Se estrena en Argentina documental sobre la embajada italiana en Chile convertida en refugio tras el golpe de 1973
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Después de su estreno mundial en el Festival de Turín, en diez días llega a la Argentina Santiago, Italia, el primer largometraje documental de Nanni Moretti después de casi treinta años, cuando en 1990 presentó La cosa. Y lo hace a la manera clásica, con claridad expositiva, dejando discurrir los testimonios que traen las voces del pasado. El núcleo de la película es la activa participación de la Embajada de Italia como refugio de unas 250 personas, entre adultos y niños, durante los meses siguientes al golpe que derrocó a Salvador Allende. Nanni Moretti confiesa que además de su paso por Chile, el gran disparador de la historia fue el ascenso de la extrema derecha en Italia.
“Yo no soy imparcial”. La frase, pronunciada delante de cámara por Nanni Moretti a mitad de camino de su última película, el documental Santiago, Italia, frente a un ex militar encarcelado en el Penal de Punta Peuco, adquiere la fuerza de la toma de posición política y la de un código ético y cinematográfico, establecido con firmeza a la hora de abordar una historia real del pasado con repercusiones en el presente. Es la “línea de diálogo” más citada en cuanta reseña se haya escrito sobre el film a partir de su estreno mundial el pasado mes de noviembre en el Festival de Turín, demostración de que el gran cineasta italiano –uno de los más importantes de su generación, nacido como artista a la sombra de los convulsionados años 70– no ha abandonado su ideario personal y social, marca esencial de una filmografía que atraviesa ya cinco décadas de historia. Santiago, Italia, que tendrá su estreno local dentro de diez días, luego de una única proyección como película de cierre del último Bafici, es el primer largometraje documental de Moretti en casi treinta años. Pero si La cosa (1990), una afilada reflexión sobre los bruscos cambios ocurridos en el seno del Partido Comunista Italiano en los años previos a la era Berlusconi, posaba su mirada sobre la coyuntura, el esfuerzo más reciente del director de Caro Diario y Palombella rossa retrocede en el tiempo para investigar y detallar las consecuencias de un golpe de estado en un país ajeno y lejano, como así también la insospechada ayuda que supo ofrecer la embajada italiana en una época de miedos, desapariciones y muerte. El recorrido es expositivo, claro y directo: Moretti se calza las ropas del documentalista clásico y deja que sobrevivientes, exiliados y también un par de ejecutores del régimen de Pinochet acerquen sus recuerdos generales y anecdóticos, piezas centrales de un relato de violencia y dolor pero también de solidaridad y resistencia. Un recordatorio, asimismo, de que los valores que hicieron posible el renacimiento de más de dos centenares de vidas en aquellos tiempos hoy parecen estar en peligro de extinción. Como había hecho frente al televisor en Aprile (1998), ante las nuevas elecciones generales de su país, increpando a su candidato predilecto, Massimo d’Alema, Moretti parece pedirle –rogarle, incluso– a la sociedad italiana en su conjunto que diga “algo de izquierda”.
El plano de apertura presenta a Nanni Moretti de espaldas, las manos en los bolsillos de la campera, empequeñecido ante la belleza urbana de la ciudad de Santiago de Chile observada desde cierta altura, las montañas en el fondo como encuadre natural de la jungla de edificios allí abajo. Esa imagen, utilizada para el afiche promocional, será casi la única oportunidad (con la excepción del momento ya mencionado, en el cual el autor reafirma su lógica parcialidad) de observar al realizador delante de cámara. Durante los ochenta minutos restantes, Moretti adoptará el rol del entrevistador fuera de cuadro y, si bien su voz será escuchada en más de una oportunidad, preguntando y repreguntando, nunca sentirá la tentación de encaramarse en la posición del narrador formal, voz en off mediante.
El relato de la película es coral, polifónico, conducido por los protagonistas reales y ayudado posteriormente por el montaje. De esa manera, la posibilidad del vedettismo alla Michael Moore, que podría haber eclipsado parcial o totalmente los objetivos del film, es eliminada de cuajo. La música que acompaña esas primeras imágenes de la capital chilena pertenece a la Banda La Marimorena, integrada por jóvenes chilenos, cuya melodía comienza a entrelazarse con el bullicio de una marcha por las calles de Santiago en tiempos recientes. Rodada entre agosto y septiembre de 2017, la película tuvo como chispa de encendido la visita de Moretti a la ciudad chilena en abril de ese mismo año, unos días antes de su paso por Buenos Aires como invitado de honor del Bafici. Fue allí donde escuchó por primera vez esa olvidada historia de la Embajada de Italia en suelo chileno y su activa participación como refugio de unas 250 personas, entre adultos y niños, durante los meses inmediatamente posteriores al golpe de estado que derrocó al presidente Salvador Allende. Según afirmó en conversación con el semanario francés L’Express –en una de las escasas entrevistas brindadas por el italiano en ocasión del lanzamiento de la película– fue realmente luego del ascenso del político de extrema derecha Matteo Salvini al cargo de Vicepresidente del Consejo de Ministros de la República Italiana que el realizador comprendió cabalmente el enfoque general de su nueva creación. “Una parte importante de nuestra sociedad ha tomado una dirección contraria a los valores de solidaridad y compasión hacia los demás que se desprenden de la historia relatada en Santiago, Italia”.
No casualmente, el último comentario de la película, referido por uno de los exiliados, ahora ciudadano de Italia, adhiere con otras palabras a la misma idea: “Aquella Italia que me recibió con los brazos abiertos era similar al Chile que soñaba Allende; hoy viajo por Italia y noto que cada vez más se parece a los peores aspectos de Chile. Estamos atrapados en una sociedad de consumo frenético en la cual la persona que está al lado no nos importa en lo más mínimo”.
UN SUEÑO DESPIERTO
La alegre manifestación registrada por la cámara de Moretti en 2017, llena de los colores de los trajes típicos y las pecheras de distintos movimientos sociales, es entrelazada por golpe de montaje con otra anterior, en ese blanco y negro típico de las cámaras 16mm Bolex utilizadas décadas atrás. “La izquierda unida jamás será vencida”, se escucha en la banda de sonido, mientras los puños acompañan el compás de la frase y las pancartas se confunden con los rostros de la multitud. El material de archivo corresponde a las semanas previas a las elecciones nacionales chilenas de 1970 y forman parte del largometraje El primer año, de Patricio Guzmán, una de las figuras del medio cinematográfico que aparecen durante los primeros minutos de proyección de Santiago, Italia. El responsable de la invaluable trilogía La batalla de Chile y títulos recientes como Nostalgia de la luz y El botón de nácar recuerda la filmación de esa película y relata en primera persona sus experiencias durante el día del golpe, su reclusión de varias semanas en los vestuarios del Estadio Nacional y el miedo constante y cotidiano en las calles, asediadas durante los días y las noches por los autos de la DINA, las tanquetas de los carabineros y los helicópteros con reflectores.
Otra documentalista, la chilena nacionalizada francesa Carmen Castillo, viuda de uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Miguel Enríquez, recuerda los años de la Unidad popular como “un sueño despierto”. Miguel Littin, el director de Actas de Marusia y Alsino y el cóndor –ambas producidas en el exilio– considera ese breve período como “el momento más importante que vivió mi generación”. No parece casual que Moretti abra el juego de las remembranzas personales de aquella época con la voz de tres colegas, todos ellos involucrados de manera directa y, en algunos casos, combativa, con los acontecimientos que llevaron de la esperanza a una realidad posible y, de allí, al cruento aborto de toda una era. “El Chile de Allende se observó desde Italia con mucho interés”, declaró Moretti en la entrevista mencionada. “El Partido Comunista italiano se estaba liberando lenta y dolorosamente de su dependencia de la Unión Soviética y la llegada de Allende al poder era un experimento de socialismo democrático. Un nuevo socialismo que no tenía nada que ver con la Unión Soviética de Nikolái Podgorni, la Cuba de Fidel Castro o la China de Mao Zedong. Además, existían ciertas analogías: políticamente, Italia y Chile estaban trabajando junto a la Democracia Cristiana, el Partido Comunista, el Partido Socialista, los católicos de izquierda e incluso la izquierda revolucionaria. A pesar de que en Chile las desigualdades sociales y económicas eran más importantes, en general podía verse una simetría entre los dos países. Toda esa experiencia amputada del socialismo, incluso del ‘comunismo democrático’, nunca se ha renovado y, dada la situación mundial actual, parece perdida para siempre”.
