Crónicas de un país anormal Política Global

El trumpismo es la religión de la ultraderecha

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 23 segundos

El calificativo más adecuado para describir la toma del Capitolio en Washington es denominarla una insurrección, (muy lejos de ser  autogolpe, como algunos lo llaman, pues no reúne las características propias de los autogolpes en Latinoamérica, cuyos protagonistas son las Fuerzas Armadas y del Orden). Esta insurrección en Estados Unidos, por ejemplo, no tiene nada que ver con el autogolpe de Alberto Fujimori, en Perú.

El entender el movimiento trumpista como un fenómeno pasajero, y compararlo con tantas insurrecciones fracasadas a través de la historia, no sólo sería un error, sino una torpeza desde el punto de vista del análisis político; habría que comprenderlo dentro del cuadro de derrumbes sucesivos de la economía, la sociedad y la política que, desde el muy largo período, podríamos situarlo en el derrumbe de la filosofía política del Siglo de las Luces que, en gran parte inspiró los idearios de las revoluciones norteamericana y francesa.

En períodos más cortos, las teorías realistas de la política, (las de Nicolás Maquiavelo y Max Weber, por ejemplo), entendieron muy bien la separación entre la ética política y la religión, y sostenían claramente que el político busca el poder y, para conquistarlo y mantenerlo, deben pactar con el diablo. Maquiavelo fue un muy buen testigo del daño que puede causar la mezcla entre religión y política, como testigo clave del fanatismo de Giacomo Savonarola, (y sus “bambinos”), a quien le dio el sobrenombre de “el profeta desalmado”.

En tiempos más cercanos está claro que, a partir de la caída del Muro de Berlín, no sólo se agotó la guerra fría bipolar, sino también las instituciones a que dio lugar en los planos social, político y económico. Después de un corto período de imperialismo unipolar, Estados Unidos demostró ser incapaz de mantener la primacía mundial y, a corto plazo, el mundo se fue transformando en tripolar incluso, en cuatripolar, (Estados Unidos, China, Rusia + India).




En el plano de la ciencia política los componentes clásicos de una democracia representativa, entre ellos el bipartidismo, modelo tomado de los países anglosajones, (Inglaterra, Estados Unidos), también llevó consigo al multipartidismo y, finalmente, a los sistemas electorales.

Las profecías sobre crisis de representación, que están terminando en institucionales, han profundizado la fosa entre la política, los políticos y la ciudadanía que, en la mayoría de los casos, se extiende hacia un rechazo radical de las oligarquías en el poder. Si aceptamos como verídico este escenario es evidente que instituciones históricas comiencen el derrumbe, que conlleva a la agonía y a la muerte.

Nadie puede espantarse por la turba que irrumpió y se tomó el Capitolio por unas horas, haya violado todas las reglas del respecto a este monumento a la democracia, y se hayan acomodado, muy orondos, en la silla de la líder de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.

Cuando se destruye la política, cuando las instituciones carecen de todo valor, la Constitución y la Democracia, por muy antiguas que sean, pasan a ser despreciables para la vanguardia trumpista, que considera a los políticos simples ladrones de elecciones y, por consiguiente, seres despreciables. En su ignorancia quienes irrumpieron en el Capitolio, vaciaron su resentimiento en instituciones que, creían ellos, tenían poder salvífico, y se decepcionaron al descubrir que los políticos eran lejanos, oportunistas y algunos de ellos corruptos.

La extrema derecha norteamericana tiene tres grandes fuentes de inspiración: la supremacía blanca, (viene del KKK), los evangélicos y el nacionalismo. Donald Trump encaja perfectamente para ser reconocido como el dios de estos sectores sociales que se creían marginados y discriminados de la sociedad política. Otras veces habían votado por republicanos y demócratas, pero terminaron por odiar la política partidista. En medio de este resentimiento y soledad no quedaba otro camino que convertir a Trump en su profeta y liberador.

El gran mal de Estados Unidos es que tanta adoración al mundo del dinero fue creando una brecha insalvable entre ricos y pobres, que ha llevado a la formación de sectas religiosas nacionalistas y supremacistas que, en estos cuatro años de gobierno de Trump, se les ha permitido sentirse los dueños de una América, cada vez más grande y poderosa, sólo porque su líder, a quien llaman “Titán”, lo ha dicho o twiteado.

Nietzsche, con mucha razón, caracterizaba la religión como la expresión del resentimiento. El trumpismo está abarcando tres tipos de personas, fundamentales de la banalidad del mal, (tema tratada por Anna Harendt en la obra “Eichmann en Jerusalén”): los nihilistas, los fanáticos y las personas comunes y corrientes.

Por desgracia, a los fanatismos religiosos, convertidos en fuerza política, no se les puede eliminar ejerciendo la coerción estatal y, como ocurre con las tres religiones monoteístas, el martirio es el combustible que le permite ganar prosélitos cada vez más numerosos y con nuevas fuerzas.

Como los musulmanes, a los trumpistas les basta escuchar e invocar al profeta para llegar al paraíso. En este caso particular, Trump ha sido hábil para manipular a estos ignorantes, usando el viejo método de la repetición e, incluso, los condujo al Capitolio, para que descargaran su odio a los diabólicos comunistas fraudulentos, que les han robado su voto, no sólo a su jefe, sino también a ellos; en el mejor de los sentidos, los está convirtiendo en seres enajenados, haciéndolos padecer la misma psicopatía que él padece.

No es raro un 30% de los llamados “latinos” en Estados Unidos, sobre todo en el estado de Florida, haya votado por Trump en la última elección, y su anticomunismo los haya llevado a desubicarse completamente de la realidad actual y, en muchos casos, a costa de la traición a su clase social. (Es triste constatar la miserable actitud del senador “Ted” Cruz, que pretende olvidar que ha sido un refugiado, y en este caso, no dudó en el intento de destruir el voto de ciudadanos de un país que lo acogió en su tierra).

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

07/01/2021

 

 



Historiador y Cronista

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *