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Lecciones de la revuelta en Colombia

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Las y los de abajo debemos aprender a vivir y convivir con la incertidumbre, la violencia sistémica y los permanentes intentos por desaparecernos. Los cuidados colectivos deben colocarse en el timón de mando, en espacios autocontrolados fuera del alcance de los machos armados del capital. Ésta es la forma que adquiere la autonomía durante el caos sistémico.
Una semana de huelga general con movilizaciones que insinúan insurrecciones agrietaron el modelo de dominación administrado por la ultraderecha de Álvaro Uribe. El saldo provisional es de alrededor de 30 muertos por la represión policial, 10 violaciones, mil 400 casos de brutalidad policiaca con más de 200 heridos y cerca de mil arrestados. Algunas reflexiones sobre este monumental y esperanzador movimiento:

1. El sistema capitalista es genocida y criminal, en particular en este momento de declive y en los países de América Latina. Su carácter no depende del gobierno que administre el modelo, porque es un régimen estructuralmente genocida, toda vez que se asienta en un modo de acumulación por despojo y robo que sólo puede funcionar sobre la violencia, la exclusión y marginación de las mayorías.

La brutal represión a manos del Escuadrón Móvil Antidisturbios responde a que medio país, medio continente, sobra desde la lógica del capital y debe ser despachado, encerrado en sus barrios/guetos o muerto si se atreve a protestar. Las ejecuciones sumarias, los crímenes contra jóvenes, no son errores ni desviaciones de algún uniformado, sino política de Estado y del capital.

“Si supuestamente hay unos actos de vandalismo, se supone que las personas son capturadas y llevadas ante un juez, pero lo que vemos es que directamente se ejecutan manifestantes”, sostiene el colombiano Richard Tamayo Nieto (https://bit.ly/2RmGqCu). El sistema ya no aspira a integrar ni a domesticar a los de abajo, por eso se dispone a eliminar a los manifestantes, a los que considera terroristas.

En la medida que la población sobrante abarca a la mitad de nuestro continente, no tiene derecho a la protesta, que se considera un riesgo para el Estado y las manifestaciones sociales deben ser abordadas militarmente, observa Tamayo. Como se trata de una realidad estructural, el gobierno que suceda al de Iván Duque puede moderar la represión, pero sólo puede hacer eso.

2. Es necesario centrarnos en el abajo, una vez que conocemos el arriba genocida. Lo más destacable es que cientos de miles de jóvenes desafiaron la represión, el estado de excepción y la criminalidad policial durante siete días (por lo menos hasta el 5 de mayo). Este es el principal cambio en Colombia y en toda la región.




Estamos ante un recambio generacional que enseña modos de hacer distintos a los anteriores. Para luchar, resistir y rebelarse contra el sistema no hacen falta vanguardias que, las más de las veces, se convierten en obstáculos, ya que pretenden dirigir, desde sus despachos, sin siquiera preguntar o escuchar a las personas que están en las calles. Aprendieron a cuidarse en ellas porque ya pertenecían a grupos de afinidad, artísticos y de vecindad en los que se socializan.

Las mujeres jóvenes están en la primera fila, a la par de los varones, impulsando formas de protesta que no buscan la confrontación, sino decir lo que creen y defenderse colectivamente de los asesinos de uniforme. Esta generación sabe a qué se enfrenta, pero perdió el miedo y hace resonar un grito que escuchamos en todas las geografías de nuestro sur: sí se puede.

3. No hay salida de este modelo sin potentes movilizaciones abajo y a la izquierda. Se sale sólo con crisis política, porque quienes se benefician del extractivismo, probablemente 30 por ciento de la sociedad, van a defender sus privilegios con violencia generalizada.

De lo que se trata, más que de un cambio de gobierno, es de cambiar el modo de acumulación que destruye las sociedades y el medio ambiente. Si no frenamos este modelo especulativo financiero (minería, monocultivos, megaobras y especulación inmobiliaria), entraremos en un periodo de barbarie en el cual dos terceras partes de la sociedad seremos sometidos en campos de concentración a cielo abierto, con el otro tercio vigilándonos, consumiendo y votando.

4. No vamos hacia gobiernos mejores, sino hacia un lapso de ingobernabilidad, más allá de quienes estén al mando en los palacios de gobierno. Gane quien gane las elecciones, no tendrá descanso ni tregua. Entramos en un periodo caótico, en el cual no hay fuerzas capaces de imponer un orden que no sea el de los cementerios.

Como sucede desde la escala global y geopolítica hasta el más remoto rincón del planeta, el desorden se ha convertido en la norma, en lo cotidiano; lo que el EZLN denomina tormenta, provocada por la imparable vocación depredadora de la hidra capitalista. Que desafía nuestros saberes, las formas de acción y los objetivos de los movimientos antisistémicos consistentes en la toma del poder.

5. Las y los de abajo debemos aprender a vivir y convivir con la incertidumbre, la violencia sistémica y los permanentes intentos por desaparecernos. Los cuidados colectivos deben colocarse en el timón de mando, en espacios autocontrolados fuera del alcance de los machos armados del capital. Ésta es la forma que adquiere la autonomía durante el caos sistémico.

Por Raúl Zibechi
Fuente: La Jornada



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