Allende aparece en imágenes de archivo y se escuchan fragmentos de algunos de sus discursos. En una de esas filmaciones, la compañía de Pablo Neruda marca el tono triunfal del comienzo de su gobierno. En el otro extremo, sus famosos discursos del 11 de septiembre de 1973, transmitidos radialmente como aviso a la población de lo que estaba a punto de ocurrir, ocupan un espacio destacado. “Supimos al escucharlo que no habría resistencia, ni política ni militar. No sabíamos aún que Allende moriría, pero al escucharlo, como lo conocíamos, supimos que daba por terminado un momento”. Las palabras de Carmen Castillo refieren al inexorable comienzo de la dictadura pinochetista, que dominaría la vida chilena durante diecisiete largos años. En el documental de Nanni Moretti, la descripción de la vida antes y después del cambio brutal de régimen, las teorías nada conspiranoides acerca de la incidencia del gobierno estadounidense durante el gobierno de Allende y como impulsor indirecto del golpe, la discusión sobre el suicidio o el asesinato del presidente (las opiniones divergen y cada opinión tiene sus puntos fuertes) y las anécdotas personales del bombardeo al Palacio de La Moneda les ceden el lugar al tenebroso recuerdo de las desapariciones y torturas. La descripción de la periodista Marcia Scantlebury de las vejaciones y tormentos infligidos en la tristemente célebre Villa Grimaldi no dejan de lado las ironías de la detención, como el relato de cuando le enseñó a tejer crochet a una de sus torturadoras. Su defensa irrestricta de guardar los secretos y no delatar a sus compañeros es contrapuesta a la opinión de otra ex miembro del MIR, que también logró escapar del país gracias a la protección de la embajada italiana: “Mi nombre apareció en una sesión de tortura. Yo lo sé. Pero si eso ha servido para que a ese compañero torturado no le hayan aplicado otra vuelta de electricidad en los testículos… eso no es condenable”.
LA DECISIÓN CORRECTA
“Para mí, él fue la personalidad más importante de la Resistencia Chilena”. En uno de los momentos más emotivos de la película, otro exiliado describe de esa manera a Monseñor Raúl Silva Henríquez, arzobispo de Santiago entre 1961 y 1983. Con irrefrenable conmoción y lágrimas en los ojos, el entrevistado responde a la pregunta de Moretti, “¿Por qué se emociona al recordar a ese cardenal?”. La respuesta: “Porque él era como debe ser un cardenal. Yo no soy católico, soy completamente ateo. Pero si una persona merece respeto, hay que dárselo”. Las imágenes de archivo de una entrevista realizada por la televisión italiana durante los primeros años de la dictadura no hacen más que darle la razón. Silva Henríquez afirma allí, en perfecto italiano, que “es una cosa extrañísima que un ejército luche contra el pueblo de su propia patria”.
Las entrevistas de Moretti a dos militares del régimen pinochetista vuelven a poner de relieve los clásicos discursos luego del restablecimiento de la democracia: fue una guerra civil, hubo muertos de ambos lados, no existió un plan sistemático de tortura, desaparición y muerte sino excesos. Es entonces cuando, frente al ex mayor general del Ejército y Director Asistente de la Dirección de Inteligencia Nacional, Raúl Eduardo Iturriaga Neumann, condenado a diecisiete años de prisión por secuestro y homicidio calificado, el realizador hace la afirmación que abre esta nota, ante la increpación del entrevistado. “Usted no es mi juez, tampoco mi confesor. Yo no doy entrevistas, pero acepté porque me aseguraron que esto iba a ser imparcial”. Para Moretti, consultado en la conferencia de prensa en Turín por ese momento puntual de la película, “tenía que mantener la concentración. No ser imparcial, pero sí estar tranquilo. No estoy haciendo una denuncia, estoy tratando de comprender. Por supuesto que muchas de las cosas que afirmaba el caballero durante la conversación me molestaron, pero en ese momento lo importante era obtener una entrevista completa. Y para eso es muy importante no interrumpir”. Santiago, Italia ha llegado en ese momento, luego de poco más de la mitad del metraje, al núcleo tardío del relato, prologado extensamente por una contextualización apropiada: el ingreso temerario y absolutamente poco ortodoxo a la Embajada de Italia que permitió que más de dos centenares de personas lograran salvar sus vidas y darles un nuevo inicio del otro lado del océano. La aclaración de Moretti, sin embargo, es más que pertinente: “Son las personas las que marcan la diferencia, no el país en sí mismo. Y, en ese momento, dos jóvenes diplomáticos italianos tomaron la decisión correcta, de inmediato y sin dudarlo”.
