Si no nos mata el virus, nos morimos de hambre
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En este escenario catastrófico provocado por la pandemia que rebrota, deja miles de víctimas, encierra en cuarentena al 85% de la población y agrava las calamidades del modelo neoliberal que agobia a una gran masa vulnerable, La Moneda se niega a una efectiva ayuda solidaria a los muchos que lo necesitan porque no tienen trabajo ni ingresos ni expectativas, y se limita a la acotada entrega de insuficiencias en la medida de lo posible con mezquindad y letra chica.
Esta dura crisis sanitaria y socioeconómica deja otra vez en evidencia que el empresario presidente Sebastián Piñera y su gobierno no dan el ancho ni están a la altura de tan compleja emergencia, sino que optan por mantenerse a distancia, impasibles e irresolutos para acometer las soluciones que se las están gritando millones de damnificados.
Con ligereza, la autoridad gubernamental se desentiende de las penurias que se viven en esta hora amarga, porque no quiere ver que hay muchos que están comiendo lo que otros botan, o las frutas y verduras en mal estado que no se han vendido en las ferias libres, todo lo cual es aprovechado por quienes están a la espera de cualquier cosa para llevársela a la boca. En las manifestaciones callejeras hay una pancarta que lo dice todo: “Si el virus no nos mata, nos va a matar el hambre” … Tampoco en el Ejecutivo se dan por enterados que en el último año hubo un aumento de más de un millón de familias que se incorporaron al Registro Social de Hogares que procesa la situación socioeconómica de la población y su nivel de acceso a programas sociales. Esto equivale a un 300% más respecto al año pasado, constituido por los que requieren una protección segura.
La ciudadanía le ha dicho al mandatario en todos los tonos, desde las organizaciones populares, las redes sociales y a viva voz desde la calle, que hay que poner en marcha cuanto antes un proceso de distribución de la enorme riqueza acaparada por unos pocos de modo de empezar a emparejar la cancha y fortalecer las políticas públicas que signifiquen certidumbres traducidas en trabajo formal, ingresos decentes y comida todos los días para millones de compatriotas en la indefensión.
Los perdedores de siempre proponen comenzar a recuperar terreno a partir de una profunda reforma tributaria que considere por una vez un impuesto a los superricos que amasan inimaginables fortunas; la renacionalización de los recursos naturales sobre todo en momentos en que el cobre alcanza valores inéditos; y término del despilfarro en favor de las FF.AA. para financiar su exclusivo sistema previsional y su extemporánea carrera armamentista.
Mas platas fiscales abrirían paso al otorgamiento de una renta básica universal para al menos el 80% de las familias, sin requisitos ni focalizaciones, como lo están demandando incluso sectores oficialistas. Chile no puede seguir siendo un país de tanta frustración y desesperanza, que hoy son mayoría absoluta ante la sorna de los privilegiados por el sistema de desigualdades.
De espaldas a las clases populares, Piñera se mueve en sentido contrario a la realidad que clama por transformaciones de fondo y ya no más maquillajes. Sabiéndose protegido por el mundo uniformado que es su guardia pretoriana, la lógica del presidente es priorizar a los grandes capitales por sobre las pellejerías de los ciudadanos de a pie.
La fórmula gubernamental propuesta en torno a que quienes están pasando momentos dramáticos se endeuden, no es algo serio sino más bien un absurdo. Es no entender nada de cómo funcionan la sociedad chilena, donde un alto porcentaje se encuentra atrapada por la incertidumbre y la gran mayoría de las personas ya está endeudada.
El Colegio Médico quedó corto en sus apreciaciones en que calificó a este gobierno como maltratador del personal de la salud. Sin eufemismos el régimen piñerista no solo maltrata al pueblo, sino que va más allá: lo desconoce, lo desprecia y humilla.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso