegó y se pactó, mientras el territorio nacional estaba fracturado y la energía popular desbordaba las calles; con asambleas territoriales e iniciativas populares de nuevos sectores que se incorporaron a lucha de ideas y demandas, ecológica, feminista, de seguro social. A la que el gobierno de Piñera respondió con lo que hemos llamado la figura del Estado liberal autoritario (para mantener el llamado “orden público”, el Estado debe mostrar mano dura en el ejercicio del monopolio de la violencia, aunque sea violando las libertades individuales). Represión y muertes son la consecuencia del ejercicio del “Estado de derecho”. No faltó el politólogo, “cientista social” que decretó que el movimiento y revuelta social habían sido “derrotados”. Hoy sabemos que la voluntad popular de cambio ya estaba instalada, inquebrantable, incluso cuando un pacto antidemocrático impidió una constituyente libre y soberana, votada la ley 2.200 en el congreso y puesto en marcha un “Comité Técnico” designado a dedo por las castas políticas de la oposición, FA-RD incluido. Se lo caracterizó como un nuevo pacto oligárquico se dijo, un especie de lawfare contra el pueblo como sujeto político. Y con razón. Lo democrático por definición es consultar al pueblo, y darse en toda circunstancia los medios para hacerlo. Gabriel Boric mostró la hilacha de político muñequero desprovisto de reflejos de líder demócrata. Su partido lo pasó a tribunal de disciplina por haber sido operador del Acuerdo-Pacto.
Fue ese acuerdo pactado donde se le concedía el 1/3 de veto que forjó la ilusión en la derecha (consolidada la idea por Longueira) de que su fuerza institucional le bastaba para atrincherarse en la Convención Constitucional, mantener los pilares de la dominación de la clase capitalista (propiedad privada de las grandes empresas y recursos naturales, regla fiscal para impedir programas sociales, mercado sin regulaciones, red bancaria y Banco Central sin control por donde circulan dineros sucios, AFP-Aseguradoras de pensiones e ISAPRES intocables) y frenar la redacción de una nueva Constitución. Y fracasó. Es a lo que seguirá apostando un partido del Orden que puede renacer con el ave Fénix, de las cenizas y, atraer con el cuco de la desestabilización económica y los equilibrios macros, así como el respeto a los tratados de libre-comercio a delegados incautos e ideológicamente débiles que tiendan a buscar “mínimos”. Para la oligarquía empresarial dura, la derrota en la segunda escaramuza del proceso constituyente se debe en gran parte a que sus representantes políticos en el poder legislativo adoptaron bajo presión el “populismo”, por la votación favorable a los 10% de retiro de las AFP. Es la hipótesis de El Mercurio.
La página editorial de El Mercurio del 18 de Mayo entregó un descarnado análisis político a sus lectores: “[…] la sorprendente votación alcanzada por la Lista del Pueblo —la misma cuya franja electoral hiciera escarnio de la supuesta muerte del Presidente de la República— y (en) la inédita irrupción de más de una treintena de independientes en general también vinculados a la izquierda, se advierte la compleja tarea que será alcanzar acuerdos en el órgano constituyente”.
Es el temor de la clase dominante. En primer lugar, de la oligarquía empresarial. Habrá que estar alerta entonces. Habrá que vivir con el espíritu de la sana sospecha. Sospecha que la clase dominante, que se la jugó por entero con aportes financieros millonarios durante la campaña reciente, esta vez no escatime montos para comprar delegados. ¿Ud. se escandaliza? Pero si es lo que muestran los porfiados hechos. Si ya compraron muñecos políticos con financiamiento y facturas ideológicamente falsas como lo hicieron Soquimich-Ponce Lerou, Penta, Corpesca y tantos otros que aún no se sabe.
Para terminar: el gran perdedor fue la clase dominante con Piñera presidente. Pero en grande. Que arrastró a sus incondicionales: los empresarios oligarcas para quienes ha gobernado desde siempre y quienes lo han apoyado incondicionalmente desde el 18/O. Estos gastaron millones en aportes para sus candidatos estrellas del neoliberalismo a la Convención Constitucional que mordieron el polvo en una humillante derrota. Reflejo de esta situación donde se ve el alcance de la derrota estratégica de la derecha –de la que podrá intentar reponerse con discursos a la Desbordes. Pero una fracción dura, la de los grandes empresarios, como puede leerse en este titular de El Mercurio, apostará por presionar al bloque derechista a una línea intrandigente: “CPC y sus seis ramas delinean las 3 prioridades que debería incluir la nueva Carta Magna”.
Por supuesto, dentro de las prioridades de la oligarquía empresarial, en una Constitución que solo quieren remozada, destacan la libertad de empresa, la “responsabilidad fiscal”, el respeto a la propiedad privada y la autonomía del Banco Central. Agregue mercados no regulados, el sistema de capitalización individual de las AFP y la salud privada de las ISAPRES y tiene entero el modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego por la dictadura cívico-militar. Nada de derechos sociales garantizados por el Estado. Ni tampoco de democracia participativa. Sin embargo, estarán dispuestos a conceder en temas valóricos.
Ahora bien, no tocar a la raíz esos pilares de poder, concentración económica y dictadura de lo privado y mercantil sobre lo común con bienes públicos, significará tener una nueva constitución … cosmética. Obvio. Los constituyentes populares deberán trabajar de cara al pueblo ciudadano y trabajador. Deberán necesariamente neutralizar las posturas de personajes como Felipe Harboe, Fuad Chahín o Agustín Squella, y otros que tenderán a hacer bloque de alianzas con la derecha para construir el 1/3 de veto a los artículos que cuestionen el viejo poder constitucional. Ese bloque que le tenderá la mano a la derecha buscará maniobrar contra los sectores populares en busca de los inefables “mínimos comunes”. Léase: defender el statu quo constitucional.
La lucha será ardua entonces y la vigilancia ciudadana y de los movimientos deberá ser estrecha sobre las deliberaciones en el recinto de la Convención para que cada coma de lo discutido, pactado, redactado y votado sea escrutado por comités de ciudadanos. Ya que los constituyentes no se mandan solos. Y estos, los de la Lista del Pueblo, y los otros vinculados al PS, PC y FA serán fundamentales. Una inmensa responsabilidad descansa sobre sus hombros y voluntades. Y sobre la del pueblo: vigilar y ejercer un control democrático sobre sus delegados que dirán que lo “representan”.
Por Leopoldo Lavín