Saltar el muro. Así lo relatan las voces de aquellos que sobrevivieron y lograron refugiarse en Italia luego de meses de espera dentro de las paredes de la embajada, cuando el visado de ingreso al país europeo finalmente lo permitió. Caminar, muchas veces bajo algún tipo de disfraz, por las calles aledañas al edificio, correr, tomar impulso y saltar. Agarrarse de la pared y lanzarse, muchas veces bajo el fuego del fusil de algún militar apostado del otro lado de la calle. Adentro, la colonia de refugiados comenzó a crecer. Las anécdotas de la vida allí dentro rozan, por momentos, lo surrealista. Colchones desparramados por el suelo, la bañera de la esposa del embajador como improvisado lecho, tres pisos y un subsuelo ocupados por cientos de personas. Un nivel para las parejas con hijos, otro para los hombres “célibes”, otro para las señoritas solteras. Los cambios de piso a piso durante las noches eran imposibles de frenar, comenta con una sonrisa en los labios una de las ex ocupantes del lugar. Un viejo miembro del PC que nunca en su vida había pelado una papa se negó a hacerlo y por ello fue expulsado del partido. Durante el día, los chicos hijos de militantes jugaban a los “policías y refugiados” en el patio del embajador, cerca de la piscina. En un tono menos feliz, el cuerpo sin vida de Lumi Videla, arrojado por encima del muro la mañana del 4 de noviembre de 1974, y los medios de comunicación chilenos intentando vender la idea de que su muerte había ocurrido allí dentro, como consecuencia de una orgía con final fatal. La de Piero de Masi, miembro del cuerpo diplomático italiano en aquel entonces y anfitrión impensado del contingente de hombres, mujeres y niños, –además de autor del libro Santiago – 1 de febrero de 1973 – 27 de enero de 1974– es una de las voces recurrentes del documental. En sus recuerdos se deja nota de las tensiones que se vivían dentro del edificio de la embajada y las ríspidas discusiones con el Ministerio de Relaciones Exteriores en Italia, como así también las negociaciones con la DINA. En el libro, detalla las particulares formas del ingreso clandestino al lugar: “Cuando la cantidad de huéspedes comenzó a aumentar tuvimos que comprar un cierto número de colchones para colocar en el suelo, así como mantas. Era un gasto totalmente atípico que ni siquiera intentamos buscar el modo de incluirlo entre los gastos de la embajada. Por ello pagué esas compras con mi dinero. También los gastos de alimentos para dar de comer a estos huéspedes corrieron por mi cuenta en los primeros tiempos. Las entradas escalando el muro continuaron incluso después de que la embajada fuese puesta bajo vigilancia de los militares. El control consistía en uno o dos soldados situados en la reja principal, con un cabo jefe del puesto, y un soldado armado en cada esquina. Aquellos que tenían la intención de saltar, caminaban lentamente, como si se pasearan, hasta la mitad del muro. Allí, alguna mano providencial había procedido a sacar unos cuantos ladrillos de manera que se creara una escalera para permitir un ascenso y un salto muy rápidos. Los soldados, por descuido o por solidaridad, no intervenían y el saltador iba a engrosar las filas de los asilados”.
Es una historia casi enterrada por el paso del tiempo, olvidada excepto por aquellos que la protagonizaron. Una historia que, por momentos, parece de ficción, de película. Los personajes principales de Santiago, Italia son los miembros de una pequeña comunidad de chilenos en Italia que todos los años se reúnen para celebrar la vida. Esa pequeña gran historia, con sus entregas y heroísmos microscópicos y gigantescos, es la que rescata Moretti en su última película.